En 1992 conocí al Padre Antonio en el Cottolengo de Rancagua. Debía ver si esa institución cumplía con ciertos requisitos para recibir una donación para ampliar sus instalaciones. En ese momento, si recuerdo bien, tenían a unos 120 ancianos y ancianas y a más de 250 niños y niñas con discapacidades severas, como microcefalia, autismo grave, etc.

El Padre Antonio me mostró las instalaciones, los planos del proyecto y el lugar donde se construirían los nuevos pabellones. Y me llevó a recorrer los distintos lugares donde estaban las personas que acogían. Una vivencia fuerte que me llevó a tener pesadillas durante dos noches seguidas. Un altísimo porcentaje de las familias de los niños que ahí vivían los había abandonado luego de dos años de estar en lista de espera, sin ser posible ubicarlas, y obligando al Cottolengo a grandes esfuerzos para darles una atención digna. A pesar de ello, el Padre Antonio sólo mostraba resignación y esperanza. Y nunca me dijo una palabra de más, sobre la urgencia de recibir esa ayuda, ni recurrió a chantajes emocionales…

La bondad y cariño con el que el Padre Antonio se dirigía a los ancianos como a los niños, algunos con discapacidades severas, sabiéndose el nombre de cada uno de ellos(aunque muchos de ellos no podían hablar y sólo respondían con, por ejemplo, una leve insinuación de sonrisa), me conmovió. ¿Cómo alguien podía entregar tanto en un ambiente de tanta precariedad y necesidad? ¿Cómo se mantenía en pie frente a seres humanos que no tenían casi posibilidades de mejorar su situación?

El lunes recién pasado falleció Antonio Casarín Manzán (1935, Visnadello, Treviso, Italia), sacerdote que llegó como misionero a Chile en 1973 a trabajar con niños con discapacidades severas en el Cottolengo de Cerrillos, Santiago.

El Padre Antonio, ordenado sacerdote en 1964, fue responsable del Cottolengo de Rancagua durante 12 años, durante los cuales lo pudo ampliar y mejorar de manera importante.

En Los Ángeles estuvo 16 años, ampliando el Hogar de Ancianos de esa ciudad para aumentar su capacidad de 16 cupos a poder albergar a 110 personas. También construyó el Comedor Fraternal para recibir 140 niños y reparó la Iglesia del Perpetuo Socorro de esa ciudad, con orden de demolición por parte del municipio producto del terremoto de 1960.

La lista de sus obras es larga y diversa, e incluye orientar a perseguidos políticos para que fueran al Comité Pro Paz o para exiliarse, o construir la Parroquia Nuestra Señora de Villa México.

Padre Antonio Casarín, iglesia.cl (c)
Padre Antonio Casarín, iglesia.cl (c)

Más allá de creencias, de su profunda fe, de sus ideas políticas (que no conocí), el verdadero misterio para mí es la fuente de energía y de convicción tan profunda para poder entregar tanto amor al prójimo, en especial a aquellos que tenían tan pocas posibilidades de retribuir. Y el hacerlo manteniendo un perfil tan bajo, tan alejado de las luces, de las cámaras, de los halagos

En especial me sorprende que haya mantenido esa energía, esa vocación y fe a pesar de los innumerables casos de abusos al interior de la Iglesia Católica –que afectó incluso al Cottolengo de Rancagua, años después de su partida a Los Ángeles-, que significaron dolores profundos para él. O el no sucumbir a pesar de la poca respuesta de los familiares de las personas que atendían, de las dificultades para lograr financiamiento o los escasísimos recursos que les entrega el Estado por hacerse cargo de personas con grandes dificultades.

Sin ser católico, el Padre Antonio -que recibiera la nacionalidad chilena por gracia el año 2002- es para mí un ejemplo de consecuencia, de fe, al transformar la bondad y el amor al prójimo en una forma de vida.