Los neo-nazis, los ultra-nacionalistas, los supremacistas blancos, aparecen como los habitantes y protagonistas del fenómeno que está llamándose “la ultra derecha”.

No hay mucha base ideológica ni teórica para bautizar esos fenómenos con los términos políticos que heredamos de los tiempos de la Revolución Francesa, en el siglo 18, cuando en la sala de sesiones de la Asamblea Nacional, los revolucionarios más duros se agrupaban al lado izquierdo. Los más conservadores, incluyendo a los girondinos, lo hacían al lado derecho, y la mazamorra indecisa se quedaba en el centro.

En estos tiempos la distribución política no es tan simple como entonces. De hecho, con excepción de los comunistas, ya los partidos políticos no representan propuestas teóricas o filosóficas respecto de la administración del Estado y los derechos de los ciudadanos, no. Más bien se limitan a adherir a ciertas nociones de lo que es más conveniente a corto plazo y desde el punto de vista de ciertos grupos de interés.

Ahora la civilización parece estar tomando en exceso de velocidad las curvas inesperadas que nos plantea la realidad ecológica, tecnológica y espiritual. Por eso las diferencias entre esos grupos políticos se están expresando de manera cada vez más amenazante. Cada vez más próxima a la brutalidad.

Ante esto, son demasiados los tontos pillos que le echan la culpa de la violencia a nuestra Santa Madre Naturaleza. Creen que los seres humanos somos naturalmente codiciosos, agresivos, vanidosos y desprovistos de la esencial caridad solidaria que debiera ser la característica esencial de nuestra especie.

Pero están equivocados. Los humanos en realidad no somos así. La Historia, la Antropología y todas las ciencias de la cultura nos demuestran algo muy distinto.

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