Las primeras observaciones de los fragmentos de un objeto interestelar muestran que contienen cantidades extremadamente altas de berilio, lantano y uranio, una composición nunca antes vista en el Sistema Solar.

Un equipo liderado por el reconocido astrofísico de la Universidad de Harvard, Abraham (Avi) Loeb, ha analizado y confirmado que los fragmentos del meteorito caído en la Tierra, IM1, tienen un origen externo al Sistema Solar, según se detalla en un estudio presentado en el sitio de prepublicaciones científicas arXiv.org, que aún debe ser revisado por sus pares.

El 8 de enero de 2014, IM1 cayó en el océano Pacífico, cerca de Papúa Nueva Guinea. En un principio, se desconocía de dónde pudo haber llegado este objeto, pero Loeb ya había advertido que se trataba de un bólido que presentaba características inusuales.

Fue el mismo Mando Espacial estadounidense de la NASA quien, gracias a las mediciones de velocidad realizadas por sus satélites, confirmó oficialmente el 1 de marzo de 2022 que se trataba de un objeto interestelar, el primero en llegar a la Tierra.

La expedición al Pacífico del Proyecto Galileo

Loeb, quien es conocido por sus controvertidas teorías, como que Oumuamua, una roca espacial que cruzó velozmente el Sistema Solar, era una nave extraterrestre, ha estado trabajando desde 2021 en el Proyecto Galileo, el cual se encarga de buscar tecnología de origen no terrestre.

Junto a su equipo de investigación, Loeb realizó una expedición entre el 14 y el 28 de junio pasado a la zona donde IM1 había caído, en un radio de búsqueda de 10 kilómetros, para confirmar el origen del objeto astronómico.

Utilizando diferentes tipos de imanes, y una máquina con mapa de calor, los científicos lograron sacar debajo del agua, a dos kilómetros de profundidad, unas pequeñas esférulas de 0,05 a 1,3 milímetros de diámetro.

Un patrón nunca antes visto en el meteorito IM1

En concreto, el estudio preliminar sostiene que, de las 700 esférulas recuperadas del fondo marino, 57 de ellas no poseen una química propia del Sistema Solar. Por ejemplo, algunas de ellas están enriquecidas con el patrón berilio, lantano y uranio (BeLaU), combinaciones que no se encuentran en el Sistema Solar.

“Este patrón de abundancia no tiene precedentes en la literatura científica y podría haberse originado a partir de la diferenciación en un océano de magma en un exoplaneta con un núcleo de hierro”, dijo el coautor Stein Jacobsen, en un comunicado difundido por la Universidad de Harvard.

Los expertos calculan que antes de entrar a nuestro Sistema Solar, el meteorito IM1 se desplazaba a una velocidad de 60 kilómetros por segundo en relación con el estándar local del resto de la Vía Láctea, es decir, más rápido que el 95% de todas las estrellas en las cercanías del Sol.

Asimismo, sugieren que, como esta roca mantuvo su integridad a una velocidad de impacto en la Tierra de 45 kilómetros por segundo hasta una altura de 17 kilómetros sobre el Pacífico, este objeto está hecho con materiales extremadamente duros, al menos mucho más resistentes que las 272 rocas espaciales documentadas por la NASA en su catálogo de meteoritos del CNEOS.

Sugerencia sobre tecnología de “otras civilizaciones”

Si bien el estudio debe aún ser examinado en detalle por otros investigadores, Loeb y el equipo científico que lo acompaña sugiere que este objeto podría tener un origen artificial, aunque las pruebas de las esférulas no son evidencia suficiente para comprobar la idea.

“Encontrar la primera y la segunda hormiga en una cocina es alarmante porque implica que hay muchas más hormigas ahí fuera. Una tasa de detección aleatoria de una vez por década, para objetos interestelares del tamaño de un metro, implica que unos cuantos millones de estos objetos residen dentro de la órbita de la Tierra, alrededor del Sol, en un momento dado. Algunos de ellos pueden representar basura espacial tecnológica de otras civilizaciones”, sugiere Loeb en el sitio web de su proyecto.