Hoy, cuando millones de ucranianos esperan el momento de volver a caminar por su tierra con seguridad, el ejemplo de Chile no es solo una hoja de ruta: es una muestra de solidaridad que atraviesa océanos y continentes.
Chile conoce muy bien el peso silencioso que dejan las minas antipersonales. Durante décadas, trabajó incansablemente para limpiar su territorio de un peligro heredado de conflictos del pasado, hasta alcanzar en 2020 uno de los logros más significativos de su historia reciente: ser declarado libre de minas conforme a la Convención de Ottawa.
Para Ucrania, que hoy enfrenta la mayor contaminación por minas del mundo a raíz de la invasión militar rusa, esta experiencia es más que un referente técnico: es una demostración de que incluso los desafíos más complejos pueden superarse mediante perseverancia, profesionalismo y cooperación internacional.
La magnitud del desafío ucraniano es inmensa. Casi el 23% del territorio del país sigue potencialmente contaminado, lo que equivale a unos 137.000 kilómetros cuadrados, un área superior a toda Grecia. Más de 6,1 millones de personas viven bajo amenaza constante, y desde el inicio de la invasión rusa a gran escala, las minas y artefactos explosivos han causado la muerte de 336 civiles, incluidos 18 niños, y han herido a más de 825, entre ellos 92 menores.
Esta realidad condiciona todos los ámbitos de la vida: el regreso de familias a sus hogares, la recuperación de la agricultura, la reconstrucción de infraestructuras y el relanzamiento económico dependen de que cada metro cuadrado sea declarado seguro.
En un contexto tan complejo, surge a menudo la idea de que la tecnología —drones, algoritmos, robots — podría sustituir por completo a los equipos humanos. Pero esta visión, aunque comprensible, no refleja la realidad del desminado humanitario. La tecnología ayuda, pero no decide; asiste, pero no asume la responsabilidad. Incluso después de que la maquinaria pesada remueve la capa superficial del terreno, los especialistas deben inspeccionarlo manualmente, centímetro a centímetro. Hay zonas donde ninguna máquina puede entrar: bosques densos, barrancos, áreas frágiles. Allí, el trabajo sigue dependiendo exclusivamente del ingenio y la experiencia humana.
En este esfuerzo monumental, la experiencia de Chile cobra un valor especial. Chile conoce la importancia de coordinar instituciones civiles y militares, de mantener protocolos estrictos y de desarrollar capacidades propias. También ha trabajado en condiciones complejas: cordilleras, desiertos, zonas remotas y áreas donde la topografía exigía adaptar procedimientos. Ese conocimiento —el que solo nace de la práctica prolongada— es exactamente el que Ucrania necesita hoy para complementar sus propias capacidades.
Nuestro país avanza con determinación hacia un modelo en el que la tecnología se integra plenamente con una comunidad profesional altamente capacitada. Ingenieros, analistas, operadores de drones y equipos de desminado trabajan hoy en Ucrania con un nivel de coordinación y experiencia que ya está siendo observado y estudiado por nuestros socios internacionales.
En este proceso, Chile tiene la posibilidad de asumir un rol especialmente valioso. Su trayectoria en operaciones en terreno complejo, su disciplina institucional y el prestigio alcanzado por sus especialistas en desminado y gestión de riesgos convierten a Chile en un referente mundial, cuya experiencia es directamente aplicable a los desafíos que enfrenta Ucrania.
El presidente Gabriel Boric ha expresado la disposición de Chile a involucrar unidades especializadas en programas de desminado humanitario en Ucrania, una vez finalizada la fase activa de las hostilidades. Estos gestos, tanto políticos como técnicos, refuerzan la solidez de nuestra cooperación y su alto potencial de desarrollo.
Mirando hacia el futuro, nuestro objetivo es claro: liberar del peligro el 80% de los territorios afectados hasta 2033. No será fácil, pero es posible, y lo será aún más si contamos con el apoyo de socios que entienden el valor de esta labor no solo técnica, sino profundamente humana. Chile es uno de esos socios. Su experiencia demuestra que un país puede sobreponerse a una herencia de explosivos ocultos y convertir esa victoria en una contribución para el mundo.
Hoy, cuando millones de ucranianos esperan el momento de volver a caminar por su tierra con seguridad, el ejemplo de Chile no es solo una hoja de ruta: es una muestra de solidaridad que atraviesa océanos y continentes. Estoy convencido de que, gracias a esta cooperación, Ucrania avanzará más rápido hacia el día en que sus campos vuelvan a ser lugares de vida, y no de peligro.
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