Experto en plantas medicinales y apasionado por la herboristería de los chamanes asiáticos o de los campesinos de su región, Christian Busser no es un loco, sino un doctor en farmacia y etnología que quiere reconciliar ciencia y saber ancestral.

“En el mundo occidental es probable que sólo usemos el 10% de las plantas utilizadas por las otras medicinas del mundo”, señala este investigador, de 57 años, que enseña la “etnomedicina” en la Facultad de Etnología de Estrasburgo y en París XIII.

“Hay que tender puentes entre la medicina tradicional occidental y las otras medicinas del mundo, las de los nativos americanos, de los chamanes, de China, la yunani, el ayurveda”, enumera el profesor, que a veces acompaña a los estudiantes en sus excursiones al campo y organiza conferencias con curanderos tradicionales asiáticos.

En el jardín botánico contiguo a la escuela de fitoterapia que ha fundado en su casa, al pie de los Vosgos, en Rosheim (Bajo Rin), este hombre alto, seco y sonriente, es de una locuacidad inagotable cuando habla del hipérico o corazoncillo, o hierba de San Juan, como antidepresivo, o sobre el efecto inmunoestimulante y antibacteriano de la equinácea, flor de América Central.

El hombre cree que para desarrollar nuevos medicamentos no sólo hay que observar la naturaleza, sino también interrogar, en todas las civilizaciones, a los curanderos y herbolarios tradicionales, cuyos conocimientos se están extinguiendo poco a poco. Luego los científicos deben verificar si las pistas pueden llevar a nuevos medicamentos.

Sin embargo, para adquirir el conocimiento de los mayores hay que “entrar en su visión del mundo”, explica Busser, que en este sentido ha completado sus estudios de farmacia con un doctorado en etnología, con casi 50 años.

Mientras algunos de sus condiscípulos consagraron sus tesis a los pueblos de la Amazonía y Australia, él optó por escribir sobre la medicina tradicional en los Vosgos en el siglo XIX y XX. “Entrevisté a cientos de viejos campesinos, agricultores y ganaderos de montaña”, indica.

Durante esta investigación minuciosa, Busser estudió y clasificó una gran variedad de plantas locales, cuyos efectos terapéuticos no son necesariamente conocidos por la medicina moderna.

“Me hablaron, por ejemplo, de un nabo silvestre que permitía en la década de 1920 curar la neumonía, incluso los casos graves, sin antibióticos. Resulta que esta planta tiene propiedades antibacterianas”, señala.

Plantas de este tipo podrían también, según este ex director de investigación en un laboratorio especializado en medicamentos y cosméticos, dar pistas prometedoras frente a la creciente resistencia de las bacterias a los antibióticos, un problema de salud pública.

Gran conocedor de las plantas de los Vosgos, Busser, que también ha estudiado lingüística y que “hablaba griego antiguo en la adolescencia”, ha viajado en búsqueda de los morabitos en Mauritania y de los sanadores del Norte de África, Egipto o las islas Cícladas griegas.

El año que viene irá a Mustang, un pequeño reino del Himalaya, donde se reunirá con un “amchi”, médico tradicional, que él invitó a Estrasburgo en 2010 para una serie de conferencias. Antes irá un par de semanas a Ecuador, donde espera descubrir los remedios y rituales de los chamanes andinos.