Texto de Orejas al Viento

En el estreno de “El Misántropo” de Molière, el el Teatro Municipal de Las Condes, la aparición del protagonista -entre la impecable cortina roja- arrancó aplausos en algunos asistentes -una intención retenida en el resto del publico- en reconocimiento y cariño a Francisco Melo.

Desde la partida se evidencian los versos libres de Rafael Gumucio y su genial versión sdse este clásico. Sin embargo, estas se pierden en momentos de intensidad, cuando hay acciones colectivas. Si éstos fueran sostenidos y cuidadosamente dramatizados se podrían fundir en un rap, reforzando su énfasis en lo actual (como se ha optado en esta versión). Es probable que en sucesivas actuaciones el fiato potencie este fenómeno.

La escenografía es entre kitch y minimalista. Pocos elementos crean atmósferas que parecen arrancadas de un software en donde el color, creado a partir de la iluminación, juega un rol protagónico, con cambios de temperatura y de direcciones para dar el dramatismo pertinente a la escena.

El gigantesco fondo del escenario -un gran plano- tiene unas bucólicas pinturas inmensas, aportando dinamismo a los múltiples cambios de atmósfera. Un trabajo de planos profundos logrado con pocos elementos que se despliegan desde la oscuridad: espejos, ágiles contraluces, animaciones proyectadas, banda en vivo, escenas mutadas en fundidos al negro en perfecta sincronía y sin ruido. Algo pareció de más, nada pareció de menos.
Es un relato del cual es imposible sustraerse: dinámico, ágil , mágico, dramático, jocoso.

Alceste (El Misántropo, interpretado por Francisco Melo) es un hombre que pone en el centro de su vida la moral, y su ácida condena a quienes no se ciñen a ella. Pero está enamorado de Celimena, una viuda que lidera las fiestas, incluida esta de Fin de Año en la que está ambientada esta puedsta en escena. Ese enamoramiento pone en cuestión sus ideas y su actuar.

Queda -en mi- la sensación de que el verdadero protagonista de la obra es Celimena (Paloma Moreno). Alceste( Fco. Melo) es un furioso potente que, entre diálogos, tiende a paralizar su cuerpo a la espera de actuar, más bien propio del trabajo en cámara que el de tablas. Ahí se produce una especie de silencio en él desde su cuerpo sin gesto, desapareciendo -involuntariamente- de escena.

Melo carga la evidencia de la misantropía con suficientemente intensidad, mientras Paloma lidera la cruda y gozosa realidad.

Baja huella de carbono en este montaje, sin derroche ni exageraciones materiales , todo parece desmontable para reutilizar.

Emocionante.

Salí crecido, ahora leeré a Molière