En el futuro inmediato, Jara tiene dos opciones: o regresar mansamente a la disciplina del PC, en cuyo caso se eclipsará, en el mejor de los casos, en un listado encubridor de figuras jóvenes, o renunciar al Partido Comunista y comenzar una carrera disidente en busca de una base política distinta. Para ambas opciones tiene “generalísimos disponibles”.

Yo sé que desde que se saben los resultados de una elección presidencial, los discursos de los protagonistas se convierten en un rito republicano al que no es necesario hacerle mucho caso para un análisis. Ya está todo dicho y se entra en otra etapa. Por lo tanto, corro el riesgo de parecer ingenuo si confieso mi sorpresa por el discurso de Jeannette Jara reconociendo su derrota y si que quiero reflexionar sobre la razón de mi atención en él.

Su corta alocución, de no más de diez minutos, fue un magistral despliegue de entereza republicana, de mesura, de patriotismo, de razonamiento claro y de conformidad que alguien como yo no puede dejar de preguntarse sobre lo que podría haber ocurrido si esas virtudes hubieran sido siempre el modo de la candidata para presentar su postulación a la máxima magistratura.

No puedo imaginar lo que habría ocurrido, pero sí que estoy seguro de que su derrota hubiera sido mucho más estrecha y que hubiera existido una real oportunidad de victoria.

La alocución a la que me refiero, que en varias ocasiones tuvo que sobreponerse, sin cambiar un ápice, a los gritos belicosos de los afiebrados de siempre, en realidad fue un somero planteamiento del programa para una oposición responsable, constructiva y que hace verdad el slogan de “Chile Primero”.

Fue como si Jeanette Jara estuviera presentando su visión para liderar una oposición que ciertamente lograría resucitar vigorosamente a una opción política de izquierda democrática. En esa serena presentación Jara exhibió todas sus virtudes como candidata carismática, cercana, simpática y confiable.

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Lamentablemente, si esa fue su intención, tendrá la inteligencia suficiente para darse cuenta de que una oposición unida, como fue la que apoyó al gobierno de Gabriel Boric, y al mismo tiempo centrada en la reconstrucción de la izquierda democrática, es imposible en el cuadro político que será consecuencia del resultado electoral.

Y ello porque la hegemonía política de la coalición no está y nunca ha estado en los partidos que merecen esa denominación, sino que en el extremismo que representan el Frente Amplio y el Partido Comunista. Nunca, y menos después de la contundente derrota, esos partidos extremistas aceptarían un programa de centro izquierda que exigiría la hegemonía política de ese sector desde el momento en que la tal ratificación de la alianza ocurra. El análisis menudo de las cifras va a demostrar que incluso han perdido fuerzas en regiones y lugares que solían controlar y sacarán la cuenta que esa pérdida de base fue fruto de “ablandarse”.

La verdad es que la candidatura de Jeannette Jara fue siempre similar a un débil barquito que trabajosamente buscó puerto cargando dos pesos insoportables para él: el del anticomunismo y el del continuismo del gobierno de Boric.

La conciencia de la alta probabilidad del naufragio siempre acompañó la campaña de Jeanette Jara y, la lanzó fatalmente a las máscaras de separación de ambas cargas y eso era tan falso que no alcanzó a engañar a un número suficiente de lectores para generar una real oportunidad de triunfo.

Jara, pese a todas sus virtudes, no es comprable como independiente de las doctrinas marxistas, ni es posible que se aparte del continuismo habida cuenta de lo que hizo durante todos los años del gobierno de Boric. La fragilidad de esas máscaras no era convincente y tuvo además la capacidad para opacar las virtudes de quien protagonizaba lo que vulgarmente se llama “un tongo”.

Vale la pena preocuparse de lo que puede ser el futuro político de Jeannette Jara, porque su valor existe y porque ella tiene cualidades personales que permitirían construir una corriente renovadora de un sector que siempre ha estado presente en primera línea en la política chilena, pero que se empezó a desmoronar desde que cometió el terrible error de seguir a Michelle Bachelet en su maniobra para darle protagonismo de gobierno a la extrema izquierda.

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En el futuro inmediato, Jara tiene dos opciones: o regresar mansamente a la disciplina del PC, en cuyo caso se eclipsará, en el mejor de los casos, en un listado encubridor de figuras jóvenes, o renunciar al Partido Comunista y comenzar una carrera disidente en busca de una base política distinta. Para ambas opciones tiene “generalísimos disponibles”.

Es necesario advertir sin embargo que en ningún caso Jeanette Jara dejaría de tener contendores potentes. Para una coalición amplia como la que apoyó a Boric, que se mantiene, encontraría banderas como la de Boric mismo y como la de la propia Michelle Bachelet. Para una opción de oposición dividida y de reconstrucción de la izquierda democrática, tiene también posible la postura del propio Boric, aunque eso parece más improbable, o de una Carolina Tohá que sería una muy genuina representante de esa corriente.

En todo caso, he vertido mis razones para meditar sobre una alocución de apenas diez minutos que bien pudo ser nada más que el buen cumplimiento de un rito republicano que ciertamente prestigia al sistema político chileno mucho más de lo que merecen su desempeño en la vida real.

Si es que en realidad la situación merecía este análisis, todavía oiremos mucho sobre Jeanette Jara, pero si no es así, no nos quedará otra cosa que decirle la frase “hasta la vista, baby”, con que se hizo famoso el actor que protagonizó “Terminator”.