Hace cien años murió la mujer más sensual de su tiempo. A los 41 años, a fines de la I Guerra Mundial, la liquidó una descarga de fusilería francesa. La acusaron de espionaje para el bando alemán. El bando alemán, a su vez, la consideraba espía de los galos.
Mata Hari, célebre por su belleza, instauró un mito que aún pervive. La sensualidad oriental, las danzas hindúes, el halo de femme fatal. La mujer que en las alcobas descubre secretos de Estado, y luego los revela al mejor postor, otra vez entre las sábanas, para conseguir un nuevo dato y revenderlo.
Hari no supo deslindar los placeres del negocio; precisamente porque los placeres eran su negocio. Ella fue la Marilyn Monroe europea de principios del siglo XX, antes de que Marilyn Monroe pensara existir. Como la rubia de Hollywood, su vínculo con los políticos culminó, a la postre, en la tumba.
A un siglo de ejecutada sigue siendo un misterio. El misterio alimenta la fascinación, sobre todo por las circunstancias neblinosas de su muerte. ¿Quién mató a Mata Hari? ¿Qué condenó a la mujer más sensual de su tiempo? ¿A quién benefició el fusilamiento?
La holandesa errante o memorias de Leeuwarden
Margaretha Geertruida Zelle (su nombre verdadero) nació el 7 de agosto de 1876, en Leeuwarden, Holanda. Hija de un sombrero a quien por ínfulas de grandeza apodaban el Barón. El padre, de limitados recursos, vivía una fantasía. Matriculó a su hija en el colegio más caro del pueblo. Para el primer día de clases rentó un carruaje dorado, tirado por ponis, que dejó a la joven Zelle en la puerta del colegio. Objeto de burlas, la adolescente no se inmutó, más bien parecía disfrutarlo, apuntan sus biógrafos.
El ambiente pueblerino de Leeuwarden hastió prontamente a la mujer. A los 15 años su padre, ya en bancarrota, la envió a la Escuela Normal de Lyden. No esperaba que la prematura belleza de su hija acarreara penosos incidentes. Wibrandus Haanstra, un simple director de colegio holandés de finales del siglo XIX, pasó a la historia por acosar a quien sería la famosa bailarina y cortesana Mata Hari.
Haanstra llegó a suplicarle en público, escribir estridentes poemas, arrastrarse a los pies de su alumna. A pesar de ser casado, no escatimó esfuerzos por seducir a Zelle, quien siempre lo rechazó. La joven encontró su boleto de salida en un anuncio del periódico Her Nieuws Van Der Dag.
“Oficial destinado en las Indias Orientales holandesas desearía encontrar señorita de buen carácter con fines matrimoniales”, escribió el bigotudo capitán Rudolf MacLeod, de 39 años, antes de partir a Asia. Zelle, de 18, respondió con prontitud. El militar solo pidió cartas, pero la futura Mata Hari, además, envió una fotografía.
Los retratos, a comienzos del siglo XX, eran un lujo que pocos disfrutaban. Pero la muchacha sabía cuál era su as bajo la manga. MacLeod sucumbió a Zelle, y se casaron en julio de 1895. Juntos se fueron a Indonesia (antiguas Indias Orientales holandesas), donde comenzó la mutación, quizás la desgracia, de Margaretha Geertruida Zelle.
Metamorfosis
1814. Jean Auguste Ingres, pintor francés, revela La Gran Odalisca. Desde entonces, la mirada europea hacia Oriente nunca será igual. Estará viciada por lo exótico, lo erótico, el Eros bacanal. Cientos de pinturas lo imitaron, pero ninguna recreó la mirada sugestiva de la modelo de Ingres. Hasta que en 1902 Margaretha Zelle regresa a Europa, con la pena de un hijo muerto, el matrimonio destrozado, y arruinada económicamente.
Java, a finales del siglo XIX, era la conjunción del mundo colonial con las culturas ancestrales. Hibridación forzosa condenada a diluirse. Allí aprendió Zelle los secretos de las danzas eróticas, de vientre, que fascinaban a Occidente.
Hacia 1905 ganó notoriedad en París por sus bailes de desnudos. Fue una streaper pionera de la Ciudad del Amor. Se inventó una biografía para ganar adeptos. Que era princesa hindú. Huérfana. Hija de una “gloriosa bayadera del templo de Kanda Swany”, donde la adoptaron y bautizaron Mata Hari, que en malayo significa “ojo del día”. Ahí comenzaría su tragedia.
Hollywood copiaría el modelo, la moda de Hari, en numerosos filmes posteriores. Todas tenían un detalle común: aros redondos, de bronce, para ocultar los pechos. El origen del cliché proviene de la mítica holandesa: escondía los suyos porque, en un ataque de ira, su esposo MacLeod le arrancó el pezón izquierdo de un mordisco.
La agente H−21
Estalla la Primera Guerra Mundial. A Mata Hari, ya una celebridad, la sorprende en una gira por Berlín. Para entonces era amante del jefe de la policía berlinesa, y poco después de Kraemer, cónsul germano en Ámsterdam y jefe del espionaje del Káiser. Ahí comienza su carrera como agente del bando alemán.
De vuelta en París mantiene sus habituales citas y shows. Comienza a brindar información, ahora, a los mandos galos. Siempre a cambio de pagos. Los historiadores concuerdan en que Hari no fue una gran espía, ni reveló información especialmente sensible. Más bien trasladaba confidencias, de un lado al otro, como medio para mantener su elevado status de vida.
Para una mujer tan pragmática, de la estirpe de la condesa Fedora (el personaje de Balzac), resulta risible, irónico, el motivo de su caída en prisión: el capricho de ver a un amante, el oficial ruso Vadim Maslov, de 23 años, herido en el frente francés. En el viaje al hospital fue interceptada por una patrulla germana, y accedió a ofrecer información. A partir de ahí levantó sospechas irreversible en los franceses, que le siguieron la pista hasta cazarla.
El último desliz llegó tras una visita a Madrid. Mata Hari dejó información, se presume que trivial, al embajador alemán. El Cuartel General de Berlín envió un mensaje a la capital española: “Decid al agente H 21 que vuelva a París a continuar allí su misión. Recibirá un cheque de 5 mil francos enviados por Kraemer”. Para infortunio de la bailarina, el código fue interceptado por la inteligencia francesa.
Preparen, apunten… besos
Los soldados franceses irrumpen en casa de Mata Hari. Van ataviados con fusil e impecable uniforme. No llegan en son romántico, como otras ocasiones, sino caladas las bayonetas para arrestarla. La mujer pide que la excusen. Entra a la habitación para arreglarse. Juega su última baraja. Sale desnuda, completamente desnuda y cariñosa. Ofrece bombones a los soldados en un casco, en un casco alemán que le había regalado un general. La política no era el fuerte de Mata Hari. Esta vez los hombres no sucumben. La llevan a prisión.
En el juicio predominan las pruebas circunstanciales. Aun así, el ambiente de plaza sitiada es implacable. El tribunal militar la condena a pena de muerte por fusilamiento. Algunos apuntan al gobierno galo de premeditación y cálculo político. Sacrificar a Hari
para desviar la atención del fiasco de la guerra. Otros aseguran que los alemanes, hartos del doble espionaje, filtraron el mensaje a sabiendas que sería interceptado, y así pondrían en manos francesas la ejecución. Los ingleses, en declaraciones recientes, asumen el “mérito” de haber descubierto a la espía y alertar a las autoridades de Paris.
El capitán Ladoux, jefe de la inteligencia francesa y promotor de la pena capital, declaró posteriormente: “La verdad es que como espía fue poca cosa”. Vadim Maslov, el oficial ruso a quien Hari fue a ver al hospital, la calificó como “mujer aventurera”. Sola, abandonada, enfrentó al pelotón de fusilamiento. Pidió maquillarse como si fuera a dar un show. Ante el paredón pidió que no le vendaran los ojos. Ls lanzó un beso a cada uno de aquellos muchachos con fusiles. Convenció a las dos terceras partes del escuadrón. De los 12 disparos, solo cuatro hicieron blanco.
Nadie reclamó el cadáver.