Me había resistido hasta ahora a establecer compromiso con algún medio de comunicación para escribir columnas semanales y acepté finalmente hacerlo en la web de Biobío, porque los hermanos Mosciatti han sabido mantener la identidad original de la radio fundada por su padre, Nibaldo Mosciatti Olivieri.

Como ningún otro medio, llegó desde las regiones a la capital y mantiene hasta hoy su carácter de radio regional, donde lo que ocurre fuera de Santiago tiene igual relevancia y sus emisoras a lo largo del territorio no son meras repetidoras, son la voz de los problemas, desafíos y esperanzas de los habitantes de cada una de las ciudades donde se encuentran.

Escuché por primera vez Biobío en Concepción el 7 de septiembre de 1986. Estaba de visita preparando a un candidato socialista que participaría en las primeras elecciones democráticas en la U de Conce y escuché por primera vez en una emisora nacional a Silvio Rodríguez. Mosciatti puso una de sus canciones luego de haber sido los primeros del país en informar de un atentado frustrado a Pinochet. Esa valentía, espíritu libertario e independencia del poder político de entonces sigue siendo el adn de radio Biobío.

A esa identidad esencial de medio independiente y de regiones, los hermanos Mosciatti sumaron un tercer factor que la hace indestructible: el de haberse convertido en un medio cuyo contenido no sólo es generado por sus equipos periodísticos, sino por miles de personas que desde todos los rincones de Chile informan y opinan de sus respectivas realidades formando la red de reporteros voluntarios más extensa y variada del país.

Escribiré aquí porque me identifica radio Biobío en su desafío a los poderes establecidos, en su amor a Chile y sus regiones, en su libertad e independencia para navegar contra la corriente cuando es necesario. Aviso que no hablaré sólo de política, sino de la vida, que no serán sólo análisis sino también testimonios personales, no aludiré exclusivamente a razones sino también a emociones.

Aunque mi madre era militante comunista y de muy niño hice teatro y excursiones organizadas por su partido, ingresé a la Juventud Socialista cuando cumplí 14 en el Internado Barros Arana. Allí me enseñaron que la democracia era de la burguesía, sólo útil y valorable en la medida que sirviera a la construcción del socialismo; que el camino de Allende de profundizar la democracia hasta llegar al socialismo era una completa ingenuidad; que el dilema de la época era Socialismo o Fascismo, por eso había que “avanzar sin transar” y la estrategia consistía en levantar un Poder Popular paralelo a las instituciones de la democracia representativa, que cuando hubiera condiciones favorables se impondría a éstas.

Hoy, después de haber sufrido 17 años de dictadura, resulta inverosímil que nos formáramos en la convicción de que era mejor el Fascismo que la democracia burguesa, porque así el Capitalismo mostraría su verdadera cara generando conciencia de la clase obrera y el pueblo de sus condiciones de explotación, entonces la Revolución sería imparable. Parece caricatura, lamentablemente no lo es.

La Dictadura, que se prolongó durante toda nuestra juventud, tuvo como efecto que comprendiéramos que la democracia no es sólo un instrumento desechable; la separación de poderes, el debido proceso, el habeas corpus, la libertad de pensamiento, el pluralismo político, el derecho a organizarse libremente, el voto secreto e informado y todo eso que algunos de nuestros líderes caracterizaban peyorativamente como “democracia burguesa”, eran condiciones indispensables para la vida y también para la lucha social.

Sólo fue posible iniciar la reconstrucción de la democracia cuando una parte importante de los opositores a Allende se formó la convicción de que nada puede justificar el establecimiento de una dictadura, la violación flagrante de los derechos humanos y la destrucción de las instituciones democráticas. Parte relevante de los partidarios del gobierno de la Unidad Popular asumieron que éste no sólo había sido derrotado sino que previamente había fracasado en construir mayoría social y política para su programa de transformaciones, y la democracia representativa pasó a ser para nosotros una convicción programática esencial.

Pasados 50 años del Golpe y de la muerte de Allende, tenemos derecho a esperar que el reencuentro de partidarios y opositores al gobierno de la Unidad Popular que se fraguó en la Concertación de Partidos por la Democracia y el triunfo del No, se extienda ahora a toda la sociedad, a partidarios y opositores del Golpe de Estado, para reconocer que no hay dictaduras ni violaciones a los derechos humanos que puedan justificarse y tampoco visiones instrumentales de la democracia ni pretensiones de una minoría omnisciente de reemplazar al pueblo en sus decisiones.

El desafío que tenemos como sociedad es ir más allá de las nostalgias respectivas y los fanatismos ciegos, para atajar a tiempo la intolerancia que asoma, para que nunca más nos permitamos identificar a compatriotas como enemigos a abatir, nunca más nadie se sienta con el derecho de imponer su verdad a los demás, y nunca más admitamos ninguna relativización del respeto a los derechos humanos, las libertades públicas y la democracia.