Decenas de chilenos perseguidos por la dictadura de Augusto Pinochet trabajaron camuflados en las farmacias de Jorge Schindler, un empresario comunista que, al igual que el alemán Oskar Schindler, expuso su vida para salvar las de otros.

El testimonio del osado empresario es narrado por primera vez en el libro “La lista del Schindler chileno”, del periodista Manuel Salazar, que será presentado el viernes en un centro cultural de Santiago.

Tras el golpe de Pinochet el 11 de septiembre de 1973, Jorge Schindler, un militante del Partido Comunista (PC), decidió no escapar de Chile y quedarse para ayudar a sus compañeros perseguidos por los organismos de inteligencia de la dictadura.

Su historia y su apellido recuerdan inevitablemente al empresario alemán Oskar Schindler, quien salvó a más de mil judíos del Holocausto empleándolos en sus fábricas, e inspiró un libro y una premiada película dirigida por Steven Spielberg.

Como muchos, con la llegada de la dictadura, el “Schindler chileno” fue despedido de su trabajo en una oficina estatal.

Formó entonces una sociedad con el farmacéutico Ramiro Ríos para abrir una farmacia que luego se transformaría en una red clandestina para darle trabajo a miembros de partidos de izquierda que apoyaron al ex presidente Salvador Allende, muerto durante el golpe.

“Fue un asunto que nació por una necesidad de sobrevivencia. Con un farmacéutico decidimos montar una farmacia en la que diéramos trabajo a compañeros. Ayudamos a varios dirigentes comunistas que salvaron sus vidas”, dijo Jorge Schindler, hoy con 75 años.

Una pantalla ante la dictadura

Schindler abrió cuatro farmacias en Santiago y otra en la localidad de Curacaví, donde trabajaron camufladamente cerca de 100 disidentes de izquierda entre 1973 y 1978.

Los opositores recibían instrucción para atender a los clientes y pasar desapercibidos de la temida Dirección de Inteligencia Nacional (Dina), la policía política de Pinochet.

“Algunos no hacían nada, simplemente estaban ahí. Era una pantalla para darles legalidad ante el aparato represor”, explicó Alsino García, uno de los comunistas protegidos que aún hoy dirige una de las farmacias.

En 1978, todavía en dictadura, las farmacias dejaron de ser refugio para izquierdistas. Dos de ellas aún siguen abiertas en Santiago.

Por sus locales pasaron personajes de todo tipo, como los expolicías José Muñoz y Quintín Romero, quienes habían sido escoltas del presidente Allende y resistieron junto al mandatario durante el bombardeo a La Moneda el día del golpe.

Schindler apoyó también la reorganización clandestina del Partido Comunista para formar resistencia a la dictadura y ayudar a sus camaradas perseguidos.

“Semana tras semana aparecían compañeros del partido (PC) sin trabajo, con poca ropa o simplemente con hambre. Hacíamos lo que podíamos para ayudarlos”, explica Schindler en uno de sus relatos en el libro.

“Jorge arrendó casas para los perseguidos, los ayudaba económicamente, repartía medicamentos (…) lo que hizo fue algo notable”, afirma Quintín Barrios, actualmente a cargo de la farmacia México, la primera que abrió Schindler en 1973.

Para su protección, Schindler y sus compañeros borraron todo vínculo con el Partido Comunista, y entre ellos no había ninguna relación más allá de la laboral.

Se comunicaban a través de otras personas para hablar sobre la red clandestina y evitar ser descubiertos por el régimen que dejó más de 3.000 muertos y 38.000 torturados durante los 17 años que duró.

Pese a los recaudos tomados, las farmacias de Schindler eran vigiladas por agentes de la Dina.

“Dos refugiados (que pasaron por la farmacia) fueron detenidos y desaparecidos, pero la Dina nunca pudo relacionarlos con las farmacias”, afirmó García, quien en 1988 también fue secuestrado y torturado por agentes, pero liberado dos días después.

García señala que también se ocultaron armas en las farmacias. Según sus sospechas, eran de propiedad del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), un grupo armado que luchó contra la dictadura y que perpetró un fallido atentado en contra de Pinochet en 1986.

“Durante 15 días escondimos bajo un mesón armas, entre ellas fusiles AK 47, pero sólo fue una vez”, aseguró.

Schindler vive en la actualidad con su familia en Alemania, y se encuentra por estos días en Chile para la presentación del libro.