Declaro que me animo a pensar distinto. Me opongo a toda forma de dominación intelectual, que coarte mi libertad de pensamiento. No creo que, porque sean muchos los que digan lo mismo, yo también me tenga que sumar. Por más noble que sea el motivo, no me olvido del método.

Es innegable que existe la violencia masculina y lucho a diario por aquellas mujeres que la han padecido, para que obtengan justicia y la reivindicación de su dignidad. Soy implacable en ese objetivo. De hecho, jamás representaría a un violador.

Sin embargo, mi experiencia profesional me ha demostrado que las mujeres también mienten. La honestidad no es una cuestión de género, sino de identidad, una verdadera elección. Estoy llevando causas de hombres que son víctimas de los movimientos feministas, de mujeres que utilizan cualquier pretexto basado en el género para difamar.

Estos hombres, víctimas de falsas acusaciones, deben lidiar en los Tribunales para reivindicar su honor. Luego de haber sido públicamente humillados sólo por ser hombres, por pensar distinto. Porque ahora ninguno puede hablar sin temor a ser catalogado como misógino. Si no me creen, miren a diario los medios de comunicación. Ya no hay versiones que confrontar y se impone una verdad absoluta, sin importar lo que determine la Justicia.

A muchos hombres se los acusa de abusadores o de violentos sin pruebas. Y quienes lo hacen, saben que es la peor acusación que un hombre puede recibir y juegan con eso. Se los escracha, se los estigmatiza. Y quienes lo hacen se desinteresan del daño que les causan a ellos y a las mujeres que los rodean (hijas, esposas, madres, hermanas, compañeras). Estos hombres, hoy, pierden sus vínculos, sus trabajos, sus familias. Y cuando la condena social llega, no hay marcha atrás. Se acude a la Justicia y por más que esta les de la razón, ya nunca más serán los de antes. Y no hay reparación suficiente que pueda pagar tamaño daño.

Creo que la sociedad debiera ser más respetuosa de las garantías, de las leyes y la Justicia. Porque también soy mujer, también estuve vulnerable, también necesité luchar y salir adelante. Pero lo pude hacer porque jamás permití que ningún hombre se apoderara de mi dignidad y me utilizara como un objeto.

El escrache (funa) no tiene grandes diferencias a la inquisición de siglos pasados. Es la hoguera del siglo XXI y por lo tanto es un abuso de poder, al que se suman muchos que siguen el clamor popular, inspirados por el poder de turno, para alcanzar la rama, prender la mecha e incentivar el fuego que arderá sobre alguien. Yo no quiero ser quien sume odio, no quiero ser quien prenda la llama, ni siquiera quien sume una pequeña chispa.

Es en la Justicia, y con las debidas garantías constitucionales, donde se deben debatir todas las cuestiones. No debemos olvidar que toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario. No acepto el régimen autoritario, propio de los reinados o del comunismo. No se trata de a quien le creo, no entro en ese juego perverso. Porque yo no vi, no presencié, ni conozco a los participantes. Tampoco soy juez. Sólo defiendo mi derecho a cuestionar, a reflexionar, a expresarme y principalmente a cuidar celosamente el cumplimiento de nuestra valiosa Constitución Nacional.

Débora Huczek
Abogada, especialista en Derecho penal
Esta columna fue originalmente publicada en Clarín de Buenos Aires

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