Espero que este debate lo tomemos en serio. No como asunto menor, no como frase de campaña para el aplauso fácil de entusiastas partidarios.
En medio del ciclo electoral, resulta preocupante que Johannes Kaiser haya anunciado su intención de retirar a Chile de diversos tratados y organismos internacionales –por ejemplo el Tratado de Escazú, la Agenda 2030, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y otros marcos de cooperación global– con el argumento de que “no somos una colonia”.
Este giro se alinea claramente con el llamado soberanismo, la nueva ola de las derechas duras que, en Europa y otras latitudes, plantean retirarse de la Unión Europea o de otros organismos supranacionales que habían sido símbolo de integración. El discurso de Kaiser coincide con esa lógica: priorizar lo nacional, desconfiar de los compromisos internacionales y proponer una suerte de desanclaje unilateral del entramado global.
Este planteamiento va a contracorriente de la marcha histórica de la humanidad hacia la creación de organismos supranacionales que –al menos en su ideal– vienen a facilitar la colaboración entre naciones, la paz, el desarrollo conjunto y la regulación de los espacios comunes (medio ambiente, derechos humanos, comercio, migración).
En lugar de avanzar hacia un mundo más interconectado y regulado en clave de cooperación, lo que propone es una regresión hacia formas de aislamiento nacionalista, y hasta de autarquía. Un país que se retira de los tratados, que se desmarca de los organismos globales, que renuncia a los mínimos acuerdos multilaterales, está escogiendo caminar contra la corriente de la historia compartida.
Resulta pertinente recordar algo que muchos analistas mencionan y que tiene un notable peso simbólico: el comercio internacional como disuasión de los conflictos bélicos.
Existe un viejo dicho (en tono de metáfora, pero con fondo de verdad): “Por donde pasan mercancías no pasan tanques armados”. Si un país exporta, depende de importaciones, está conectado a cadenas globales, y esas conexiones presentan un freno cierto a la confrontación abierta con otros actores. Abandonar tratados y organismos puede debilitar esos canales de interdependencia, y con ello incrementar la vulnerabilidad, la incertidumbre y la tensión internacional.
Me atrevo a decir que echo de menos una reacción contundente de la centroizquierda frente a esta deriva, a excepción de una declaración del Partido Socialista donde “se repudia el discurso xenófobo y aislacionista de la ultraderecha”.
Pero ese gesto aislado no alcanza; incluso la propia Evelyn Matthei (quien presumo no comulga con esta línea) salió a marcar distancia, rechazando la idea de retirar tratados internacionales argumentando que “como país pequeño (…) lo que más nos debe importar es el multilateralismo”. Si una derecha dura plantea un giro de esta magnitud, la respuesta democrática y progresista debería ser firme, articulada y transversal.
Porque lo cierto es que esta no es –y estoy convencido– una posición mayoritaria entre la ciudadanía votante que convendría omitir. Por cálculo electoral, a algunos (a izquierda y derecha) les convendría simplemente sobrevolar este discurso radical, minimizarlo y dejar que se diluya. Pero no se puede permitir que un tema de tanta envergadura quede sin debate serio.
El periodo electoral es precisamente el momento en que la atención ciudadana se dirige hacia los grandes asuntos políticos internos, pero también internacionales, y este es un temazo, pues la política exterior de Chile es una condicionante para cualquier modelo de crecimiento y status internacional. Entonces, ¿Qué tipo de relaciones internacionales deseamos? ¿Estamos dispuestos a cerrar tratados, a desligarnos de organismos internacionales, a asumir riesgos sistemáticos para nuestra inserción global?
En definitiva: cuando alguien plantea que Chile debe renunciar a la participación en importantes instancias internacionales, señalando burdamente que “si nosotros hubiésemos querido ser colonia, por último, de gente decente como el Rey de España, no de cualquier pelotudo en Nueva York” (mitin en Osorno), está proponiendo algo mucho más que un ajuste de política exterior. Está proponiendo un cambio de paradigma basado la reclusión nacionalista, el recorte de compromisos, el retroceso de los vínculos multilaterales.
Ello merece ser cuestionado con dureza, razón y visión de futuro, pues el aislamiento no es fortaleza, renunciar a la cooperación global no es soberanía, es mayor vulnerabilidad; pues siendo Chile un país enormemente dependiente de vínculos externos –comercio, inversión, cooperación, conocimiento– ese salto al vacío no es un acto de valentía, es un acto de temeridad irresponsable.
Espero que este debate lo tomemos en serio. No como asunto menor, no como frase de campaña para el aplauso fácil de entusiastas partidarios. Que los ciudadanos demanden claridad, que los medios investiguen las consecuencias, que los partidos de centro e izquierda se movilicen con coherencia y fuerza. Porque lo que está en juego no es solo un tratado más o menos, es nada menos que el país que queremos ser.
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