Esta ausencia de “relato” (como dicen los expertos) es, ni más ni menos, que el cruel reflejo de nuestra pobre realidad marcada únicamente por un incierto presente, sin pasado ni futuro. En ella se refleja a la perfección el actuar de la mayoría de la clase política.
Hay ocasiones en que pasado, presente y futuro, se entrelazan en nuestras mentes. Nos parecen un todo indisociable y hasta se nos confunden en algunas ocasiones en las que, imaginándonos el futuro, no hacemos otra cosa que proyectarnos sobre nuestro propio pasado. Y sucede que este fenómeno impreciso y confuso no solo se sitúa en el plano individual.
En efecto, hay observadores que estiman que esta sociedad postmoderna se encuentra envuelta en una contradicción singular, en la que, justamente, no se distinguen con nitidez estos tres estados.
La explicación estaría en la creciente “presencia del presente” en todas las esferas de la sociedad, lo que termina por caracterizar a nuestra época que, obnubilada, es incapaz de contemplar su pasado para tomar en cuenta su historia.
Concluyen que nos encontramos en un período dominado por el instante, por lo inmediato, sin anclaje ni referencias precisas; el que también ha perdido las ilusiones sobre el futuro, aquellas que provenían de ideologías que lo anunciaban radiante y esplendoroso, con loas tales como “La tierra será el paraíso de toda la humanidad” (La Internacional).
Las redes de información desarrolladas exponencialmente en los últimos años a través de las nuevas tecnologías han venido a rubricar esta realidad, ayudando a canalizar la inmediatez y reduciendo a su mínima expresión aquellas visiones que resultan de un análisis fundado, con el consecuente empobrecimiento de las ideas y del juicio ilustrado.
La meta de esta carrera pareciera ser, en última instancia, la de relegar conjuntamente al pasado y al futuro a los archivos de las bibliotecas, cuando no a los corrales del ganado. En la celeridad que exige el instante presente, la expresión de las ideas se vuelve cada vez más sinóptica y superficial. Lo complejo se excluye o simplemente se condena. Basta con la simplificación del mensaje que expresa una opinión cualquiera, cuya legitimidad ya no reposa en su pertinencia, sino en el mal llamado “respeto” a quien la expresa.
El anhelo tácito del generador de opiniones de este tipo es que otros piensen por él. El lenguaje mismo se achica y achata, hasta llegar a perder el significado de verbos y adjetivos. Entonces, ante la ausencia de la lectura y escritura, la tendencia es recurrir a la imagen, al humor de risa fácil, a dar rienda suelta al resentimiento y la rabia por la incapacidad de poder expresar en palabras aquello que va generando el pensamiento.
Y, en el amparo que ofrece a menudo el anonimato de las redes, el insulto se encarna en el mensaje y se apodera de una falsa comunicación que nos ilusiona con ser expresión e intercambio, a sabiendas de que conlleva ignorancia, esa que se convierte fácilmente en bestialidad.
A quien exprese alguna crítica a este respecto, se le descalifica con vehemencia, recurriendo para ello a esa explicación tan sin sentido que consiste en decir que es lo que “pide o le gusta a la gente”. Lamentablemente, esta situación de verdadero impasse societal, abarca desde lo más simple, hasta aquello que dice relación con el país y su destino.
Al querer responder únicamente al presente, las medidas económicas y sociales que se adoptan se doblegan fácilmente ante lo urgente, buscando satisfacer la demanda inmediata “de la gente”.
La demagogia —esa que corroe hasta la esencia de la democracia— se erige como la única alternativa de esa interpretación poco factual y hasta antojadiza de la urgencia. Los retiros de los fondos previsionales son un ejemplo, el reciente aumento del endeudamiento del Estado, el proponer plebiscitar la pena de muerte como remedio para afrontar la delincuencia, el querer pasar motosierra al gasto fiscal…son otras ilustraciones de esta demagogia contagiosa, pero hay muchas más, y en todos los sectores políticos.
Sin recoger la más mínima enseñanza de nuestra historia, preocupada exclusivamente por responder al presente, la mayoría de la clase política pareciera no interesarse en la proyección del país hacia el futuro. ¿Para qué? El futuro es abstracto; no da réditos ni votos.
Su falta de coraje y de entrega al servicio público, su inclinación permanente por el corto plazo y hasta la salvaguarda de intereses personales, la empobrece y la margina de sus representados y de la sociedad en su conjunto, para terminar siendo lo que simplemente es y que todos vemos. No son todos, por cierto, pero son muchos, y estos marcan a fuego la tendencia.
En esta lógica (por llamarla de algún modo) nada más normal que encontrarnos en una campaña electoral con candidatos que prefieren el baile al debate, la receta de cocina al trabajo de equipo, la frase fácil de exclusión o amenaza al diálogo, la selfi de circunstancia con una mascota en los brazos, la promesa, sin pudor ni recato, de construir un estadio a cambio de firmas, la retractación de aquello que se afirmó el día anterior, la negación de lo prometido hasta terminar por renegar de sí mismo. Al escarbar más allá de la frase cliché o la consigna de aquellos candidatos, nos encontramos con una orfandad de ideas que genera justificadas aprensiones.
Tener en cuenta este fenómeno —no taxativo ni excluyente— ayuda tal vez a comprender la pobreza que se observa en la presente campaña. Al buscar caracterizarla con algunas pinceladas, tratando de mantener un poco de distancia, observamos esa insípida monotonía que provoca la ausencia de proyectos y de un horizonte cualquiera.
Hasta las proposiciones técnicas, o disfrazadas de tales, no alcanzan a encarnarse del todo en los postulantes, y sus propuestas de coyuntura se diluyen y olvidan en un santiamén. Lo que sí vemos en una parte importante de ellos es la irresponsabilidad de comprometer lo imposible de cumplir, hipotecando los intereses de millones de chilenos.
¿Quién, entre ellos, es capaz de explicar este Chile del 2025? ¿Quién se atreve a entregarnos un sueño colectivo? ¿Quién evoca algunas pistas serias de desarrollo humano, con sentido ecológico, que no sean únicamente el resultado de un hipotético crecimiento económico, no siempre equitativo, por lo demás? Esta ausencia de “relato” (como dicen los expertos) es, ni más ni menos, que el cruel reflejo de nuestra pobre realidad marcada únicamente por un incierto presente, sin pasado ni futuro. En ella se refleja a la perfección el actuar de la mayoría de la clase política.
Aún quedan varias semanas de campaña electoral. A esta altura y, así las cosas, se podría temer lo peor. Lo escandaloso atrae, lo chabacano gusta, dicen los expertos en marketing electoral. No debiéramos entonces extrañarnos si acaso vemos a algún candidato o candidata corriendo a caballo en la media luna para el dieciocho, lanzándose un piscinazo o tal vez animando alguna fonda con una danza del vientre en tenida playera, todo esto transmitido en directo por la tele y multiplicado hasta el infinito por las poderosas, pero no menos peligrosas, redes sociales.
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