1988, la “batalla era desigual”. El pinochetismo tenía copado los medios de comunicación y las calles, a lo que se sumaba el hostigamiento de las fuerzas policiales (léase Carabineros de Chile y “civiles” con corte de pelo que los delataban, o de los otros, esos que se movilizaban en vehículos sin “placa patente”, como dicen algunos).

Afiche Hay tantas formas de decir NO, EM (c)
Afiche Hay tantas formas de decir NO, EM (c)

Habíamos creado e impreso, con Geraldine Gillmore, Leonardo Ahumada, Paola Cantergiani, Paulina Veloso y yo, el afiche “Hay tantas formas de decir PiNOchet”, que vendíamos a precio de costo en manifestaciones, universidades y sedes de la campaña. También enviamos copias a varias ciudades del país. Todo a pulso y fuera de la “institucionalidad” de la campaña del NO.

Detalle "Hay tantas formas de decir PiNOchet", EM (c)
Detalle “Hay tantas formas de decir PiNOchet”, EM (c)

A solicitud de varias personas, que querían tener el afiche en sus casas o lugares de trabajo, sacamos del afiche a Pinochet y dejamos sólo el NO.

También entregamos a distintas librerías el afiche para que tuviera presencia. Pero nos faltaba la calle…

La calle de los vendedores ambulantes

Quería que el NO estuviera en la calle, en un lugar que el SÍ no podía ganar. Yo, que había estado en muchas manifestaciones opositoras y también como atento observador de algunas a favor de la dictadura, en particular aquellas frente al entonces llamado “Diego Portales”, sabía que nuestro afiche podía “ganar” la calle de los vendedores ambulantes -esos que toman el pulso de lo que anhela la gente-, que si querían lo podían vender (a pesar del miedo) y que muy pocos o nadie iba a estar dispuesto a comprar uno del SÍ.

Manifestantes a favor de la dictadura, 11 de septiembre de 1996 o 1997, EM (c)
Manifestantes a favor de la dictadura, 11 de septiembre de 1996 o 1997, EM (c)

Fui al Paseo Ahumada en más de una oportunidad para ver si había interesados. Y no los hubo. Los vendedores ambulantes estaban controlados por unas pocas personas que decidían quiénes y qué podían vender. A ellos creo haber llegado. No querían meterse en política, sus negocios iban bien y no querían que las autoridades y los carabineros los molestaran.

Pero un vendedor se apiadó y me dio el dato, la llave maestra…

Ella que está esperando guagüita

“Hable con esa mujer, ella no es de aquí, pero la dejaron porque está esperando güagüita. Ella le puede vender, y no le dirán nada”, me dijo, señalándome con la pera una mujer que, si no me falla la memoria y no me engañan las idealizaciones, bordeaba los treinta años, medianamente bella, de gran cabellera negra, tez blanca o levemente morena. Se vestía de manera muy simple, como una mujer pronta a ser madre (código difícil de quebrantar en la época). Digo, se vestía más como una señora que como una joven relativamente atractiva que está soltera, aparentemente sin pareja y embarazada.

Me trató con algo de recelo al principio, el que creció al ver de qué se trataba lo que le estaba ofreciendo. Se puso nerviosa, pero percibí que le gustó el afiche, su contenido, o, al menos, que fuera contra Pinochet.

Le ofrecí dejarle en “concesión” 20 o 30 ejemplares para que probara, y aceptó.

Esto debe haber sido en junio. Los vendió rápido y pidió más, y más. Cada vez traía el dinero justo -en billetes arrugados y muchas monedas- para pagar los afiches que ya había vendido.

Con el tiempo se sumaron un par de vendedores ambulantes más. Para mí era un orgullo y un triunfo que material del NO se vendiera en el Paseo Ahumada, que hubieran ganado ese espacio. Algunos intentaron suerte con materiales del SÍ, con pésimos resultados. Aunque sospecho que era para justificarse ante carabineros, argumentando que tenían de los dos bandos.

Una mujer fantástica

La barriguita de la vendedora (si alguna vez supe su nombre de pila lo olvidé) y sus ventas crecían a la par. La última vez, seguramente en agosto de 1988, se fue con dificultades, muy cargada: le entregué 350 ejemplares, y desapareció…

Las últimas semanas de campaña, y de nuestra campaña paralela, ciudadana, con nuestros propios grupos de voluntarios fueron arduas, sin respiro. Y llegó el 5 de octubre, la tensión extrema y el triunfo del NO. Y con él también llegó el olvido de la vendedora ambulante.

Pudo haber sido a fines de marzo o abril. Yo tenía el taller en una casa en Carlos Antúnez (que, por supuesto, demolieron hace años), una pieza amplia en el segundo piso que alguna vez fue un dormitorio en esas casas de los años 20 del sXX. Un día tocan el timbre y me gritan, desde abajo, que alguien me buscaba.

Era ella, radiante, con un bebé en brazos. Venía a pagarme los 350 ejemplares del afiche con un rollito de billetes ajustados con un elástico.

“Vengo a pagarle. Disculpe la demora pero se adelantó el parto, salió antes”, me dijo orgullosa, mostrando su bebé (por cierto que los años no hacen fácil citar de manera textual).

Le dije –igual que aquel día cuando la conocí- que yo no buscaba dinero con el afiche sino ayudar a derrotar a Pinochet, que ya me había olvidado y que aprovechara el dinero (que, a valor actual, debe haber bordeado los $160.000) para los gastos de su bebé.

Me dio las gracias, me dijo que gracias a las ventas del afiche había “salido adelante” con los gastos del parto y estos primeros meses, que estaba muy agradecida (repetía), pero que ese no había sido el trato y para ella era muy importante respetarlo y saldar su deuda.

Le dije que no tenía otras cosas para ofrecerle para que vendiera, que por qué lo hacía si además yo no tenía cómo ubicarla, si ni siquiera sabía su nombre completo.

“Porque ese era el trato, me sirvió más de lo que esperaba y para mí es importante respetarlo”, dijo poco antes de irse.

Una mujer fantástica a la que, atolondrado, no atiné a pedirle sus datos, para saber de ella, de su hijo y de cómo se seguiría desarrollando esta historia que cada vez que recuerdo me ilumina…