Para el portavoz del buró político de los talibanes, el 15 de agosto de 2021 quedará en la historia como un “gran día”, que recompensa los “esfuerzos y sacrificios” de la población y de los combatientes insurgentes durante las dos últimas décadas. En el canal de noticias Al Jazeera, el portavoz talibán Mohammad Naeem aseguró: ha llegado el momento del epílogo para Kabul y todo Afganistán, “la guerra en el país ha terminado”.

Los talibanes, que nacieron tras el fracaso de la larga invasión soviética, habían perdido el control desde 2001. En ese momento, fueron expulsados por los estadounidenses tras cinco años de gobierno. El 7 de octubre de 2001, Estados Unidos lanzó una ofensiva contra estos fundamentalistas que se negaban a entregar a Osama Bin Laden. El líder saudita de la organización Al Qaeda es considerado responsable de los atentados del 11 de septiembre.

El 6 de diciembre de 2001, el Emirato Islámico de Afganistán capituló. Se creó un gobierno interino, presidido por Hamid Karzai, quien ganó entonces las primeras elecciones presidenciales por sufragio universal de la historia del país. El movimiento talibán del mulá Omar, aún vivo, estaba debilitado. Los insurgentes estaban atrincherados en las provincias pastunes del este y el sur de Afganistán.

Desde allí, los talibanes, pero también otros grupos, podían enlazar fácilmente con las zonas tribales paquistaníes. Rápidamente se reestructuraron. En 2003, aprovecharon la disminución de las tropas occidentales cuando se inició la guerra en Irak. Desde el punto de vista financiero, pueden contar con un sistema fiscal que funciona bien, el comercio del opio, pero también con la ayuda exterior.

Ante una nueva insurgencia en 2008, el presidente Bush reforzó sus tropas. Luego, en 2009, Barack Obama hizo lo mismo. Osama Bin Laden fue abatido el 2 de mayo de 2011 durante una operación de las fuerzas especiales estadounidenses en suelo pakistaní. Tras ello, el presidente Obama anunció el inicio de una retirada gradual. Las sospechas de fraude que empañaron la victoria de Ashraf Ghani en 2014 debilitaron un poco más a Kabul.

EFE

A finales de 2014, la OTAN abandonó su misión de combate y la insurgencia talibán se extendió. En 2015, el grupo Estado Islámico (EI) también entró en acción en el país. A pesar del despliegue de nuevos refuerzos por parte de Donald Trump, los mortíferos ataques insurgentes aumentaron. Finalmente, los talibanes y los estadounidenses firmaron el acuerdo de Doha en 2020. La última retirada tuvo lugar el 8 de julio de 2021, dejando el camino libre a 75.000 insurgentes.

¿Se trata de un regreso a 1996? la agencia Reuters informa que, en opinión de un líder talibán no identificado, aún es demasiado pronto para decir cómo pretende el grupo islamista asumir el poder en Afganistán. “Queremos que todas las potencias extranjeras se vayan antes de empezar a reestructurar la gobernanza”, dijo. Los talibanes son políticamente hábiles.

Veinte años después, las caras han cambiado inevitablemente. El mulá Omar murió en 2013. También lo hizo Mansour, en 2016. Desde entonces, una nueva generación ha tomado el relevo. La dirigencia del movimiento siguen envueltos en el misterio, recuerda la Agencia France-Presse. Lo mismo ocurría cuando dirigía el país. Sin embargo, conocemos al hombre que simbólicamente las riendas hoy: es el mulá Akhundzada.

Haibatullah Akhundzada es un erudito, hijo de un teólogo. Es originario de Kandahar, la cuna pastún de la organización. Anteriormente había dirigido el poder judicial de los insurgentes. Para algunos, su papel de líder es más simbólico que operativo. Pero no cabe duda de que goza de gran influencia dentro de los talibanes, fracturados por una terrible lucha de poder tras la muerte de su predecesor.

En ese momento, el nuevo líder obtuvo una promesa de lealtad de Ayman al-Zawahiri, el líder de Al Qaeda. El egipcio incluso se refirió a él como el “Emir de los creyentes”. Entonces consiguió mantener la cohesión interna, permaneciendo discreto, limitándose a emitir raros mensajes anuales durante las festividades religiosas. Sin embargo, con el tiempo y sus seguidores, adquirió sus galones en la galaxia yihadista internacional.

Régimen de terror

Cuando estuvieron en el poder, los talibanes impusieron una estricta ley islámica que prohibía los juegos, la música, las fotografías y la televisión. Negó a las mujeres el derecho de trabajar y las escuelas para niñas fueron cerradas.

En marzo de 2001, la destrucción con dinamita de los budas gigantes de Bamiyán (centro) provocó la indignación internacional.

La sede del poder se trasladó a Kandahar, donde el mulá Omar vivía recluido en una casa construida por Osama bin Laden, líder de Al Qaida.

El territorio de los talibanes se convirtió en un santuario para los yihadistas de todo el mundo, que llegaban hasta allí para entrenarse, en particular los de Al Qaida.

Malos tratos a las mujeres

Durante el régimen talibán hasta 2001, uno de sus portavoces llegó a declarar que “la cara de una mujer es una fuente de corrupción”.

Un estudio de ONU Mujeres denomina la segregación sistemática de la sociedad afgana aquellos años como un “apartheid de género”, pues las mujeres no podían trabajar, ni estudiar a partir de los 8 años o salir al balcón de su casa sin un hombre. Ninguna chica debía hablar en voz alta o reír en la calle, ya que ningún extraño debía escuchar la voz de una mujer.

Daily Mail

Afganistán ya era en 2011 el peor país donde una mujer podía vivir, según una encuesta de la fundación Thomson Reuters, y ahora todo indica que la situación para ellas solo va a empeorar.

Mina, una joven afgana residente en Madrid, recordó a la agencia EFE que en casa de sus padres tiene fotos de su tía en Kabul en la década de 1970, vestida con minifalda y atuendos de moda, como cualquier mujer urbana en aquella época.

“No es retroceder unos años, es volver a la edad media”, asegura con firmeza. Ella se casó libremente con su marido en 2019 y ambos viven desde entonces juntos.

Khadija, que vive actualmente en Kabul, sin embargo, sostuvo al citado medio que a partir de ahora ninguna mujer podrá elegir su vida. Opina que la mayoría de los talibanes tiene “delirios y problemas mentales” y “no entiende lo que es Afganistán, muchos ni siquiera son de aquí”.

Es la diferencia de ser mujer en un país con libertades o sin ellas, la suerte de estar protegida por un Estado o despertarte un día en una enorme cárcel de mujeres.