En Rangún, a las 17.30 horas, en cuanto la policía levantó las barreras en el sendero que lleva a la casa de la opositora Aung San Suu Kyi, miles de birmanos desbordantes de alegría se precipitaron hacia la residencia de su heroína, que apareció por fin al cabo de años de cautiverio.

Sonriendo o riendo, saludando a la multitud, la disidente vestida de una túnica violeta, se irguió por encima de la verja roja que rodea su casa. Los que estaban en las primeras filas le tendían sus manos, se agarraban de la verja o le ofrecían ramos de flores.

Aung San Suu Kyi parece feliz y de buena salud, a todas luces complacida de esta comunión con sus partidarios después de años de separación total.

“Tenemos que trabajar juntos, de consuno”, exclama ante la multitud entusiasta.

Pero sin micrófono, los que están más lejos no pueden oírla. Entonces le da cita para el domingo en la sede de su partido, la Liga nacional por la democracia (LND). “Si queréis escuchar, por favor venid a la oficina mañana al mediodía”.

Después, volvió a la antigua construcción familiar instalada al borde de un lago de Rangún, de la cual casi no ha salido nunca desde hace más de siete años.

Entre la multitud hay periodistas y diplomáticos extranjeros, que también están allí para constatar personalmente esta liberación tan esperada.

“Es una euforia eléctrica la que hay aquí. Todo el mundo grita su nombre y dice ‘queremos a Suu’, según relató un diplomático occidental justo delante de la verja. “Se ve muy fresca, muy relajada, muy vivaz, muy sonriente. Tiene siempre toda su aura”.

Aún cuando la “Dama de Rangún” volvió a su casa después de unos veinte minutos ante su público, sus partidarios, muchos de los cuales tienen camisetas donde puede leerse “De pie con Aung San Suu Kyi”, no abandonan por lo tanto los alrededores de la vivienda.

A medida que pasan las horas, cada vez más personas van llegando. Los militantes de la LND se abrazan. Hay muchos que están sentados delante de la casa, aplaudiendo y enarbolando retratos de la que encarna la esperanza de una vida mejor.

“Estamos tan contentos. No sólo por la liberación de Suu Kyi, es también la liberación del pueblo”, comenta un miembro de la LND.

“Parece más vieja que antes. La última vez que la vi, era en 2002″ estima Htein Win, otro joven militante del partido de la disidente.

En aquella época, estuvo libre durante un año, antes de ser una vez más puesta en arresto domiciliario en mayo de 2003. En total, ha pasado casi 15 de los últimos 21 años privada de libertad.

Un bus pasa por la calle. La multitud informa a gritos sobre la noticia a los pasajeros que dejan libre curso a su alegría.

A pesar del miedo a los policías en civil, a las cámaras y filmadoras que los enfocan, los partidarios de la Nobel de la paz habían comenzado a reunirse desde el viernes y luego desde el sábado en la mañana, para estar seguros de poder saludar a su heroína.