El primer año del gobierno de Gabriel Boric fue una etapa de estruendos, inestabilidad y confusión para el líder del Frente Amplio. Tempestades como la delincuencia, el narcotráfico y la migración fueron acompañadas de la confusión de un gobierno que decidió no tener agenda hasta el plebiscito de salida del proceso constituyente, asumiendo que ganaría la opción Apruebo.

La idea es que al día siguiendo del hito electoral comenzara el gobierno propiamente tal. Pero la confusión era tal que, si supuestamente se buscaba dejar pasar el tiempo sin crisis, resultó que el primer lunes de gobierno la Ministra de Interior fue a la Araucanía y dio una clase de los riesgos de no contar con una estrategia a la hora de intervenir en casos complejos. El gobierno tuvo que dejar a su ministra estrella unos meses más a cargo. Pero no fue ella la única que se desvalorizó. Las comunicaciones del gobierno no funcionaban y la relación con el sistema político estaba debilitada. Eso significaba que todo el comité político vivía en una territorio del cual no tenía mapa.

Ese tiempo de confusión terminó con la elección de mayo de 2023 cuando el Partido Republicano arrasó en las elecciones de consejeros constitucionales. Desde entonces el gobierno parece sentirse más cómodo, sabe donde pisa. Vivimos en tiempos extraños. La caída puede ser el triunfo y el triunfo, la caída. La derecha no quería reflotar a Pinochet en el aniversario del golpe, pero ganaron los republicanos y, con ellos, Pinochet volvió a escena. La derrota de la izquierda fue conveniente para Boric, ya que quedaba en evidencia que su discurso más centrista era mejor considerado. La ruta la marcaba Carolina Tohá con un 50% de aprobación. Y con otra señal sobre la obviedad de lo obvio, el día en que hubo cuenta pública resultó que el Presidente Boric demostró algo simple y obvio: que su ministra principal era de su propio gobierno, que era parte de su equipo, que eran una y la misma cosa; y, con ello, abrazó ese 50% de la población. El considerable aumento de su aprobación se hizo a espaldas del mundo frenteamplista, respecto del cual las reticencias de la población son enormes, según se verifica en las encuestas.

Boric comprendió en su discurso de la cuenta pública que esta época exigía un heredero, un hijo del Antiguo Testamento, un hijo del padre que trae la ley, de ese padre que es el señor del orden, que es la profecía del futuro. Ese padre, Ricardo Lagos, el poderoso actor que dictó el nombre del principal ministro de Boric, el poderoso ser que invitó al Presidente a subirse al carro de la nueva-novísima Constitución Política; ese padre, exigía un hijo, era una historia pendiente. Ya la madre estaba, negada primero, aceptada después. Michelle Bachelet también fue nuevo testamento, pero su rol de madre de Chile quedó trunco en medio de la crisis Caval. Necesitaba un heredero, hoy lo tiene. Esta estructura es un efluvio metafísico que sostiene y sostendrá el destino de Boric, quien ha comprendido el territorio sagrado que es el pasado. No todos lo entienden en su coalición: los declarados ‘santos’ (Vallejo, Boric, Jackson) asumieron que su santidad no tenía interrupción posible. Se equivocaron. Pero Boric se ha vuelto a conectar, no en el trío de estudiantes, sino en la trinidad de la historia reciente. En el nuevo testamento de Boric la formulación antigua de la ley da paso a la restitución de la igualdad material por sobre el rito civil de la política.

La política es muchas cosas: ejecución, debate, gestión, disputa, comunicación, liderazgo, son algunos de sus rasgos. Todos lo saben. Pero poco se piensa que la política es también cognición, aprendizaje, capacidad de entender el mundo. Algunos le llaman ‘relato’, fórmula que desvirtúa lo antes dicho, pero lo refiere. No, no se trata de eso, no es un relato. La política es cognición, un proceso de aprendizaje y conocimiento. El hecho de que Gabriel Boric, el Presidente, haya llegado a ocupar un lugar en el mundo, implica su principal paso adelante, su gran oportunidad. Hay coordenadas en las que se mueve, pertenece al universo. Ahora se trata de entenderse a sí mismo en el mundo y actuar con ello.

La cuenta pública del Presidente Boric fue el primer hito luego de esta cognición. Es por ello que estuvo provista de un excelente discurso que transformó en narrativa la típica lista de supermercado que son frecuentes en esta liturgia. El mejor Boric, aquel que es una estrella de rock por sobre todas las cosas, estuvo dominando la escena con un discurso que mantuvo el magnetismo incluso superando todos los registros de duración. Si Sebastián Piñera hubiese hecho lo propio, un discurso de más de tres horas, su lista de supermercado habría sido soporífera y todos sus aliados intentarían decirle, con mayor o menor sutileza, que no lo vuelva a hacer. Nadie podría descartar que un discurso extenso de Piñera pudiera implicar eventos disruptivos de protestas en los siguientes días. Cuando Piñera hablaba, bajaba en las encuestas. Y a veces sencillamente arreciaba la protesta. Boric, como buena estrella de rock, es el invitado perfecto a nuestra mesa. Le preguntaremos, en esa hipotética mesa, sobre sus viajes, hitos, momentos inolvidables. Boric estaría probablemente relajado y la velada sería atractiva. He ahí su virtud. Un verdadero hijo de la simpática Michelle Bachelet.

Pero un Presidente tiene que ir más lejos, no basta con ser llamativo y simpático. Para entender qué quiso ser Boric, habrá que mirar el diseño del discurso. ¿Y cuál fue el diseño de su puesta en escena?

El Presidente Boric despejó rápido el tema seguridad, lo hizo con eficacia. Luego construyó un recorrido donde cada cierta cantidad de minutos, dejaba de lado un instante el discurso sobre políticas públicas para dar espacio a un prolongado discurso ético. No era un barniz ético, residía ahí el corazón del asunto. Era un Nuevo Testamento, un lugar donde decir “dejad que los niños vengan a mí”. Y con ello Boric buscó y encontró temáticas y perspectivas que tuvieran un alcance ‘espiritual’, como diría correctamente Gonzalo Winter. El tono de la discusión sobre derechos humanos, la convocatoria a la unidad, la permanente referencia a los niños (y la aparición de ellos a la salida de la cuenta pública), los planteamientos sobre discriminación y sobre modernidad; fueron todos centrados en la casuística: Elisa Loncón, Fabiola Campillai, el Ministro Ávila, por nombrar algunos de esos casos. Todo esto en un tono institucionalista y prudente.

Pero no es momento de confiarse. Gabriel Boric ha conseguido el primer paso: tener un lugar en el mundo. Y el segundo paso: entender su lugar real en el mundo. Pero de momento su fuerza reside fuera de la política. Es una fuerza ética. Y las fuerzas éticas tienen un alcance corto. Todas, sí, todas, sus alocuciones propiamente políticas en la cuenta presidencial fueron equivocadas. Su forma de defender la reforma tributaria probablemente sirva más para destruirla que para posibilitarla, ya que realmente depende por completo de la oposición y si acaso la idea era presionar con causas ampliamente deseadas por las masas, la verdad es que el listado no es particularmente afortunado.

El gobierno no ha construido sus pilares políticos. La red de liderazgos original (Boric, Siches, Jackson, Vallejo) perdió vertebración y a dos de sus miembros. Pero la nueva fórmula (Boric, Tohá, Marcel, Vallejo) permite un alcance político y electoral mayor. Sin embargo, esos cuatro nombres son un sistema de pesos y contrapesos, no un proyecto político. Unos jalan hacia un lado, los otros empujan hacia el otro. Eso no es tener un proyecto. Y el problema es que contar con un nuevo proyecto es indispensable. Vivimos una crisis, que significa agotamiento de las fuerzas y estructuras del pasado. Y vivimos una crisis larga, que significa que los vanguardistas no han dado la respuesta para el futuro. Boric tiene el desafío de hacer política en este espacio. Comienza en este junio su año decisivo.

Nuestra sección de OPINIÓN es un espacio abierto, por lo que el contenido vertido en esta columna es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de BioBioChile