La noticia de que la empresa estadounidense Worldcoin ofrece criptomonedas a cambio del escaneo del iris —ese pequeño universo de patrones únicos que cada cual porta ante sí— invita a una reflexión que va más allá de la mera transacción. Se trata, en el fondo, de un asunto que concierne a la dignidad y la autonomía personal.

En Chile, más del 1% de la población se ha visto atraída por la novedad o la retribución, entregando información biométrica de sus ojos. A simple vista, podría argumentarse que se trata de una decisión personal, ejercida en libertad. Sin embargo, una mirada más atenta revela las fisuras en este razonamiento.

Es cierto que en la era digital, los individuos ceden cotidianamente fragmentos de su privacidad a cambio de servicios. No obstante, la naturaleza de esta información biométrica, con su inalterabilidad y singularidad, plantea dilemas de una magnitud distinta.

La pregunta entonces surge espontánea: ¿Es realmente una elección libre o estamos frente a una nueva forma de alienación, donde lo más propio, el último reducto de nuestra identidad, se convierte en moneda de cambio?

El “consentimiento informado”, piedra angular en este debate, parece tambalearse cuando se examinan las prácticas de estas empresas.

La transparencia, el conocimiento pleno de las implicancias de entregar datos tan sensibles, se diluye en términos y condiciones que rara vez son comprendidos en su totalidad por quienes aceptan el trato.

No menos relevante resulta la cuestión de la seguridad de dichos datos. Los riesgos de suplantación, acceso no autorizado y el uso indebido de la información biométrica son preocupaciones que no pueden ser soslayadas.

En este contexto, la protección de la privacidad se convierte en un desafío de proporciones mayúsculas, cuestionando si las salvaguardas existentes son suficientes.

La tecnología, en su constante evolución, ofrece posibilidades antes inimaginables para el desarrollo humano.

Sin embargo, la historia nos ha mostrado que el progreso desmedido, sin las debidas consideraciones éticas, conduce a sociedades donde el individuo se ve reducido a un mero dato, una pieza más en el engranaje de la economía digital.

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