En política, las etiquetas son cómodas, pero las convicciones son exigentes.

Hoy, en medio de un nuevo ciclo de incertidumbre y fragmentación, vemos con asombro cómo distintas figuras y sectores se apresuran a definirse como socialdemócratas. Pareciera que la palabra se ha vuelto sinónimo de sensatez, de centro progresista, o simplemente de una identidad que permite escapar del desprestigio de otras siglas.

Sin embargo, no basta con proclamarse socialdemócrata: se requiere trabajar decididamente por construir instituciones, mayorías y un proyecto político coherente que dé sustento real a este ideario.

¿Moda o convicción?

La socialdemocracia no es una moda ni una estrategia electoral de último minuto. Es una tradición política que ha demostrado, a lo largo de la historia, su capacidad para conjugar crecimiento económico con justicia social, democracia con cohesión, Estado con ciudadanía. Y eso no se construye en el discurso, sino en la práctica política, con decisiones, renuncias y apuestas a largo plazo.

Por eso, resulta contradictorio ver a ciertos liderazgos, que durante años prefirieron mantenerse en estructuras agotadas o en espacios de comodidad institucional, ahora presentarse como convencidos socialdemócratas.

En su momento, muchos de ellos no tuvieron la osadía ni la voluntad de abandonar sus nichos de poder para ayudar a edificar un proyecto nuevo, cuando ese esfuerzo significaba incertidumbre, trabajo desde cero y ruptura con lógicas de clientelismo y captura.

Hace años, un pequeño grupo con humildad decidió tomar ese riesgo. Desde la Fundación Socialdemócrata y el Partido Socialdemócrata en formación, impulsamos la creación de un nuevo espacio que revitalizara las ideas transformadoras de la centroizquierda, sin miedo a incomodar ni a empezar desde lo más básico. Lo hicimos con la convicción de que Chile necesita una socialdemocracia fuerte, moderna, con raíces territoriales, capaz de articular propuestas concretas para enfrentar los desafíos del siglo XXI: la desigualdad persistente, la crisis climática, el debilitamiento del Estado y la pérdida de cohesión social.

La socialdemocracia no se hereda ni se imita

Las coyunturas actuales —con una ciudadanía crítica, instituciones en entredicho y una polarización que impide acuerdos duraderos— nos exigen más que definiciones nominales. Nos exigen liderazgo, generosidad y la capacidad de reconstruir un nuevo proyecto de centroizquierda que mire al futuro, sin nostalgias ni oportunismos.

La socialdemocracia no se hereda ni se imita. Se construye. Y para ello, se necesita más que palabras; se requiere coraje político, visión estratégica y la acción decidida de articular voluntades diversas, incorporando a nuevos actores y a las generaciones jóvenes. Sólo así será posible conformar una mayoría transformadora que haga realidad un verdadero Estado de Bienestar para Chile.