Si al embajador argentino verdaderamente le interesa que el tráfico transfronterizo mejore (en Chile efectivamente queremos que sea así), debería moderar sus expresiones. Sin embargo, por ahora todo indica que quisiera integrarse a una lista de “embajadores-personajes” que recuerdan a los “compadritos” de los cuentos de Borges, antes que diplomáticos capaces de contribuir a convertir problemas en soluciones.

El gobierno de Javier Milei se equivocaría si permite que su embajador en Santiago, Jorge Faurie, implemente una “estrategia de choque” para lograr que, en ciertos pasos fronterizos, Chile garantice facilidades especiales para que el transporte de su país acceda, vía nuestros puertos, al mercado del Asia-Pacífico.

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Los medios y la opinión pública han reaccionado con sorpresa y disgusto frente a las afirmaciones del embajador. Durante una reciente reunión bilateral (y “entre otras cosas”), habría afirmado que su país “ya era potencia alimentaria” cuando los chilenos “aún no aprendíamos a comer”.

Este es, por supuesto, un insulto a nuestros abuelos (los míos vinieron a Chile en 1557) y -en contexto- ilustra la forma en que nuestros vecinos nos valoran. Así de simple.

Si de insultos se trata, en un ejercicio hipotético, alguien podría replicarle que mientras en las últimas décadas -por las razones que él mejor conoce- su país anotó sucesivos defaults (y “se acostumbró a vivir de los préstamos del Fondo Monetario Internacional”), con menos ventajas y asistencia internacional, sucesivas generaciones de chilenos desarrollaron una economía que -la banca, los inversionistas y las empresas estratégicas del mundo- apuestan a que en la próxima década retomará la senda del crecimiento.

Precisamente por eso es que el embajador debe tener confianza en que la infraestructura caminera y los puertos chilenos -esenciales para su propio país- tienen todas las capacidades necesarias.

Intentando entender las razones del arrebato del embajador argentino

De la información disponible se trataría de una molestia gatillada por la ausencia de autoridades chilenas de primer nivel, no obstante que el asunto a tratar tiene importancia para Argentina. Se sabe que el embajador chileno (contraparte del señor Faurie), un hombre de más de 80 años, “por razones de salud no pudo subir a la reunión” celebrada a más de 2 mil metros.

En la circunstancia, la delegación chilena pudo estar encabezada por el Delegado Provincial de Los Andes, una persona joven que, a criterio del diplomático extranjero, no tendría ni manejo ni capacidad de decisión en temas complicados y multisectoriales.

Si esto es así, el embajador argentino pudo tener motivos para incomodarse. Si -nuevamente- ese fuera el caso, conviene preguntar: ¿Cuáles autoridades de la Cancillería chilena asistieron a la reunión? ¿Participó su Secretario General, su Director Nacional de Fronteras y Límites, o su Director para América del Sur? Si estos funcionarios no asistieron a la reunión en el Paso Libertadores ¿Por qué no lo hicieron?

El acuerdo sobre pasos fronterizos de 1997

Aun así, asumiendo que el embajador argentino tenía razones para sentirse incómodo, de todas formas conviene recordarle que en 1997 los Presidentes Frei Ruiz Tagle y Menem (de quien él fue su jefe de Protocolo) suscribieron dos acuerdos complementarios.

A saber, uno sobre “coordinación de apertura y cierre de pasos fronterizos” y, otro, sobre “controles integrados de frontera”. Con esos instrumentos ambos países se comprometieron a agilizar el tráfico transfronterizo en beneficio de la integración binacional. Sin embargo, una revisión simple del funcionamiento de esos acuerdos indica que Argentina los ha implementado parcialmente.

Hay que recordar que, en el contexto de la negociación de 1997, Argentina solicitó “habilitar permanentemente” un paso en Agua Negra (entre la Región de Coquimbo y la Provincia de San Juan) y que, en años posteriores, para para ello el Estado chileno invirtió ingentes recursos en un complejo fronterizo y un camino de acceso a Coquimbo (y al proyecto Dominga).

En contrapartida, en la misma negociación Chile solicitó la apertura de un paso también “permanente” en el Canal Beagle, a saber, entre Puerto Almanza (Argentina) y Puerto Williams (Chile).

Adicionalmente, y estimando que dicho paso operaría en los años siguientes, Chile puso a disposición de Argentina un camino pavimentado de alta calidad que conecta a Río Gallegos (Santa Cruz) con la ribera norte del estrecho de Magallanes. Y, también, una segunda ruta de idéntica calidad que une a Cerro Sombrero con el Paso San Sebastián y las ciudades de Río Grande y Ushuaia.

De esa forma, Chile aseguró la conectividad por carretera pavimentada entre Ushuaia, Buenos Aires y todas las localidades del extremo norte argentino.

En cambio, pasados 27 años, Argentina nunca cumplió con su compromiso de abrir y operar el paso Almanza-Puerto Williams. No solo eso, buscando aliados en Punta Arenas, las autoridades argentinas continúan empeñadas en que Chile habilité un paso permanente en el canal Beagle.

Esto es, entre Ushuaia y Puerto Navarino, para asegurar -a pesar de las restricciones objetivas impuestas por el Tratado de Paz y Amistad de 1984- el acceso directo de sus operadores a nuestros activos turísticos al Cabo de Hornos y de la galería de glaciares del Canal Beagle occidental (que sitios web lo promocionan como territorio argentino).

Ocurre que, comparativamente, la geografía dicta que el menú de atractivos turísticos de Ushuaia es breve y pobre.

¿Puede el embajador argentino en Santiago explicar por qué su país continúa incumpliendo un acuerdo plenamente vigente, que data de 1997?

¿Está de acuerdo con quienes sostienen que, mientras exige facilidades en el Paso Los Libertadores, Argentina simplemente no cumplirá con el compromiso, pues estima que cualquier mejora en la conectividad de Puerto Williams perjudicaría la posición dominante que Ushuaia detente en materia de turismo antártico?

¿Convendría, entonces, eliminar del acuerdo sobre pasos fronterizos aquellos de Agua Negra y Almanza-Puerto Williams?

Se buscan diplomáticos

Si al embajador argentino verdaderamente le interesa que el tráfico transfronterizo mejore (en Chile efectivamente queremos que sea así), debería moderar sus expresiones.

Sin embargo, por ahora todo indica que quisiera integrarse a una lista de “embajadores-personajes” que recuerdan a los “compadritos” de los cuentos de Borges, antes que diplomáticos capaces de contribuir a convertir problemas en soluciones.

La relación chileno-argentina es importante para ambos países. Las dos diplomacias deberían evitar incidentes y confusiones, y practicar el diálogo franco y de buena fe.

Para que esto sea así, de partida el embajador Faurie y su cancillería deben asumir que, aunque les guste ponerlo en duda, hace muchas generaciones que los chilenos “comemos con tenedor y cuchillo”. Consejo: Ponerlo en duda no beneficiará a Argentina.