La protección social no es un lujo. Es la base de una democracia que no deja a nadie afuera. El próximo gobierno no solo debe administrar bien. Debe decidir si quiere un Chile que cuide, o uno que se lave las manos ante la desventura de algunos o muchos de sus ciudadanos.
A medida que las campañas presidenciales toman vuelo, empieza a quedar más claro qué entiende cada candidatura por “vivir mejor”. Porque no basta con hablar de crecimiento o seguridad: lo que está verdaderamente en juego es quién protege a quién cuando la vida se vuelve difícil. Enfermarse, envejecer, criar, perder el empleo, necesitar cuidados: todos –sin importar ideología– hemos pasado o pasaremos por ahí. Por ello el debate sobre protección social no es secundario ni pasajero, es estructural.
En ese campo, hay visiones distintas hoy en disputa. Y no todas reconocen que detrás de las cifras hay vidas reales que debieran conmover. Echamos un vistazo a los programas de los tres candidatos estrellas en las encuestas y sacamos algunos apuntes gruesos que merecen una posterior profundización.
Jeannette Jara
Jara: un modelo que se insinúa, pero aún no se atreve. La candidatura de Jeannette Jara esboza (recalco la palabra esboza) una hoja de ruta hacia un modelo socialdemócrata moderno, donde el Estado juega un rol activo, articulando crecimiento con cohesión social. El texto lo dice claro: “Debemos construir un Estado que garantice condiciones de vida que nos permitan desarrollarnos dignamente y recompense nuestro esfuerzo”.
Su programa apunta a fortalecer la salud pública, reformar las pensiones, avanzar en un sistema nacional de cuidados con enfoque de género y garantizar acceso a vivienda y educación.
Pero aún se percibe cierta ambigüedad estratégica que denota el temor de decir con todas sus letras que se busca reforzar (porque de reforzar se trata) un Estado de bienestar a la manera europea.
De hecho, se alude repetidamente a “un gobierno que escuche y cumpla”, pero sin declarar abiertamente que se trata de construir una sociedad de derechos sociales de tipo socialdemócrata, sin subvertir el capitalismo, el mercado y la democracia liberal. Sustrato que aún late en parte de sus sostenedores y en el propio partido de la candidata.
El enfoque participativo y territorial está bien delineado, pero falta esa afirmación inequívoca que permita decir: señoras y señores, esto es un programa socialdemócrata y no tenemos por qué ocultarlo. En tiempos donde la desprotección se ha vuelto norma, la claridad doctrinaria también es una forma de cuidado social. Creo yo.
Evelyn Matthei
El programa de Evelyn Matthei reconoce el agotamiento del modelo actual, pero su respuesta se apoya en una lógica de focalización, eficiencia y autonomía individual, a la tradicional manera de la derecha.
Dice, por ejemplo: “El Estado no será más un botín, sino una institución que trate bien a las personas y respalde su dignidad”. Bien dicho, pero ¿cómo se traduce eso en derechos concretos? Porque “tratar bien a las personas” dependerá siempre de quien las trate (personas, instituciones o Estado) y no de una obligación sustentada por los derechos de esas personas.
Matthei plantea medidas fuertes en salud, vivienda y educación. El eje es la clase media, como lo expresa sin ambages: “Hoy millones de familias sienten que, aunque han salido de la pobreza, viven en constante riesgo de retroceder”. Su diagnóstico es certero, pero la propuesta es más conservadora que transformadora: subsidios al empleo femenino, ampliación de salas cuna, mejoras en salud, pero sin reformas estructurales de los sistemas de protección social.
Más allá de la retórica del “nuevo ciclo”, lo que hay es una promesa de mejor gestión, no de nuevo pacto social. Matthei no desprecia lo público, pero evita decir que el Estado debe garantizar derechos universales. En esa omisión reside el límite ideológico de la eficiente gestión sin horizonte de justicia social.
José Antonio Kast
Kast: retroceso con traje de orden. El programa de José Antonio Kast es el más claro –y también el más preocupante– en su orientación político/social. Su visión de protección social es minimalista y profundamente ideológica. Se opone abiertamente a la expansión del Estado, apuntando a su reducción orgánica, de funciones y de programas sociales y culturales.
Kast propone un modelo de autosuficiencia individual y a la familia como único soporte social. Lo público aparece como un problema, no como solución. La salud, las pensiones y la educación deben, en su lógica, ser materia de oferta privada: más vouchers, más seguros, menos regulaciones.
Lo más revelador es su crítica al actual modelo solidario: “Ha permeado de manera profunda la idea de que el Estado de proveer todo”. Aquí no hay medias tintas, al exagerar reafirma su visión del Estado social como un error histórico.
Al llevar esa lógica a la práctica, lo que se instala es una sociedad segmentada, donde el derecho se convierte en una opción y la suerte personal sustituye a la garantía colectiva. La noción de mérito, en abstracto, puede sonar justa; pero aplicada sin el contrapeso de la solidaridad termina reforzando las desigualdades de origen.
Se olvida que nadie parte desde la misma línea; el mérito de un joven de Cerro Navia no es medido con la misma vara que el de otro en Vitacura. Así, lo que Kast presenta como incentivo al esfuerzo se convierte en un círculo vicioso que perpetúa las brechas y erosiona la confianza en el contrato social.
Proteger o sobrevivir
La pregunta de fondo no es técnica, sino ética: ¿queremos una sociedad que protege o una que obliga a sobrevivir por tus propios medios o “méritos”? Una donde el esfuerzo se premia con redes de apoyo, o una donde caer es sinónimo de quedar solos.
Reitero, Jeannette Jara tiene la oportunidad de liderar un nuevo pacto social democrático. Pero para lograrlo debe abandonar las ambigüedades y decirlo sin rodeos: Chile necesita un Estado que proteja, no que solo observe y regule con mano firme el libre mercado. Evelyn Matthei podría sumar si deja atrás la mirada tecnocrática y se atreve a poner justicia social en el centro. Kast, en cambio, ofrece un viaje al pasado, un país sin Estado, donde la suerte manda más que el derecho.
La protección social no es un lujo. Es la base de una democracia que no deja a nadie afuera. El próximo gobierno no solo debe administrar bien. Debe decidir si quiere un Chile que cuide, o uno que se lave las manos ante la desventura de algunos o muchos de sus ciudadanos.
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