En los últimos días, la prensa corporativista se ha regocijado imaginando detalles de un supuesto colapso económico de Rusia. Decían que la gente, llorosa, trataba de comprar cositas antes de que su dinero perdiera su valor, y que se preveían que vendrían hambrunas y los jubilados se quedarían sin poder cobrar sus pensiones.

De todas esas ensoñaciones autocomplacientes, de pura paja, lo único sustancial era que, efectivamente, el valor comercial de la moneda rusa, el rublo, había caído en sus cotizaciones como mercancía, en comparación con el dólar.

Así lo admitió sobriamente el presidente Vladimir Putin, quien señaló que Rusia experimentará dificultades financieras de acuerdo a la crisis mundial que ya ha comenzado. Pero, indicó, no habrá efectos severos para la gente. En lo inmediato, para frenar el proceso inflacionario, se inyectarán dólares de las reservas internacionales y se elevará la tasa de interés del crédito.

Pero, más allá de eso, anticipó que Rusia está preparando un plan vasto de inversiones apuntadas a aumentar la autonomía de la productividad nacional y prescindir de aquellos proveedores extranjeros que han demostrado ser poco fiables. ¿En qué se sustenta esa tranquila seguridad de una Rusia que no oculta sus problemas?

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