A pocos días de empezar los Juegos Olímpicos, los organizadores se quiebran la cabeza solucionando los problemas de última hora. Siempre es esperable que en un evento de esta envergadura surjan inconvenientes, pero los de Londres 2012 han superado todos los pronósticos.

A los ya anunciados problemas de congestión y las demoras en llegar al Parque Olímpico desde cualquier punto de la ciudad, se agrega la huelga de los conductores de trenes urbanos durante el desarrollo de las competencias. En la mitad de los Juegos, tres días fuera de servicio. Un auténtico drama para quienes compraron sus tickets y ahora, durante esos días, no tendrán como entrar a la ciudad.

El gremio de los choferes, por largo tiempo en disputa con las autoridades con respecto al aumento de las pensiones, ha sido acusado de darle “un golpe a los dientes de la nación” forzando un paro que, anticipan los políticos, no traerá más que caos y el endurecimiento de las negociaciones.

Los Juegos Olímpicos son la perfecta ocasión para obtener mayor publicidad, y todos quienes estén en pugnas políticas o económicas encontrarán tierra fértil en la agenda de la prensa durante las semanas de competencia. Una vitrina demasiado atractiva como no usarla, por lo que los organizadores esperan más de estas huelgas.

Dentro de los imponderables, el problema que está causando el frío tampoco es menor. Algunos deportistas se han quejado que cada entrenamiento es distinto al otro, que la ropa que usan habitualmente para competir no les servirá durante estos Juegos -las voleibolistas de playa ya estrenaron poleras de mangas largas térmicas- lo que devuelve a la discusión de hace tres años del por qué adelantar la cita para julio y no realizarla en agosto como es tradicional y cuando el verano ya estuviera bien entrado.

También esos balazos han ido a dar a la organización. Así como las demoras en el ingreso al Parque Olímpico. El aumento de los controles y las puertas magnéticas de seguridad han hecho que el tiempo en llegar a los lugares de trabajo y competencia aumente hasta en 40 minutos. Un retraso que, dicen las autoridades, bien vale la pena asumir para prevenir cualquier riesgo.

Precisamente otro de los golpes que sufrió Londres 2012: la renuncia de una de las agencias encargadas de la seguridad, la negativa de otra de participar en próximas citas deportivas, y el urgente llamado a las fuerzas policiales locales para reforzar el contingente que suma 17.000 efectivos en total.

Una preocupación que está por encima de todo, incluso de cualquier medida que pueda paliar la congestión olímpica. Es así como, antes que permitir la circulación del metro toda la noche, o al menos un par de horas más tarde de lo normal, el comité local prefirió acortar en 40 minutos la ceremonia de apertura, de manera que los asistentes puedan tomar el transporte de regreso antes de las 00.00 horas, horario de cierre habitual.

Un acto completo, ensayado durante meses, en el cual se invirtieron buena cantidad de millones, simplemente borrado del programa de un día al otro. El terror a los atentados fue más fuerte que el cumplimiento de la planificación original. Más ahora que los noticiarios repiten una y otra vez las imágenes de la masacre en el cine de Denver. Una sombra que todos temen, al tiempo que las autoridades garantizan la tranquilidad durante los Juegos.

Mientras, la llama que encenderá el pebetero descansa por las noches en la Torre de Londres. Un dormitorio que se presenta como un símbolo, pero que tiene como fin último el impedir el robo del fuego olímpico.