El autor de la conocida “Columna de Joe Black” -diario El Mercurio- presenta el libro “Todos íbamos a ser burros”, título que parafrasea a Gabriela Mistral (Todas íbamos a ser reinas). En él, Joe Black presenta cuatro ficciones sobre qué habría pasado con Evelyn Matthei, Marco Enríquez-Ominami (MEO), José Antonio Kast y Alejandro Guillier ante el asalto y toma del poder por parte de manifestantes extremos del 18 de octubre chileno. Y clasifica, en una sección, a buena parte de los principales políticos chilenos en los siete pecados capitales.

En algo más de 130 páginas, y con su habitual pluma, Joe Black va desplumando, con humor cáustico y de manera a veces despiadada a casi todos.

Ficciones a partir de pesadilla histórica

Cuatro ficciones sitúan a cuatro aspirantes al sillón presidencial en circunstancias extremas: Evelyn Matthei desterrada y perdida en un hospital psiquiátrico, mientras que Marco Enríquez-Ominami (MEO), José Antonio Kast y Alejandro Guillier se ven en el transe extremo que enfrentó, en el Palacio de La Moneda, Salvador Allende. Cada uno de ellos espera el asalto final no del Ejercito de Chile, sino de una verdadera horda de extremistas de izquierda.

En esas situaciones extremas, dramáticas, cada uno de los cuatro -de acuerdo a la mirada de Jor Black- muestra aspectos esenciales de su personalidad, de sus valores, formas de actuar, de enfrentar la realidad.

Esta sección, Precuela, es sin dudas la más creativa, la que lleva a situaciones inverosímiles, y, por lo mismo, la que podría mostrar de mejor forma a cada uno de los personajes elegidos. Son relatos que exhiben sin pudor -o develan- los aspectos débiles de cada cual (salvo, tal vez, en el caso de Matthei, que sale relativamente bien “parada”).

Los cuatro textos se basan en uno de los hechos más trascendentes de nuestra historia y, posiblemente, un fantasma que, cada cierto tiempo, revuela en nuestra contingencia. Lo que hizo Salnador Allende ese 11 de septiembre de 1973 y lo que harían líderes en circunstancias similares o equiparables.

El punto débil es la caricatura simplona de ese miedo, ancestral, que se ha instalado, conservado y mantenido con “buena salud” a la posible invasión de “proletarios”, “rotos” y “extremistas” (de izquierda y/o feministas) a nuestros espacios de seguridad (La Moneda, nuestros lugares de trabajo, nuestras casas y propiedades). A “los invasores” (como en la notable obra de teatro de Egon Wolff).

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Pecados capitales

La ira, la gula, la soberbia, la lujuria, la pereza, la envidia y la avaricia (todas palabras femeninas) son los pecados capitales. Sobre ellos se ha escrito mucho, se han realizado películas notables. Se ha debatido.

Joe Black va encasillando a los más importantes políticos de los últimos decenios (desde Eduardo Frei Ruiz-Tagle en adelante) en el que sería su “pecado capital” preponderante, el que lo impulsa en su quehacer político.

La idea, motivante y gatilladora de una suerte de “voyerismo” inquisidor, tiene el potencial de develar ciertos aspectos oscuros de los personajes convocados por Black. Sin embargo, tiene la dificultad y los peligros de encasillar, de obligar a asignar un pecado capital a cada cual. Y el de reducir, simplificar en áreas complejas, que tienen muchos matices.

Humor descontextualizado

Joe Black hace un humor un tanto añejo. Busca reírse, ridiculizar al otro, a un otro distinto. Salvo la vez en que se pone de ejemplo -con su imposibilidad de dejar de fumar y como forma de empatizar con Pablo Longueira-, Black se ríe de los “otros”. Muchas veces de manera brutal, denigrante. Y lo hace de manera desequilibrada. Es un humor que, en parte, lo muestra más a él que a los citados.

Es un humor que a ratos hace reír -o sonreir- y, en otras, incomoda. Incomoda porque creo y espero hallamos avanzado en valorar a los seres humanos, a todos, cercanos y lejanos, en su dignidad. En que podamos hacer humor sin afectar esa esencia, esa condición.

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Algunas cosas difíciles de aceptar

Es esperable de todos, de cada uno, que muestre sus preferencias. Joe Black también lo hace, pero de manera un tanto burda. La manera en que trata a José Antonio Kast, Pablo Longueira y, en parte, a Evelyn Mattei lo dejan de manifiesto. Pero es, a mi juicio, excesivo.

Por otro lado, hay algunas afirmaciones que limitan con el negacionismo. Y eso puede ser muy violento.

“Ella (Michelle Bachelet), que culpaba a los militares de la muerte de su padre, del exilio de ella y de su madre” (pp 109)

No es ella, son los antecedentes, testimonios, la historia, la Justicia, los que han determinado que el padre de la expresidente fue detenido, torturado y asesinado por compañeros de armas. Personas que se visitaban y compartían en sus casas, incluido Bachelet y su familia. Fuera de toda legalidad, ante una persona indefensa que no representaba peligro. Lo del exilio no requiere explicaciones.

A estas alturas, y por una mejor convivencia democrática, es importante tener ciertos límites y verdades mínimas en común (no sólo referidos a la dictadura y violaciones de Derechos Humanos).

Portada de Todos íbamos a ser burros
Ediciones El Líbero

Todos íbamos a ser burros

Joe Black
Ediciones El Líbero

Santiago de Chile