En una reciente entrevista la filósofa Adela Cortina sintetizó el gran dilema que nos ha instalado la crisis del coronavirus: “Si no aprendemos algo es que no tenemos arreglo”.

Por Álvaro Ramis

Rector de la Universidad Academia de Humanismo cristiano

Si después de este enorme colapso planetario, la especie humana, y especialmente la racionalidad del hommo economicus, maximizador de ganancias, no se transforma, quiere decir que nuestros problemas no son políticos ni culturales, sino definitivamente cognitivos y adaptativos. La sociedad debe cambiar radicalmente después de esta crisis. Si no hay un antes y un después, si no sacamos las lecciones éticas que corresponden, muchas vidas, muchas empresas y muchas naciones quedarán en el camino.

Desde una perspectiva salvajemente utilitarista, pareciera que no hay problema en ello: algunos dirán que es parte de la dinámica de destrucción creativa del capitalismo. Otros justificarán el sálvense quién pueda en la ley eterna del más fuerte. También dirán que por el bien de la “mayoría” hay que sacrificar a las minorías débiles, enfermas o mal preparadas.

Todos estos discursos ya están en marcha y calientan el ánimo para justificar una teoría del sacrificio expiatorio, que legitime la inmolación de los de siempre, en manos de los de siempre.

Pero no debería ser así. No puede ser así. Es necesario pensar el día después de la cuarentena como un tiempo para una nueva oportunidad. Es posible hacer de esta gran catástrofe un momento para recomenzar, cambiando las fuentes de la racionalidad económica que nos ha llevado, literalmente, a un encierro globalizado. Una de las pistas para ese camino las ha abierto la economista Kate Raworth, al proponer su teoría de la “Economía Donut”, en la cual equilibra las necesidades humanas esenciales y las fronteras socio-ambientales del planeta.

La tesis de Raworth implica un cambio en la manera de pensar el ciclo económico, para orientar, desde su origen, la toma de decisiones. Se funda en un diseño muy sencillo (ver imagen 1): la sociedad debe vivir dentro de un límite que no podemos rebasar.

Imagen 1

Fuente: Raworth, 2017 (c)
Fuente: Raworth, 2017 (c)

Esta frontera la traza un primer círculo dentro del cual se encuentran las necesidades básicas humanas: alimento, agua potable, vivienda, energía, salud, igualdad de género, un salario de subsistencia y libertad política. En un segundo círculo se expresa el techo ecológico, entendido como un punto de inflexión, fuera del cual comienza la amenaza para la vida en el planeta: es un límite estructural del cual no podemos salir sin un costo irreversible para todas y todos.

Entre ambos círculos existe un ámbito que la economista llama propiamente bienestar. Es el campo donde podemos desarrollar una economía circular, esencialmente de servicios, pero estructuralmente diseñada, desde el principio, y por defecto, para ser regenerativa y distributiva.

La economía del día después de la cuarentena debería fundarse en este criterio, que tiene como supuesto la necesidad fundamental de limitar y restringir una economía que se ha pensado bajo el supuesto de un crecimiento infinito, desregulado, lineal y perpetuo.

Al contrario, Raworth se ha inspirado en modelos científicos biomiméticos, como los que ha analizado Janine Benyus, y que parten desde los sistemas naturales para diseñar nuevas tecnologías y estructuras sociales realmente sostenibles. Bajo este principio es perentorio que muchas nuevas medidas no sólo sean de fomento o de impulso voluntario, sino también que muchas otras sean claramente restrictivas.

El “donut” de Raworth supone imponer medidas y prohibiciones. Por ejemplo, los llamados “pasaportes de materiales”, que contabilizan los materiales reutilizables en las demoliciones, que obligan al uso de materiales más sostenibles en la construcción de edificios, o que castigan a los supermercados, restaurantes y hoteles que no donan o redestinan la comida que no consumen o venden.

En un mundo que ha entrado al mismo tiempo, y en todas partes, en recesión, este tipo de restricciones al gasto necesario e insostenible es la única vía inteligente para genera una auténtica austeridad. Para salir de la recesión, nos dice la economista, necesitamos reducir un 50% el consumo de nuevos materiales en la próxima década. Y, al contrario, necesitaremos incrementar al doble la inversión en educación, ciencia, innovación e investigación.

Pensar que la nueva economía deba estar basada en restricciones y limitaciones es desafiante al canon dominante. La idea de la “libertad negativa”, fundada en la ausencia de coacción externa al individuo propietario, se resiste furiosamente a esta idea. Sin embargo, ¿no es acaso el reconocimiento de valor de los límites, la necesidad del cuidado colectivo, y el carácter ineludible de la restricción al interés individual debido al interés público la gran enseñanza que nos está dejando la cuarentena?

El desafío es convertir lo que hoy es una prohibición de consumo, impuesta circunstancialmente por la pandemia, en un nuevo estilo de vida.

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