Música en vivo y en diversos ritmos; canciones que provienen del mundo árabe, judío y latinoamericano; diálogos en escenas más o menos autónomas; y danzas con coreografías masivas y más acotadas, caracterizan esta obra, escrita por Marco Antonio de la Parra, con la dirección de la actriz y cantante Elvira López Alfonso.

Una propuesta con recursos híbridos que se utilizan para subrayar la masividad humana y cultural del tema que aborda: la migración, un fenómeno mundial en pleno desarrollo.

Esta imagen panorámica que se propone construir tiene como soporte escenas dinámicas que aluden a hechos acaecidos en diversas épocas y lugares del mundo, lo que determina la variedad en vestuario y utilería.

Más que relatar una historia específica, con personajes que lleven el proceso desde su origen a la actualidad, la obra opta por mostrar situaciones que grafican diversas experiencias sobre este drama y sus consecuencias sociales.

Y son las letras de las canciones, expuestas en castellano y en los idiomas de los migrantes, las que transportan el impacto emotivo de las diversas formas de migración.

Sentido amplio y solidario

La primera referencia que utiliza el dramaturgo para hablar de migración es la salida de Egipto y de la esclavitud de los judíos, según lo cuenta el relato bíblico.

De hecho, este episodio da el título al montaje: según la tradición mosaica, la “tierra prometida” (el actual territorio palestino usurpado por Israel) es el regalo que Yavé-Jehová otorga al pueblo que eligió como propio, claro que con la previa destrucción de las ciudades y aniquilamiento de sus habitantes.

Con el paso del tiempo, el concepto asumió un sentido más amplio, solidario y no violento, ya que alude al deseo básico del ser humano de tener un lugar donde vivir y realizar sus sueños.

En este sentido, el drama musical de De la Parra y López observa la realidad de desarraigo, exilio y racismo que sufren hombres, mujeres y niños en África, América Latina y Chile (haitianos y venezolanos).

Incluso, el espectador puede hacer una interpretación aún más global, entendiendo la migración como consecuencia de guerras tribales o nacionales, dictaduras salvajes, el colonialismo y sus efectos y, por supuesto, las invasiones de ayer y hoy que encabezan las grandes potencias.

Los variados segmentos y recursos de la obra generan una atractiva multiplicidad de sentidos parciales que, sin embargo, no alcanzan a generar un punto de vista nuevo frente a la realidad migratoria dura y conocida que se describe, y para que resalte con más profundidad y fuerza la mirada hacia el mundo más íntimo del migrante que también se quiere mostrar.

Tal vez por eso la arista musical, también variada en ritmos y ejecución, emerge como el factor que va construyendo el sentido más profundo de una obra que enfatiza que, antes y ahora, todos somos hijos de la migración.

El alto nivel de la composición y ejecución musical (Elvira López Alfonso, Cristián Molina y la conocida cellista Ángela Acuña) y su elocuente sonoridad empujan las voces y el canto, el trabajo de los cuatro miembros del elenco y las coreografías de la veintena de “extras”, estudiantes de primer año de la escuela de teatro de la UFT.

La tierra prometida, Teatro Finis Terrae (c)
La tierra prometida, Teatro Finis Terrae (c)

La tierra prometida

de Marco Antonio de la Parra
Dirección: Elvira López Alfonso

Teatro Finis Terrae
Pocuro 1935, Providencia. (Metro Inés de Suárez).
Jueves a sábado, 20.30 horas; domingo 19.00 horas (do. 28, 19.30).
Entradas de $ 2.500 a $ 7.000; jueves popular $ 4.500. Hasta el 28 de julio.