La reciente reapertura del río Sena para el baño en París ha desatado en Santiago de Chile una pregunta que reaparece como un inquisidor fantasma cada vez que la modernidad europea nos sacude: ¿y por qué no el Mapocho? Es una pregunta legítima, incluso inspiradora. Pero tal vez mal planteada porque no se trata solo de limpiar este río santiaguino.

Se trata de entender qué tipo de río tenemos. Porque, aunque suene obvio, el Mapocho no es el Sena. No porque no podamos soñarlo, sino porque nuestro curso de agua precordillerano tiene una riqueza oculta que no necesariamente obedece a modas urbanas.

El tamaño sí importa: diferencias desde el nacimiento

Aunque ambos ríos se alimentan naturalmente de las aguas precipitadas, el Sena cuando pasa por París ha drenado alrededor de 50000 km², mientras el Mapocho en su tránsito por Santiago apenas ha recogido aguas de una superficie aproximada de 2600 km².

Es decir, la cuenca hidrográfica del río parisino es casi veinte veces mayor que la del santiaguino. Por otra parte, la cuenca del río Sena se extiende en un ecosistema húmedo donde su precipitación anual es de 670 milímetros, mientras que la cuenca semiárida del Mapocho captura apenas la mitad que su par francesa.

Estas diferencias entre la extensión de ambas cuencas y la cantidad de agua que cae en cada una de ellas, generan una notable disparidad en los caudales, especialmente en los respectivos periodos de baja: el Sena se puede cruzar nadando y el Mapocho se puede cruzar saltando.

Pendientes y energía

La pendiente del Sena en su tramo urbano es casi imperceptible: menos del 0,01 %; es decir, verticalmente desciende 10 centímetros por cada kilómetro que recorre. En cambio, el Mapocho desde los 3000 metros de altitud en la cordillera, baja a unos 640 metros frente al Parque Bicentenario y a 623 metros frente al Parque de la Familia.

Eso representa una pendiente media cercana al 1 %, unas 100 veces mayor que la del Sena. Así las aguas del Mapocho más que escurren: empujan y arrastran. El Sena por su parte escurre lento, como dándole oportunidad a los turistas para que lo fotografíen.

Embajador de la cordillera de Los Andes

Las cualidades geomorfológicas y climáticas por donde se desarrolla el Mapocho crean un curso fluvial muy poco profundo, veloz y con arrastre de sedimentos. Estas características en su conjunto hacen que convertirlo para el baño, aunque sea en determinados lugares y en acotados períodos, sea un desafío gigante.

En efecto, suponiendo que se reduce la contaminación desde fuentes antrópicas tal como se hizo en París, siempre el Mapocho transportará abundante material suspendido y arrastrado producto de la inevitable erosión natural, el cual decantará si a través de obras hidráulicas se reduce la velocidad y se aumenta la profundidad del cauce. Por lo tanto, si se quiere habilitar zonas para chapotear y zambullirse, habría que disponer en ellas medidas para periódicamente retirar ese molesto sedimento.

¿Alterando la genética?

Supongamos que con capacidades tecnológicas y financieras conseguimos que nuestro río sea “bañable”, especialmente durante el verano cuando las condiciones ambientales tanto naturales como culturales son motivadores para la recreación en sus aguas. Este logro hará que el Mapocho deje de ser el Mapocho. Sí, se alterará la esencia de este curso de agua.

Este es un río precordillerano de tomo y lomo, y eso no solo tiene su identidad; sino también su gracia, tal vez olvidada o eclipsada, pero la tiene. El Mapocho no necesita parecerse al Sena para aumentar su atractivo.

Solo necesita que lo miremos tal como es: un río flaco, impetuoso, estacional, que arrastra la memoria geológica de los Andes. Una franja geográfica algo caprichosa que merece más reconocimiento que maquillaje.

Recomponiendo al mutilado

Los ríos chilenos en su segmento precordillerano tienen un encanto, el cual lamentable pero no irreversiblemente, se le ha quitado al Mapocho. Antes de ser encauzado entre paredes de hormigón y gaviones, antes de ser revestido, antes de habérsele redireccionado sus afluentes; el Mapocho gozaba de esa complejidad natural que hechiza a cualquiera. Un pozón por aquí, algunos rápidos por allá, varios arrayanes a este lado, unas garzas más allá.

Qué entretenido era durante el día escuchar el ruido del torrente mezclado con el canto de pájaros nativos y en la noche oír otro revoltijo de sonidos cuando tocaba el turno de los sapos.

¿Podemos recuperar el Mapocho? Sí. Tenemos las capacidades para de manera segura reforestar sus riberas, habilitar senderos y emprender otras tantas acciones restauradas sin molestar a nadie. En el fondo: revalorizar su pasado natural y su vínculo cultural con la ciudad.

Podemos hacer del Mapocho un protagonista de la vida urbana sin forzarlo a ser algo que no es, y que no necesita serlo.

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