En la presente Europa soleada y en crisis, mientras las ganancias de bancos y de avispados se privatizan y las pérdidas se socializan, hay pocos afortunados que salen a veranear. Se van muy campantes dejando atrás a millares de animales domésticos. Ya no les sirven, los abandonan. Si acaso no los arrojan en calles, parques y caminos, les envenenan, degüellan o tirotean.

Entretanto, al término de la temporada de caza otros valientes miserables con sus escopetas e ínfulas reales surtidas se deshacen de sus perros ahorcándoles o dándoles alguna pócima letal.

En los laboratorios, del refinado y viejo mundo, hay surtidos de monstruosidades. Por ejemplo obligan a los monos a fumar para que agonicen con un cáncer pulmonar hasta las orejas. A otros macacos les someten a descargas eléctricas o los mantienen atrapados en cepos, les destruyen las cuerdas vocales o los ojos, probando la eficacia de ungüentos y maquillajes.

En Pamplona, cada año, corren adultos y niños idiotizados, jugándose la vida, entre un alboroto de toros aterrorizados y sueltos por las calles. Es la fiesta máxima del País Vasco. Es la emoción que, borracheras de por medio, admiraba y ensalzaba el transfóbico, Ernest Hemingway, Nóbel de literatura.

En plazas taurinas reina un espectáculo de crueldad alabado por el rancio gobierno conservador de España. Los rumiantes entran al ruedo drogados y golpeados en riñones y testículos, clavados por arpones, irritados, lacerados, enloquecidos por el dolor. Mientras los destrozan, los caballos, que forman parte de la faena, corren y se agitan ensangrentados, con las víseras colgando. La muchedumbre ruge de placer. José Ignacio Wert, ¡ministro de cultura! alaba la fiesta patria salvaje, casposa y criminal.

Cientos de leones sudafricanos -los últimos que quedan- caen sistemáticamente asesinados. El negocio consiste en triturar sus huesos para venderlos en el mundo opulento como pócimas sexuales, todas falsas.

Las abejas, fundamentales para la vida del planeta, se reducen abatidas por los pesticidas venenosos. En otro paisaje masacran a los últimos elefantes. Se ofrecen tours hacia África desde Berlín, Estocolmo o de Londres, ahora tan acicalada por sus juegos olímpicos. Entre los asiduos pululan “nobles” junto a magnates petroleros o jeques y reyezuelos, todos flotando en trapos y tragos regios.

Las preciosas ballenas continuarán siendo el blanco de cacerías indiscriminadas. La Comisión Internacional que se reunió hace poco en Panamá (82 países, Chile entre ellos) no fue capaz de parar a japoneses, noruegos y a sus aliados. Los bellos cetáceos arponeados y asesinados con fines comerciales forman parte del implacable desastre y extinción de los océanos.

Aún se recuerda en Santiago y alrededores la insoportable pestilencia luego de aquella mortandad de miles de cerdos en una granja ilegal y abandonada. ¿Y qué sucedió con los responsables?

Cuando era un chico de misa y sacristía, a Pablito le leyeron el cuento de la multiplicación de los peces. El avispado, ahora crecido, ufano, conflictivo y populista, lo recuerda mal. ¿Multiplicación de los peces? No. Multiplicación de los pesos. Por eso es el padre putativo de la Ley Longueira. Una artimaña que entrega la explotación del mar de todos los chilenos a un puñado de señorones. Siete familias se llevan la torta. Suavemente, eso se llama concentración de la riqueza entre cuatro grandes grupos. Los apellidos, de sobra conocidos, se repartirán un pastel marino que, por lo bajo, genera anualmente (extracción, comercialización) US $3 mil millones.

¿Y los pescadores artesanales? ¿Y sus lanchas pobres y maltrechas, sus caletas históricas, sus instrumentos tembleques, sus casuchas harapientas? Son un peso muerto para un Chile neoliberal, orgulloso y arrogante. Los peces que mueran y cuantos más, mejor negocio. A nadie le interesa que la codicia mate a esta gallina marinera de los huevos de oro. ¿Y aquellos trabajadores de toda la vida, sus familias, su oficio tan sacrificado? Pues, tal como gritó en el parlamento de Madrid la diputada derechista Andrea Fabra, refiriéndose a los cesantes: ¡que se jodan!

En la tradición y en la moral judeo-cristiana-islámica, donde todos estamos envueltos, el desprecio a los animales no humanos, siempre ha prevalecido. No tienen alma. ¿Qué es eso?

Sigamos hurgando. ¿Quiénes son (o somos) los animales? Todos, sin excepción. Pero los más perversos y dañinos, depredadores, cobardes, mentirosos, malagradecidos, ladinos, etc. o sea los más peligrosos y arrogantes, somos nosotros, homínidos. El comediógrafo latino Plauto, que murió el año 184 antes de Cristo, lanzó una conocida frase que ahora queda corta. “Homo homini lupus”, el hombre es el lobo del hombre. No. El lobo como cuadrúpedo perverso es otra de las mentiras que siempre nos contaron desde niño. El lobo, tatarabuelo del perro, fue históricamente reducido y aniquilado, convertido en asesino en medio del pavor y de la ignorancia de siglos. No. El lobo es uno de los animales más inteligentes, sociables, injustamente vilipendiado. La célebre y refinada pianista francesa, Hélène Grimaud, bella y joven además, ha dedicado tiempo y dinero, a preservar reservas naturales para esta especie. También ha escrito libros y realizado filmes sobre el tema. Frente a la desprotección de los animales es conmovedor cuanto puede hacer un personaje sensible, famoso, con recursos, sobre todo si se trata de una fémina inteligente.

Pero no se necesita ser tan importante o celebrada para asistir, comprender y salvar a tantos animales heridos, maltratados, quebrados, hambrientos o vagabundos. Sé de otro caso conmovedor, tan digno de verso y prosa. Es una lozana penquista que habita yendo por las calles Carrera o Prat, al sector aledaño al puente principal sobre el Bío Bío, en una población de gente honesta y trabajadora. Ella, con sus propios y limitados recursos, acoge en su patio y en su puerta a esas bestias heridas y torturadas por una sociedad mezquina, envilecida. Sin aspavientos, con muchos sacrificios, en silencio, cuida con sus propias manos y con amor a esos quiltros despaturrados. Se llama María Isabel y su obra pequeña, mínima, se engrandece. Se convierte en una epopeya ante tanta depredación y abyección humana, ante tanta ruindad con a los pobres animales. ¡Ah, y tanta ruindad con los peces también!

Oscar “El Monstruo” Vega:

Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos. Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortín Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce. Actualmente reside en Portugal.