El anuncio de la disolución del Museo Violeta Parra y el traspaso de sus obras a la Pontificia Universidad Católica es un riesgo para el legado cultural de la artista más importante de Chile.

Violeta Parra es parte del corazón, de la identidad, de la sensibilidad de Chile. Es difícil concebir el país sin ella: una Violeta compleja, llena de contradicciones, de pasiones, de desengaños, que ha traspasado fronteras para anidar por toda Latinoamérica.

Su suicidio y después el Golpe de Estado la habían dejado marginada, como algo molesto, poco deseado, pero siguió sonando cada vez más fuerte, más internalizada, como brotando de la tierra.

Poco a poco renació el interés por ella, por otros aspectos de su gran creatividad, más allá de la música. Ese interés se materializó en el Museo Violeta Parra.

Un hecho fundamental para reivindicar y poner en valor su obra fue crear el dica institución: un lugar para exhibir su obra visual, sus arpilleras, y encontrar su música y su espíritu.

El museo, realizado por un reconocido arquitecto, estuvo a mi juicio muy lejos de cumplir con los requisitos de un edificio contemporáneo para esos fines. Era un edificio que funcionaba mal.

A ello se debe agregar algo tan grave como esto: no calzaba con el espíritu de la artista, de sus creaciones, de su obra. Un edificio diseñado especialmente para Violeta Parra no sólo debía operar bien como museo: también debía acoger bien lo que se iba a exhibir, las actividades que proyectaba realizar ahí. Además, debía mostrar a Violeta Parra con su arquitectura, sus espacios, y acoger al mismo tiempo sus actividades y visitantes.

Poco de eso pasaba.

Centenario y crisis humana y social

Luego vinieron las celebraciones por el centenario de su nacimiento (1917 – 2017). Violeta volvió al centro: se cantó en todos los colegios, estuvo en todos los discursos y eventos. Fue un hermoso renacer: escucharla, mirarla y apreciarla de manera renovada.

El centenario no ocultó que, a los problemas físicos del museo, se sumaran conflictos existentes en el directorio de éste. En particular entre familiares de la artista y parte de los directores.

Esa dificultad en las relaciones fue afectando el manejo del organismo y su ambiente. Algo que, aunque no explícito, se filtraba y se percibía.

Llegó el famoso 18 de octubre de 2019. En ese complejo escenario -con tantas versiones e interpretaciones todavía en pugna-, el Museo Violeta Parra se vio muy afectado. Primero, por estar a metros de la “zona 0”, poniendo en peligro las piezas de valor que él acogía, lo que se terminó traduciendo como un impedimento para su funcionamiento.

Después vino lo que sabemos: tres incendios en pocos días terminaron por destruir en gran medida el edificio.

Debemos agradecer que las obras de Violeta Parra hayan sido retiradas de manera preventiva, con anticipadamente, evitando su deterioro o destrucción.

Hasta hoy, no hay versiones definitivas sobre lo que pasó, quiénes son los responsables y, menos, condenas por tan graves hechos.

Un nuevo “hogar” para las obras de Violeta

Hace unos días, de manera sorpresiva, se difundió que la Pontificia Universidad Católica había ofrecido acoger las obras de Violeta Parra para su resguardo, exposición y estudio. Para ello, habilitarían de manera especial recintos del Campus Oriente y la Casa Central.

Lo anterior fue comunicado por Isabel Parra, hija de Violeta, y el rector de la Universidad, Ignacio Sánchez. El compromiso es volver a exhibir al público, ahora en la UC, las obras de la autora en septiembre del 2021.

Violeta Parra era irreductible. Su espíritu, su carácter, eran inmanejables, y su necesidad de recorrer, de investigar, de contactarse con la gente, con las comunidades, con el pueblo, eran irrefrenables.

Ella cantaba en peñas, en teatros, en su carpa… Donde fuera. Lo central, pareciera ser, era el contacto directo, sin intermediaciones ni segmentaciones. Su quehacer fue directo, sin artilugios.

Me cuesta imaginar a Violeta reducida o amoldada a la solemnidad de la Pontificia Universidad Católica. Una Violeta puesta en vitrinas aclimatadas (muy necesarias para preservar las telas, las pinturas, algunos objetos) y analizada e interpretada por académicos. Teorizada.

Valoro todo lo anterior: el interés del rector y la PUC por la obra y la figura de Violeta Parra. Por protegerla y estudiarla. Por darle un lugar en un espacio privilegiado del saber.

Violeta en peligro

Mi problema es que eso, creo, no calza con el espíritu de Violeta, con su carácter popular, con la chingana, la fiesta, con el guitarreo, la “pichanga” o las empanadas y el vino. Con un ambiente y creación colectivos. Con esos entornos de los que Violeta se nutría porque eran parte de ella.

Violeta Parra es cultura popular que debe vivirse, preservarse, desarrollarse en ambientes populares. Ese es su medio ambiente; en otro, me temo, puede morir (como estaba muriendo en el Museo).

Así como los Salesianos con los indígenas australes que, queriéndolos ayudar -occidentalizándolos-, colaboraron en su destrucción, la Universidad Católica puede hacer algo similar con Violeta.

Con todas las buenas intenciones, con todas las buenas voluntades, podemos estar ante un gran riesgo. Porque aunque se preserven los objetos, los espíritus se pierden. Y perder el espíritu de Violeta es perdernos a nosotros mismos.