Esta semana tocó desplazarme a la región de Coquimbo, una zona de Chile bastante diversa en su geografía y, por ende, en sus sectores productivos. Es el mes de febrero y por las noches, los municipios se muestran “relajados o buena onda” y ponen la mayor cantidad de ferias disponibles en las plazas públicas más concurridas bajo el concepto de potenciar el turismo y generar alguna identidad local.
A estos lugares acuden muchos veraneantes a caminar lo último que queda del día, generalmente acompañados de su familia, cargando en la mano algún “recuerdo de”, o unos buenos churros, o alguna otra cosa que no durará mucho, pero que sin duda les alegrará algo el momento.
Ahora bien, si usted sale de La Serena rumbo al norte, no sin antes pasar por la exigente cuesta Buenos Aires, llega a la comuna de La Higuera, territorio que se observa con localidades dispersas entre sí, donde mayoritariamente hay escuelas básicas con profesores héroes, postas rurales con médicos practicantes, limitada cobertura de servicios básicos, muchos microbasurales en la periferia de los poblados y, finalmente, una escasa población en el tramo etario que va de los 15 a 50 años, aproximadamente.
En la Higuera, al igual que en el resto del Chile rural, los jóvenes y adultos migran a centros urbanos en búsqueda de oportunidades educativas o laborales que, comúnmente, no existen en sus propios territorios.
Esta situación genera un panorama que para muchos es común, y que se relaciona con localidades compuestas por adultos mayores y niños que se encuentran, a primera vista, carenciados de muchas cosas desde un punto de vista socioeconómico, pero enriquecidos por llevar una vida a escala humana y, generalmente, en un medio ambiente libre de contaminación.
Recorrer distintos lugares de Chile, que no sean necesariamente consagrados centros turísticos, nos hace ver de forma inmediata el problema del centralismo y lo preocupante que ha resultado, para este tipo de localidades, la forma en que hemos planeado y construido el país.
La distribución del poder en la toma de decisiones, la instalación de competencias, el acceso a bienes o servicios culturales, vivienda o educación de calidad, son cosas escasas, muchas veces onerosas, y que están excesivamente centralizadas no sólo en el caso de nuestro país, sino que también en gran parte de Latinoamérica.
En la comuna de La Higuera, el año 2010 apareció el mediático caso social y ambiental del proyecto termoeléctrico Barrancones. A partir de este proyecto, muchas cosas ocurrieron a nivel país. Entre ellas, sirvió para reactivar a la ciudadanía, llenar editoriales de periódicos, instalar el tema de la institucionalidad ambiental con sus límites y debilidades y cumplir con promesas de campaña presidencial, por mencionar algunos aspectos.
Recorriendo ahora el escenario físico del proyecto arriba comentado, encontré varias sorpresas, entre ellas, la de ver en algunas casas rayadas con spray, frases de apoyo a la termoeléctrica relacionándola con mayores oportunidades de desarrollo y trabajo.
Suponiendo que esos rayados y escritos fueron realizados de manera espontánea por habitantes de estas localidades, cabe reflexionar sobre cuán abandonados se sentirán estos compatriotas por nuestra sociedad, que ponen sus expectativas personales y familiares, de calidad de vida o desarrollo (pensemos por un momento que pueden ser lo mismo), en un proyecto que sólo está destinado a generar energía.
Dicho de otro modo, ¿A qué estamos reduciendo nuestra rica complejidad social?, ¿será tanto la pérdida de paciencia, decepción o desilusión con lo que como Estado hemos construido, que para algunos ciudadanos ya no queda otra que ver en una rudimentaria termoeléctrica, la única esperanza de desarrollo local? La respuesta asusta.
Situaciones como esta evidencian varias cosas. La primera, es que urge que el Estado llegue de mejor forma a donde aún no lo ha hecho. Hay que repensar el alcance de “lo público”.
La segunda, es que no pretendamos que la RSE se haga cargo de estas carencias porque no le da y no le compete, por eso la RSE o la Sustentabilidad es un concepto que, a juicio personal, desde las grandes empresas y sus ejecutores ya esta fracasado.
En tercer lugar, se necesita mayor transparencia en los usos que se dan a los recursos económicos surgidos desde las industrias extractivas en las distintas regiones de Chile. De esta manera, se evidenciará si todo el dinero se va o no de la región y, de paso, se verá en qué se está gastando y qué municipio es más eficiente (competitividad para la política: muy necesario).
Por último, en época de elecciones parlamentarias y presidenciales es importante que votes informado.
A partir de lugares como cualquier comuna rural de Chile, lugares en donde generalmente sus habitantes suelen ser más amables y honestos que en muchos centros urbano del país, la necesidad de que pase algo realmente significativo, importante y pronto, representa un desafío que no podemos eludir y que no será resuelto jamás ni por un solo actor, ni desde Santiago.
Juan Pablo Gándara.
Sociólogo de la Universidad Diego Portales. Se ha desempeñado elaborando diversos estudios socioambientales, principalmente diagnósticos y caracterizaciones territoriales, procesos de participación ciudadana, elaboración de líneas base y construcción y gestión de políticas de RSE, vinculadas a resolución y prevención de conflictos socioambientales.