Es decir, vivía una experiencia límite pero es probable que no poco frecuente en cierto tipo de escritores: la voracidad de la escritura, esa capacidad de absorción de la vida del escritor al que verdaderamente consume y tuerce de la vida común y corriente dejándolo en una especie de extrañeza.
La temporada en el infierno ha sido tal cual: José Donoso sigue buscando a su Rimbaud. Se siente solo, abatido, inconforme, con ganas de irse o que se vayan, ganas progresivas de relaciones homosexuales vivificantes, se reconoce y desconoce como homosexual “practicante”, reconoce y desconoce a su mujer como “borracha”, su norte es la hija que es lo único que lo sostiene, peleas repentinas por cuestiones muy domésticas relativas a su comportamiento y educación, Casa de campo de pronto se le deshace y no vale nada, no vale la pena, se le están soltando los dientes, etc., un caos, todo.
Los españoles no le gustan, tiene ganas de irse de Calaceite. Y sus cuentas: cada vez le tengo más respeto a esa manía delirante de los registros dolarizados, sus cuentas en Suiza, la ideación financiera que le dé réditos para vivir. Espera ganancias por guiones, películas y artículos. También proyecta que alguien se muera. Buñuel: “¡Viejo canalla! ¡Cómo subiría todo lo mío si él hiciera El lugar [sin límites]!”. Nunca lo hizo y lo dejó desolado.
Pero el aire ha venido de su viaje a Princeton. Donoso se está dando besos en los dinteles de las puertas, se acaba de acostar con un estudiante de 25 años, va a los bares, a fiestas, a comidas, a bailoteos en los que dice desear a unos y otros. Relajo, rockero total.
En Sitges continúan las escenas “histéricas” de su mujer que lo animan a irse, a dejarlo todo; no sabe qué hacer. En Chile ha muerto su madre. Latero cuando se tira de cabeza contra otros niños aledaños a la hija porque no la toman mucho en cuenta, o los reputa de lo peor; latero cuando deja tan poco al azar, todo lo quiere programado, calculado: fome. Quiere hacerse amigo de para llegar a a; ese cálculo me mata.
Si tuviera que elegir un momento entre las 746 páginas de estos Diarios centrales. A Season in Hell, de José Donoso cubriendo el período 1966-1980 (edición de Cecilia García Huidobro, 2023), escogería la entrada del 17 de abril de 1976. ¿Por qué? Porque ahí está exasperado, en una posición al interior de uno de los paralelepípedos de Francis Bacon: doblado, con el espinazo al aire, los músculos raídos, la mandíbula desencajada en tonos rosáceos y trazos negros.
Es una de esas situaciones anodinas por lo triviales, pero que de pronto se reconfiguran de tal manera que ahí mismo aparecen significados que conectan con lo más recóndito de cualquiera.
¿Qué pasó? En Sitges Donoso fue a una fiesta en la que se armó un jolgorio, canturreo, chistes, y etc., pero de pronto se amurró. ¿Motivo? ¡Se reputó a sí mismo sin ninguna gracia! Se dijo que no era gracioso, que no sabía contar chistes, que no le interesaba serlo, que nunca lo había sido, se desencajó absolutamente en la fiesta, se quería ir a la casa donde lo esperaba lo único que sabía hacer: escribir, y estar con lo único que podía estar: su novela. Y tanto se amurró que se fue sin decirle a nadie y armó esta frase colérica: “Me dio asco la necesidad de divertirse”.
Es decir, vivía una experiencia límite pero es probable que no poco frecuente en cierto tipo de escritores: la voracidad de la escritura, esa capacidad de absorción de la vida del escritor al que verdaderamente consume y tuerce de la vida común y corriente dejándolo en una especie de extrañeza.
Es evidente que Donoso alguna gracia tiene, pero desea que sus gracias (reflexión fina, observación, imágenes, odios, tramas, etc.) se luzcan en la escritura, se anuden a la palabra que las exhibe. En el mundo de fuera Donoso no juega ningún papel ni le atrae jugar uno, quiere pasar simplemente para jugársela en otro lugar. El afuera solo le atrae en ese círculo externo en que su ego se refocila en la pirita de la escena literaria: menciones, contratos, flujo de caja, entrevistas, sentirse tomado en cuenta: pertenecer. Ésta es su relación problemática con los monstruos de la Rinconada (El pájaro), Fuentes, Vargas-Llosa, García Márquez, Cortázar, Barral, Balcells, todos haciéndose musarañas, con sus afeites, capelinas, piernecitas rechonchas, junto a sus mapas del universo al que salen a vender sus libros por miles. Pero sabe que ahí no está él, aunque nunca sepa quién es él. Su él vive fragmentado igual que en sus novelas, se compone y descompone con la disponibilidad y exigencia de las situaciones, lo busca desesperadamente.
Donoso vive en la escritura. En esas palabras que la urden hay, además, plisada una próstata, vesícula, hígado, dolores a las rodillas, etc., porque todo lo imprimió ahí, paginó su vida. Tal es la experiencia que no olvido esa frase que me sirve ahora de apoyo: “Amo esta nueva caligrafía mía. Es como si hubiera encontrado otro yo, y no sé cómo lo encontré”, estampada en Correr el tupido velo (Pilar Donoso). El deslizamiento le produce la conmoción de encontrarse, en la manualidad de ese trazo se ve. El escrito es su guarida, su espada, el caldero burbujeante de las brujas de Macbeth que verdaderamente le arroja imágenes sobre su propia existencia.
Por todo esto uno quiere tanto a Donoso. Se puede tener la sensación de que lo tuvo todo en contra, pero todo lo venció esa vieja carcasa. Obras aledañas han envejecido muy rápido. Y El obsceno pájaro de la noche que el propio Donoso reputaba de novela áspera, aburrida, densa, lenta, sin concesiones con el lector, sigue ahí, firme, enviciando a quien la lea y escalando sobre otras que tuvieron más marketing, sex appeal y hervor político. Lo político se desacreditaba ante Donoso a menos que lo político agachara el moño ante la estética, la poética, el dispositivo literario del caso; en otras palabras la dejaba hablar si a la política le torcía la lengua y la hacía hablar de otra manera.
En un momento en que las identidades estaban tan definidas y actuaban en la historia plenamente acordes con sus contenidos prescritos por los manuales, como burgués / proletario, capitalista / anticapitalista, en fin, de la mano de Nathalie Sarraute, Carl Jung, Djuna Barnes y Tiresias, Donoso fragilizó hasta el tuétano tales atribuciones y sentido de su acción; las pertenencias y tramas se disponían de una manera mucho más abisal en la psique humana. Realmente Donoso reventó la fiesta en la época del éxtasis de las masas.
Que en su tumba junto al mar diga Escritor, alza la única identidad para la que vivió José Donoso.
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