A más de un mes de haberme enfermado, quitarme de encima el coronavirus ha sido un proceso más tortuoso que la reconquista de Granada.

Las buenas noticias: el examen que me hice esta semana comprobó que ya no tengo activo al maldito Sars-Cov-2. También que no generé anticuerpos, lo que en un momento me pareció muy intrigante hasta leer -y que un inmunólogo me confirmara- que no todos los pacientes los generan. Verán, en cerca de un 13%, como al parecer es mi caso, no son los linfocitos B (productores de anticuerpos) los que lideran la batalla, sino los linfocitos T, que prefieren la estrategia de lanzarse a lo berserker vikingo contra los virus (tuve que volver a ver “Érase una vez el cuerpo humano” para comprenderlo).

Por un momento temí que esto me dejara a fojas cero contra una nueva infección, pero también me explicaron que esto me deja con inmunidad celular en vez de anticuerpos, aunque de todos modos no puedo andar por ahí creyéndome Mario Bros con la estrellita de invencibilidad. Debo seguir las mismas precauciones que todos.

“Tu caso no es infrecuente, pues en estudios que se han publicado, la infección por Covid-19 deja un bajo nivel de anticuerpos del tipo IgG en no más del 5% de las personas recuperadas de un episodio, lo cual contrasta con el hecho de que aún no se han notificado pacientes con un segundo episodio de infección por Covid-19. Esto se explica porque la inmunoprotección que se produce con la infección es mediada predominantemente por células, y no por anticuerpos”, me explicó el doctor Óscar Venegas.

Sin embargo la gran pregunta era, si ya superé la Covid-19, ¿por qué sigo sintiéndome mal?

Por un lado, gracias a Jobs ya no tengo los síntomas más fuertes, pero todavía atravieso altibajos donde paso de sentirme muy bien a un malestar general repentino, con dolor muscular, enfriamiento, dolor de garganta y una falta absoluta de energía que me deja tirado en el sillón o la cama.

Frustrante como suena, hace temer que todo el ciclo pudiera empezar de nuevo.

Por un momento evalué que pudiera ser psicológico. No es extraño sufrir ansiedad y desmoralizarse frente a un virus que -en teoría- no debía quedarse contigo más de 14 días, para acabar sintiéndose tan cómodo como el hermano de Charlie Harper.

“Basta que apenas algo mínimo cambie en tu cuerpo un día y, de la nada, tu ansiedad se dispara hasta el techo. Esta es una de las cosas más duras y temibles con las que haya tenido que lidiar en mi vida”, solidarizaba conmigo Jarett DeSanti, un guardia de seguridad neoyorkino de 35 años.

Pero entonces me topé con este artículo sobre canadienses que reportaron los mismos síntomas poco usuales que yo: sin fiebre ni tos, pero mucho dolor y agotamiento. Y sobre todo, una duración de los efectos mayor a la esperada. Al menos no estaba loco.

Y quien me hizo entenderlo mejor fue esta publicación del doctor Gerald Coakley, un reumatólogo británico quien ha estado investigando el efecto de la fatiga post viral entre quienes hemos pasado por un cuadro leve a moderado de Covid-19 (sin hospitalización).

El médico señala que, si bien todos los datos son preliminares, cerca de un tercio de quienes enfermamos desarrollamos estos cuadros, con un esquema muy parecido: tras los primeros días de entusiasmo por haber superado una enfermedad que pudo ser muy seria, sobreviene una “fatiga abrumadora y dolores musculares” tras las semanas 3 y 4.

Esto no es nuevo, considerando que se observaron cuadros similares con el coronavirus Sars en 2002 (neumonía asiática), aunque este virus era menos contagioso y más letal. Ahí, un 40% de los sobrevivientes desarrollaban fatiga post viral durante meses, y un 27% incluso, síndrome de fatiga crónica.

Pero volviendo a nuestra infame Covid-19, la recomendación ante estos cuadros es volver gradualmente al trabajo. Me sentí plenamente identificado con la descripción de haber cometido el error de sentirme muy bien -casi eléctrico y comenzar a retomar mis funciones a plenitud… sólo para desfallecer a medio día como si se me hubiera cortado la correa del motor. Y ahí, nuevamente a languidecer en cama.

“Cuando la gente comienza a sentirse mejor, es tentador regresar de lleno al trabajo, a los hobbies o actividades sociales. Es crítico que esto se haga lentamente -explica el doctor Coakley- Es bueno retomar en algún grado las actividades, pero lo realmente importante es hacerlo lento, de forma suave y a partir de ahí ir incrementando gradualmente. La gente debe evitar llegar al punto de fatiga y retormar sus actividades en periodos manejables. Mantén bajas tus expectativas y pon atención a la forma en que tu cuerpo va lidiando con esta transición. Lo mejor es detenerte antes de que te sientas cansado“.

El médico incluso cuenta la forma en que algunos colegas suyos, afectados por la Covid-19, regresaron a sus labores.

“Algunos de mis colegas médicos se dieron cuenta de que quedaban totalmente agotados para la hora de almuerzo, por lo que comenzaron a trabajar tres mañanas a la semana. Entonces, gradualmente fueron aumentando a 5 mañanas y, sólo cuando comprobaron de que podían sostener ese ritmo sin problemas, volvieron también a las tardes y a un esquema de tiempo completo”, concluye.

Al menos ahora sé qué ocurre. Y créanme, en un escenario de una enfermedad tan nueva que en realidad nadie puede asegurarte con precisión qué está pasando, tener un trocito de certidumbre es como una tabla de salvación en un naufragio.

Te devuelve la tranquilidad, un activo muy valioso en estos tiempos.

Christian F. Leal Reyes
Director – BioBioChile