Con un entusiasmo digno de mejores causas, el partido en el que milito decidió convertirse en hincha de una persona sin saber el rumbo que tomaría su proyecto.
El sociólogo Eduardo Reyes Saldías hace un interesante estudio –que él dirige principalmente a quienes somos militantes o han sido votantes históricos de la Democracia Cristiana– sobre las razones por las que alguien que cree doctrinaria y fácticamente en la democracia como sistema político, no puede votar por quienes han sido parte, partidarios, justificadores o promotores de las dictaduras como la que vivió Chile entre 1973 y 1990.
Me hace mucho sentido y reafirma mi decisión de no votar por ninguno de los tres que se vanaglorian de ello: Kast, Kaiser y Matthei.
Tampoco me es posible apoyar a Parisi, porque carece de contenidos y sus palabras son discursos de lemas y palabras altisonantes que intentan satisfacer angustias circunstanciales de ciertos sectores sociales, pero no dan ni siquiera para sustentar ideas de emergencia.
Marco Enríquez-Ominami, hábil, vivaz e inteligente, construye su discurso desde la mera descalificación de los otros y aunque muchas de sus afirmaciones pueden ser razonables, en la velocidad de sus palabras olvida contestar lo que se le pregunta y descuida la explicación acerca de cómo cree que puede conseguir aquello que estima que son las soluciones para Chile. No se ve detrás de él a personas y equipos capaces de seguir el ritmo de sus dichos ni solidez en sus propuestas.
Por otra parte, Eduardo Artés es un nostálgico de los discursos soviéticos cuando gobernaba Stalin, no por los métodos represivos, sino por esa esperanza de que el proletariado cambiaría la historia del mundo y mediante “planes quinquenales” (expresión de aquellos tiempos en la URSS) se podría lograr el desarrollo del país y la construcción de una sociedad justa. Votar por él es, como diría Joaquín Sabina, “añorar lo que nunca existió”.
Me quedan sólo dos candidatos. Yo quería que la Democracia Cristiana, partido con doctrina, trayectoria democrática, equipos profesionales, presencia sindical, discurso de cambio de modelo social y con una práctica política de contacto en la base social, recuperara sus propuestas y ofreciera al país una fórmula de encuentro de ideas y de emociones, de esperanzas y programas concretos, que pudiera alterar el pulso de la decadente, limitada y mediocre acción política chilena en una democracia cautiva y aparente, donde el pueblo organizado no tiene espacios para su protagonismo.
Pero en una Junta amañada, donde se negó el derecho a la palabra a quienes proponían este camino, en un estilo arbitrario, se impuso el mero afán electoralista de obtener espacio para sus incumbentes (el propio presidente del PDC que asume al ganar su tesis, entre ellos).
“Queremos cupos en la lista a cambio de nuestro apoyo”, fue la esencia del discurso. Y así se apoyó a una candidatura sin programa, que no tenía propuestas serias más allá de las consignas expuestas en las primarias del sector de apoyo al actual gobierno. Con un entusiasmo digno de mejores causas, el partido en el que milito decidió convertirse en hincha de una persona sin saber el rumbo que tomaría su proyecto.
Es decir, la Democracia Cristiana apoyó incondicionalmente a una candidata, tal como lo hizo en 2013, sin siquiera conocer el programa (esa vez el presidente del partido, Ignacio Walker, reconoció haberlo suscrito sin leerlo).
No voté por esa candidata en la primera vuelta porque temía que hiciera un gobierno como el que hizo: mediocre, opaco, sin rumbo claro, que borraba con el codo lo que escribía o recitaba en sus discursos y que terminaría como terminó: entregando el gobierno a la derecha por segunda vez. Ni siquiera tuvo la capacidad de autocrítica como para entender que las expresiones de rebeldía que surgieron en 2019 fueron incubadas por sus propias inconsistencias.
Si esa vez fui rebelde (apoyé a Alfredo Sfeir), no puedo serlo menos ahora, cuando veo que los acontecimientos me dieron la razón.
La candidata tiene varios aspectos que la hacen incluso inferior a “Bachelet 2013”. La ignorancia que ha demostrado respecto de las propuestas que la llevaron a ganar la primaria (más allá de los errores tácticos de sus contendores); las inconsistencias de sus dichos (un ejemplo basta: promotora de una “reforma previsional” que hace más fuertes a las AFP y que ahora insiste en que intentará eliminarlas); el “cosismo” al que reduce sus propuestas; las promesas livianas como si bastara con sus decisiones para conseguir resultados (el sueldo mínimo de 750 mil pesos), olvidando la existencia de un Congreso que debería aprobarlo.
Me han acusado, por otros artículos, de anticomunista. No lo soy, pero tampoco puedo hacerme el ciego o sordo cuando sabemos que el modelo que propone, en lo táctico y lo estratégico, en lo programático y en la acción política, dista con mucho de las propuestas de cambio y perfeccionamiento de la democracia chilena que buscamos los que creemos en la participación organizada del pueblo en la base social, la institucionalización de los mecanismos democráticos, la justicia, la libertad y la solidaridad como principios fundantes de una nueva manera de vivir en sociedad.
El “cosismo” de Jara permite sostener un discurso por un rato, pero no sirve para gobernar. Ya vemos lo que ha pasado con Frente Amplio y su alianza con el Partido Comunista y otros grupos que se autodenominan “socialismo democrático” (aceptando tácitamente que el socialismo de sus socios no es democrático).
A Boric no le ha ido bien no sólo por la oposición de la derecha, sino justamente por los errores de sus propios partidarios que lo han tratado con dureza, han votado en contra sus proyectos, han organizado acciones objetando sus decisiones. Incluso la propia candidata lo ha hecho en varias materias, a pesar de que haber sido parte del gobierno es lo que la impulsó a la posición que tiene.
Que la derecha se opusiera, era previsible. Pero que lo hicieran los suyos, podría haber sorprendido a los analistas más académicos. A mí no, porque conozco los libretos y a los actores del drama. Si a eso se añade los estilos de gobernar, no del presidente que se ha mostrado abierto a las correcciones, pero sí de muchos de los importantes funcionarios y dirigentes de los partidos, que han mostrado actos de soberbia; posiciones de desprecio por los demás; autoritarismo basado en una supuesta superioridad moral; y actos de corrupción, desorden e impericia, las expectativas resultan precarias.
No votaré por Jara.
¿Y Mayne-Nicholls? No lo conozco personalmente. Alguien me decía: “Es una buena persona, caballero, mesurado, eficiente en lo que ha hecho, pero eso no basta para ser un buen presidente”. Tiene toda la razón mi interlocutor, pero parece ser un buen punto de partida, sobre todo cuando es justamente lo que está ausente en otros que se han dedicado a construir propuestas sobre la base del “cosismo” y la descalificación de los adversarios.
Lo valioso de su propuesta está en el estilo. Ante la pregunta periodística de cómo piensa hacer las cosas que requerirán apoyo parlamentario sino tiene listas para el Congreso, su respuesta es simple: “Con todos los que quieran”. Lo primero que haré, dijo, será reunirme con todos los partidos. Desde ahí partimos, porque a él lo inspira otro espíritu.
Él no es un candidato hecho en maquillaje y escenografías: es un hombre directo, claro, sin pretensiones de perfección, que sabe que se equivoca, rectifica y se disculpa. Es una persona real, con ideas claras, pero que sabe conciliar. Como dice el proverbio árabe, es valiente sin ser temerario y es prudente sin ser cobarde. Sabe reír, sabe enojarse, no insulta, pero puede ser agudo en sus preguntas.
Creo que no será el gran presidente que conduzca a Chile al cambio que muchos esperamos, pero podría ser un presidente razonable, que ponga en marcha mecanismos de relación social en un país dañado por la agresividad, la violencia ambiente, la grosería, la vulgaridad.
Si es elegido presidente al menos detendrá esta caída ética que domina el ambiente de la política. Podría iniciar un proceso de concierto político que permita resolver los problemas (“cosismo”), pero también mirar con un poco de perspectiva lo que deberá venir en las próximas décadas.
Una presidencia así, en las que todos sientan que tienen espacio para contribuir, en la que el tono conciliador predomine, puede activar energías y espacios para la reorganización social, la revitalización de las instituciones y el avance en un cuadro de valores en que la justicia, la rectitud, el espíritu de colaboración, la libertad, el sentido del aporte del Estado, sean claves para las tareas por delante.
La educación requiere de miradas de mediano y largo plazo. La seguridad y la salud, de medidas urgentes. La economía de urgencias y proyección. Las relaciones internacionales de audacia, solidez y respeto. Todo hecho por personas que sepan, que tengan ideas nuevas y energías jóvenes que se combinen con la experiencia de tantas personas que pueden aportar.
Votaré por Harold Mayne-Nicholls.
¿Y en la segunda vuelta?
Eso es harina de otro costal.
Enviando corrección, espere un momento...
