El sábado a las 8:10 horas la Casa Real de Arabia Saudita tuvo que admitir que el escritor y periodista Jamal Khashoggi había sido asesinado en el interior del consulado saudita en Estambul, Turquía, y señaló que 18 sospechosos de ese crimen estaban presos y que varios altos miembros de los servicios de inteligencia de Arabia habían sido destituidos.

En su declaración, la monarquía de Arabia Saudita intentó hacer creer que la muerte de Khashoggi, se había producido en una pelea a puñetazos del escritor de 59 años, contra los 15 corpulentos individuos amatonados enviados a Turquía en un vuelo privado a hacerse cargo de él. Los mismo que dos horas después regresaron a su país amparados en su estatus diplomático.

El escando había sido demasiado grande, tanto que hasta el propio Donald Trump tuvo que amenazar a Arabia Saudita con durísimas sanciones de castigo si no se aclaraban las circunstancias y los autores del asesinato.

Mientras en Arabia Saudita parecen estar afinándose en una canción sorpresiva y distinta, en América Latina el tema de Brasil parece extremadamente desafinado a sólo una semana de la dramática segunda vuelta.

Hasta aquí los pronósticos para la segunda vuelta son cómicamente iguales que los que se hicieron en la última elección presidencial de Estados Unidos.

Cualquier cosa puede suceder en Brasil el domingo próximo, y a esa cualquier cosa de todos modos hay que prever un futuro tumultuoso y muy desfavorable para el más importante de los países sudamericanos, cuyo Producto Interno Bruto supera los dos millones de millones de dólares.

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