Una monumental calavera negra que en lugar de ojos tiene dos brillantes botones de rosas sonríe desde el techo de una casa de la peligrosa ciudad mexicana de Ecatepec, como parte de otro intento de las autoridades por arrebatarle espacios públicos a la criminalidad.
La obra, del artista mexicano Israel Zúñiga, forma parte del proyecto Ecatepec Arte Urbano en el que participaron, bajo custodia policíaca, medio centenar de muralistas de México, Estados Unidos, Australia y Japón con una variopinta gama de temas, algunos con cierta referencia a la extrema vulnerabilidad que viven las mujeres en esta localidad.
“Los grandes cambios se van haciendo a partir de los pequeños cambios. Creo que cada uno de estos murales puede ser un pequeño cambio en la mentalidad de los niños, para quienes básicamente es esto“, comenta Zúñiga a la AFP mientras da una última pincelada a la catrina, como se le conoce en México a las calaveras festivas.
En el Estado de México, entidad donde se encuentran los murales, de enero hasta el 31 de julio de este año se han registrado 1.204 asesinatos y el robo de 26.145 vehículos, la mitad con violencia, y un importante porcentaje de esos crímenes fueron cometidos en Ecatepec, de acuerdo con cifras oficiales.
Interpretación de esperanza
Al pie de otro mural del artista australiano Guido Van Helten, pintado en la pared de dos edificios de la unidad popular “El Gallito“, que muestra los rostros de una niña y una señora, María de Lourdes Ramírez habla de la agradable sensación que le produce la imagen hiperrealista.
“La niña es la tristeza y la señora es la esperanza“, interpreta Ramírez, una ama de casa de 58 años, rodeada de jaulas de metal antirrobos para automóviles y jardineras abandonadas con maleza que crece a su antojo.
Una de las realidades más crueles para los 1,6 millones de habitantes de Ecatepec, colindante con la Ciudad de México, son las desapariciones y asesinatos de mujeres.
De 2005 a 2014 desaparecieron en el Estado de México, 4.281 mujeres, la mayoría de entre 15 y 17 años y de las cuales sólo se han localizado los cuerpos de 95, algunas flotando en el Río de los Remedios de Ecatepec, calcinadas, o desnudas y con huellas de tortura en los alrededores de San Andrés de la Cañada, según datos del Observatorio Ciudadano Nacional de Feminicidios.
Los murales fueron pintados precisamente en una avenida de San Andrés de la Cañada, sobre la que pasará el primer teleférico de México que será usado como transporte público. El mismo reducirá casi a la mitad los 45 minutos que toma atravesar apenas 5 kilómetros.
Una de las piezas, titulada “Con el pétalo de una rosa“, del artista mexicano Diego Zelaya, muestra sobre un fondo negro el antebrazo y la mano de un hombre que acaricia el rostro de una niña de ojos cerrados.
Teoría de las Ventanas Rotas
El arte callejero “cuando está bien hecho, crea una sensación de conexión” con los habitantes, comenta en una de las estaciones del teleférico a la AFP John Pugh, un reconocido artista estadounidense por sus obras a gran escala que crean impactantes ilusiones ópticas.
Sobre un andamio colocado a unos seis metros del piso, Pugh explica que su pintura versará sobre Quetzalcóatl, una de las deidades prehispánicas principales de Mesoamérica.
Los murales pueden “cambiar el estado de ánimo de una forma sutil, pero de una manera mucho más poderosa de la que uno pudiera pensar“, añade mientras pinta bajo la vigilancia de una patrulla de la policía estatal.
La idea de los murales está basada en la teoría de las ventanas rotas creada por un profesor de la Universidad de Stanford (Estados Unidos) en 1969, que establece que si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importarle a nadie, entonces allí se generará el delito.
“Si tu ambiente es más agradable o si tu ambiente es más agresivo, eso debe influir directamente en tu calidad de vida, en tu comportamiento“, expone a la AFP el alcalde de Ecatepec, Indalecio Ríos, quien reconoce que también es necesario “fortalecer la seguridad“.
El arte callejero ha tenido exitosos resultados en varios países, pero algunos habitantes de San Andrés de las Cañadas, rodeados de majestuosos cerros tupidos de frondosos árboles, tienen serias dudas sobre el impacto que tendrá en sus vidas.
Vestido con una camiseta blanca de tirantes que muestran sus múltiples tatuajes y le llega casi a los muslos, Heriberto Rivera, un taxista de 30 años, observa con atención a su hija de cinco años mientras comenta que “la delincuencia va a existir siempre“, pero agradece el “cambio de panorama en esta zona que antes era gris y fea“.