Germán Marín (Santiago 1934-29 de diciembre de 2019) fue un escritor tardío que publicó más de veinte de libros, siendo el primero Fuegos artificiales (Quimantú, 1973 ), edición destruida por la dictadura.

Germán Marín, perteneciente a una familia con muchos militares, ingresó a la escuela Militar, donde Augusto Pinochet fue su instructor antes de ser expulsado (duró un año).

En Buenos Aires estudió literatura con Jorge Luis Borges y en su exilio en México compartió con grandes escritores.

Germán Marín, un hombre de voz ronca, de genio cambiante, de frases rotundas, tenía una obra donde escarba zonas oscuras del país y de las personas.

Probablemente su obra más significativa es “El palacio de la risa”, sobre la tristemente célebre Villa Grimaldi, centro de detención, tortura y asesinato de la DINA (Dirección Nacional de Informaciones), dirigida por Manuel Contreras.

En “El palacio de la risa”, Germán Marín recurre a sus recuerdos de ese lugar, residencia de un compañero de colegio (San Ignacio) y que luego, al ser comprada por Carlos Vassallo (Embajador de Chile en Roma al momento del Golpe de Estado), se transformó en un lugar de eventos y lugar donde estuvo detenido. Finalmente, retornado al país, visita las ruinas -fue demolido para eliminar pruebas de las brutalidades ahí cometidas- de lo que fuera un lugar de sueños.

“El palacio de la risa” es un libro testimonial que refleja la sensibilidad y la gran capacidad de observación que tenía Germán Marín, como también de análisis, junto plantear de manera abierta y directa su pensamiento. “El palacio de la risa” es un libro esencial de la literatura chilena.

Otros libros libros destacados pueden ser “Ídola”, un libro fantástico ambientado en el centro de Santiago,que refleja esas vidas grises y sin esperanzas inmersas en mundos paralelos, subterráneos. Como en “Palermitanas”, situado en el Barrio Brasil, en torno a una residencial venida a menos. O “Tierra Amarilla”, ambientada en esa localidad, sobre los abusos que realizan las grandes empresas en el norte del país.

La obra de Germán Marín tiene un velo de decepción, de meláncolía, con alguna cuota de rabia, aunque deja pequeñas ventanas de esperanza y de desahogos a través del sexo.