Después de años de solicitudes y reclamos (al menos desde 2008 o 2009), finalmente la directiva del Colegio de Arquitectos accedió a hacer una auditoria contable.

El resultado de ésta es un enorme desorden administrativo, uso de dineros públicos para fines distintos a los que fueron asignados, firma de un contrato con una universidad mexicana por parte del Administrador aparentemente sin autorización, entre otros problemas, además de un déficit que hoy no se puede cuantificar pero que sería de unos 300 millones de pesos.

Para definir el monto del déficit como si hubo o no robos o uso indebido de fondos, se debe realizar una Auditoría de Caja, que fue uno de los acuerdos (éste adoptado por unanimidad) tomados por la Asamblea, órgano que por estatutos está por sobre la mesa directiva.

En principio, y a espera de la Auditoría de Caja, está claro que el ex-Administrador (fue o va a ser despedido, ya que presentó licencia) es responsable de gran parte de los problemas que han generado la actual crisis. Él ocultó información, engañó a los colegiados al entregar balances donde faltaba información, generó este desorden administrativo inaceptable, negó información cuando se le solicitó, etc.

Pero hay otras responsabilidades. Desde que fuera presidente Alberto Montealegre (2007-2009), se vinieron expresando dudas sobre Alejandro del Río como administrador del Colegio. Después vinieron las presidencias de Patricio Gross, Luis Eduardo Bresciani, Sebastián Gray y, finalmente, la renunciada Pilar Urrejola.

En este período hubo dos tesoreras de la directiva del Colegio que renunciaron ya que la falta información y la mala calidad de los antecedentes entregados por el Administrador imposibilitaba que realizaran de buena manera su labor. Dos renuncias que no fueron tomadas en todo su peso.

Recién el año pasado la directiva –y con oposiciones- logró encargar la Auditoría y luego hacerla pública.

Así como hay múltiples responsabilidades de diversos directivos del Colegio desde hace casi una década, también es importante destacar a las personas que denunciaron los hechos (por ejemplo Francesca Clandestino y Valeria Catafau) como a aquellas que lograron que se destaparan estas irregularidades (Enrique Barba, Alberto Teixido, José Piga, entre otros).

De parte de muchos dirigentes hubo, al menos, negligencia.

Un contexto negativo

Los colegios profesionales, como las organizaciones sociales en general, desde la dictadura, han dejado de tener roles concretos. En el caso del Colegio de Arquitectos, éste dejó de tener funciones claves que se le otorgaba por ley, como era la tuición ética (el Tribunal de Ética de un Colegio podía incluso quitarle el título a un profesional por faltas graves), fijar honorarios y supervisar todos los contratos profesionales. Además se tenían que colegiar en forma obligatoria todos los arquitectos que ejercieran la profesión. Eso le daba funciones concretas, eran “razones de ser” potentes.

Hoy el Colegio se tiene que “inventar” funciones (salvo el tener un representante en el Consejo de Monumentos Nacionales), tiene que hacerse espacios para dialogar con los ministerios, para incidir en políticas públicas, etc. Su principal fuente de financiamiento son las cuotas de los agremiados, que son voluntarios y representan en la actualidad un porcentaje menor de profesionales (algo más de 2.000 en un universo que supera ampliamente los 10.000).

En este contexto, todos los integrantes activos del Colegio participan en forma voluntaria (salvo secretarias, auxiliares y el Administrador, que ganaba alrededor de $4.700.000), lo que genera mucha precariedad institucional, al dedicarles tiempo en forma parcial, quitándole tiempo a sus respectivos trabajos.

Quienes participan en el Colegio lo hacen en su gran mayoría motivados por el bien de la profesión y de sus colegas, por el bien común, del país. Esa energía, esa predisposición debe ser valorada y aprovechada. Como debe ser valorada y aprovechada la diversidad de miradas que hay al interior del Colegio, porque eso enriquece las miradas y debiera fomentar la discusión, en términos positivos.

En ese contexto, resultaba casi natural que muchos directivos “descansaran” en el Administrador, confiando más de la cuenta en él. En eso, hubo negligencia.

Desafíos

EL primer paso es tener la Auditoría de Caja, para saber cuáles son las deudas reales del Colegio y los diferentes destinos de los dineros. A partir de ella se podrá saber, además, si hay apropiación indebida de dineros.

Otro punto central es reestructurar el Colegio, repensarlo de acuerdo a las actuales circunstancias. No sólo es difícil que haya colegiados al día en sus cuotas, también existe desde hace 10 años la AOA (Asociación de Oficinas de Arquitectos), que le ha quitado espacios y protagonismo al Colegio. Esto significa replantear el rol de Colegio a nivel nacional, y no sólo como y desde “Santiago”. En otras palabras, se debe evitar la obsolescencia del Colegio replanteándolo.

Ligado a lo anterior, es fundamental replantear la gestión del Colegio. Esto es no sólo tener parámetros ISO, por ejemplo, sino repensar la relación con los agremiados, con los zonales (regiones, incluida la Metropolitana), la forma de administrar sus bienes, etc.

Tal vez el punto más importante –vinculado ciertamente a los anteriores- es devolver y reconstruir las confianzas. En tiempos en que la norma pareciera ser dudar de todo y de todos, se hace más necesaria la confianza, una “confianza lúcida” (como plantea José Andrés Murillo). En especial dados los desafíos que debe enfrentar el Colegio de Arquitectos para superar los problemas financieros y administrativos.