Chile no merece más errores sin responsables y no merece un ejército con una cultura del siglo pasado.

“Yo no estoy en guerra con nadie” fue la frase más icónica que ha emitido el Comandante en Jefe del Ejército, Javier Iturriaga. Lejanos y poco felices se ven los tiempos del llamado “Estallido Social” en el año 2019 en dónde esas palabras entregaban algo de cordura en tiempos de mucha incertidumbre y tempestad.

Sin embargo, ese perfil de hombre de Estado ya se empieza a poner en tela de juicio y pasó a encabezar una de las mayores tragedias en la historia reciente del ejército desde la tragedia de Antuco.

Justamente esa fatídica marcha en donde un suboficial y 44 conscriptos que hacían su servicio militar voluntario en el Regimiento Reforzado Nº 17 Los Ángeles, en la región del Biobío, es el antecedente más inmediato que tenemos. Ellos también realizaban ejercicios de alta montaña, el 18 de mayo de 2005, ellos también sucumbieron frente al frío, pero por sobre todo, ellos también cayeron por el poco profesionalismo de sus superiores.

Esa lógica es la que vuelve a estar presente frente a lo ocurrido en Putre.

En este caso, nuevamente se encadenan una serie de versiones contradictorias que parecieran que buscan ocultar y proteger a los colegas de armas, en lugar de ser nobles portadores de una extraviada gallardía que les haga asumir de forma estoica la responsabilidad de lo ocurrido.

Silencio y omisión

En pleno siglo XXI y en un contexto global en donde los ejércitos cada vez asumen más y más tareas además de las preparaciones de guerras, la transparencia resulta del todo imprescindible.

En la actualidad, por ejemplo, los ejércitos de México o Brasil cumplen importantes funciones -tanto de protección como combate contra el narcotráfico y el crimen organizado-, mientras que en Ecuador, cada vez más van incrementando su importancia en el combate a las bandas por el control del orden público.

El ejército en particular y las FFAA en general, son instrumentos valiosos del accionar del Estado. Son los primeros en acudir a los llamados de auxilio en situaciones de catástrofe y poseen cualidades logísticas y de entrenamiento que los civiles, por razones obvias, no poseemos. Es por esta razón que resulta doblemente preocupante que ante un error de magnitudes escandalosas la respuesta sea, nuevamente, el silencio y la omisión.

No a las defensas corporativas

Es mucha la responsabilidad que se viene sobre los hombros de los hombres de armas. Se les están asignando funciones de apoyo en Estados de Excepción, protección de infraestructura crítica, y una mayor presencia en apoyar el control de orden público.

Todos estos son desafíos en un mundo moderno, que pide de sus instituciones castrenses la misma modernidad.

En una institución moderna no existe espacio para defensas corporativas, lealtades mal entendidas y ocultamiento de información. En una Institución moderna, los tomadores de decisiones deben ser responsables por ellas.

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En una institución moderna una madre recibe todas respuestas del porqué su hijo murió bajo el cuidado de los hombres que debían prepararlo y protegerlo para ser un mejor ciudadano.
- Felipe Caro. Analista político internacional

La muerte del recluta Franco Vargas (con quien tengo en común ser egresados del mismo colegio público en Santiago) y el cuadro infeccioso respiratorio de otros 45 conscriptos, que ha incluido la amputación de una extremidad de uno de ellos, solo nos indica que además de hacer las cosas mal, han tratado de ocultarlas.

Chile no merece más errores sin responsables y no merece un ejército con una cultura del siglo pasado.