En plena Guerra del Pacífico, con Espanto por personaje, el agua milagrosa, que da vida, pero también provoca el sinsentido de la muerte. Un relato que cruza por el sur de Chile y termina en el desierto norte. Donde pocos sobreviven. Como en toda guerra, pasan balas por sus páginas.


Por Marcel Socías Montofré

Un destello de creatividad, una obra fundacional en las páginas de Aguafuerte, de Simón Soto, que viaja desde noviembre de 1879 –en pleno conflicto de Chile con Perú y Bolivia-, para instalarse con un subtexto que se amalgama y avanza –como jinete apocalíptico- al mismo vértigo que la guerra.

Incluso se bate a duelo entre los capítulos de “La guerra” y “Los perseguidos”.

Por eso y por suerte no es la clásica novela histórica donde la fantasía se toma algunas licencias literarias. Definitivamente es el revés. El contexto de la guerra es sólo un pretexto para construir magistralmente el hilo conductor de una historia mucho más profunda, que nace con Romero.

Tan antigua como el origen de la humanidad. Y también de los dioses.

Si es por extrapolar al cine, un wéstern gótico y por escrito. Con una suerte de Clint Eastwood pasado desde “El jinete pálido” hasta “Los Imperdonables”. La inefable condición humana. Incluso con “The Hateful Eight”, de Tarantino.

Los signos

Así se construye un libro de 358 páginas que se leen a gusto desentrañando acertijos, personajes, ciertos arrebatos místicos y momentos donde el paisaje se despliega como un relato epifánico.

Como en la página 214: “…son conocimientos viejos, que la gente del norte trajo a la gente del sur cuando aún no comenzaban las grandes guerras, cuando aún había bosque en el desierto, cuando aún se podía caminar por toda la tierra y los animales sabían que el humano era hermano suyo y por eso no se les lanzaban encima, respondió el lonco”.

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“Yo le cuento a usted,” -añade en la misma página- “porque nadie le va a creer. Nadie le va a creer qué es ‘Aguafuerte”, ni dónde está. Entonces, te habló del origen del agua, del origen del hielo, del origen de las nubes que permitían la existencia del aguafuerte”.

Luego empieza la guerra. No será fácil encontrar el punto de origen, aunque sí el punto sin retorno. La violencia de toda guerra –las tradicionales y también las personales-, el aroma a pólvora, a salitre, a caliche, purgatorio y misterio.

Mejor que un guion

Luego viene la patrulla perdida en el desierto. Romero, el gringo Graham, el capitán Ormazábal, el pije Ariztía, la singularidad de Espanto y el relato del matarife. También los martillos de las pistolas, una que otra batalla, con buen adjetivo y prolijamente relatada, como si se tratara de estar viendo una película.

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Una historia que se entrelaza con otras como las dunas. Que llega hasta Irlanda y Portugal. Que alcanzan cierto clímax en cada escena de batalla –contra los propios y también los ajenos-, despejando caminos entre tabernas, prostíbulos, espejismos del desierto, tamarugales donde calienta el viento y soplan caminos que llevan hacia Grito del Diablo.

Como en la página 319: “…otros clientes se pusieron de pie y sacaron pistolas”.

Mundos perdidos

También sacaron cuchillos, corvos, un fusil Coblain, sables, bayonetas, sus animales internos, su violencia en la caverna y una novela como Aguafuerte, que se mueve ágil esquivando balas y el paso del tiempo, aportando con Espanto y su mantilla gótica, ese personaje que surge de la nada y de la nada construye un mundo en el desierto.

Se funda cerca del agua. Entre los escombros de la guerra. Como en la página 349: “…ahora ellos y nosotros perdidos, mutilados, al borde de la locura, muchachos, aunque la diferencia era esencial; nosotros deseábamos alejarnos del huracán, ellos se adentraban y querían ser arrastrados, despedazados, ansiosos de tocar el abismo”.

A lo lejos se ve la figura de Espanto, el personaje, montado entre las dunas. Relincha el desierto.

Portada de Aguafuerte
Editorial Planeta

Aguafuerte

Simón Soto
Editorial Planeta
2023