No hay nadie. Ni turistas, ni caracolas, ni perro que le ladre. A solas la tumba y casa de Pablo Neruda en Isla Negra. No por abandono, por cierto, que bien sabe la Fundación y todo el balneario el atractivo turístico y comercial que genera el segundo Premio Nobel de Chile. No hay nadie. La Canción Desesperada también está en su debida cuarentena.

Marcel Socías (c)
Marcel Socías (c)

Por Marcel Socías Montofré

Por eso es que muchos habitantes del litoral central de Chile piden a gritos que se cierren las rutas de ingreso. Porque el riesgo del coronavirus no es una metáfora del canto a la muerte. Es la muerte misma. Al menos su riesgo. Sobre todo en pueblos costeros tan frágiles como Isla Negra. Esa precariedad provinciana del Chile que no es Santiago y que hoy se siente a flor de piel por la pandemia y su Residencia en la Tierra.

Así lo han comprendido las autoridades locales del Litoral de Los Poetas, desde San Antonio hasta Algarrobo, pasando por Isla Negra, que a falta de recursos intentan al menos contener la llegada de potenciales contagiados. En serio. No es exageración. Si hasta la camioneta ambulancia antigua de El Tabo parece más digna de museo que de confianza.

Y resulta así un paisaje extraño. Como si de un momento para otro la melancolía de Los Versos del Capitán se palparan en el aire. Lacónicos junto a la soledad en Isla Negra. Una soledad extraña para un sitio y lugar donde habitualmente hay feria de artesanos, cantantes callejeros, vendedores del souvenir nerudiano y una flora y fauna comercial que alegra el paisaje de la casa mausoleo en la zona de Quebrada de Alvarado (sabiendo, por cierto, que el nombre de “Isla Negra” fue otra jugarreta en vida del poeta de Temuco).

Marcel Socías (c)
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Ahora todo es silencio. Tal como el que esperaba Neruda cuando pidió por favor que lo enterraran junto al mar. Como el silencio y hasta olvido que sufre su sueño de fundar una ciudad a dos kilómetros de distancia de su tumba, llegando a Punta de Tralca. La mítica ciudad de Cantalao que anunciara en su única novela. El Habitante y su Esperanza (1926).

Aunque luego de su muerte y por decisiones varias sólo terminó siendo un improvisado parque de 4,3 hectáreas sin alojamiento para artistas como propusiera el mismo Neruda al comprarlo en 1968 a precio de oferta junto a los acantilados.

Marcel Socías (c)
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Pero ese es otro tema para mejor momento. Ahora los sonetos están en silencio. Tan sólo un cartel escrito sin verso y con mucha responsabilidad a la entrada de la casona echada junto a los roqueríos negros. Cerrada hasta el 31 de marzo. Obviamente con la posibilidad cierta de extender los plazos hasta que la pandemia lo permita.

Como cerrada también está la casa de su vecino Vicente Huidobro en Cartagena y cerrado por otras razones más familiares el domicilio de Nicanor Parra en el balneario de Las Cruces. Cerrado el Litoral de Los Poetas.

Marcel Socías (c)
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No hay nadie. Y tal vez por eso se puede apreciar mejor el ambiente real que vivió Pablo Neruda en la zona cuando no estaba paseando por sus otras casas en Chile. Cuando buscaba restos de maderos para su escritorio entre zarapitos de la orilla de mar, pilpilenes y hasta uno que otro colibrí. Aves que aprovechan la calma del océano Pacífico antes de que el Crepusculario turístico terminara por convertir la tumba del poeta en lugar de peregrinación cultural.

Ahora hay calma. Se escucha el sonido del mar. Crecen los pinos. El sol de otoño entibia amable sin tanta sicosis comunicacional. Las autopistas están vacías como si de pronto todo fuera un flashback -o analepsis, o escena retrospectiva, como diría el propio Neruda en su buen uso del castellano.

Ahora se respira el ambiente y los tiempos en que el dueño del hogar en Isla Negra fuera Don Eladio Sobrino, viejo marino español que en 1938 le vendió su cabaña de piedra a Pablo Neruda. El ambiente de la zona cuando aún encallaban barcos en los roqueríos de bajamar –en el trayecto de San Antonio a Valparaíso-, como el naufragio del vapor Castilla a principios de marzo de 1940, justo en la playa que marca el límite y puente entre Isla Negra y El Tabo del poeta Jonás (Jaime Miguel Gómez Rogers, 1940-1985).

Marcel Socías (c)
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Si hasta la propia Violeta Parra veraneó responsablemente por estos lados costeros de Chile al centro. Hay fotos –que la palabra selfie no da para escribir décimas-, como feliz testimonio de sus veranos juntos a Teresa Vicuña.

Y precisamente tanta selfie es la que molesta a los habitantes de la zona. Las que vienen sin amor en los tiempo de la pandemia. Sin consideración. Sin escuchar del todo el significado fraterno que al menos en sus escritos escribió por los otros Neruda. Al menos para confesar que había vivido.

Precisamente de eso se trata. De vivir para contarla, como diría su amigo Gabriel García Márquez. De eso se trata. Por eso no venga y aprovechen de leer los libros de Neruda, sobre todos los últimos en vida, para comprender mejor por qué amaba tanto la vida, Isla Negra y esa costa central de Chile que siempre tiene calma de otoño a invierno.

Marcel Socías (c)
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Por eso no vengan por ahora. Pronto habrá tiempo para El Libro de Las Preguntas. Por ahora mejor la vida.

Por ahora la respuesta es una sola y por muy Estravagario que suene: hay que mantener no sólo la distancia por estilo poético de Neruda, sino también para que todos podamos confesar que después de la pandemia hemos sobrevivido.