Considerada una de las obras maestras en la historia del género lírico por su fusión entre música y teatro, en su regreso a ese escenario tras casi una década de ausencia, la comedia de Mozart cuenta con una puesta en escena austera y en el debut de su elenco internacional destacó especialmente por los logros musicales.

Por Joel Poblete

Como segundo título de su temporada lírica, el Municipal de Santiago ofreció la noche del miércoles el regreso a su escenario, tras nueve años de ausencia, de una de las obras maestras de Wolfgang Amadeus Mozart: la ópera “Las bodas de Fígaro”. Considerada no sólo una de las joyas fundamentales en la carrera del genio austriaco, sino además uno de los hitos como fusión entre música y teatro en la historia del género, es la primera de las tres colaboraciones que el compositor realizó con el libretista italiano Lorenzo Da Ponte, conformando junto a “Don Giovanni” y “Così fan tutte” una trilogía magistral y fascinante, que mezcla los ingredientes amorosos con el humor y las agudas y mordaces observaciones sociales y de clase.

Si además se considera que se estrenó en 1786, sólo tres años antes de la Revolución Francesa, esta comedia que aborda las intrigas y malentendidos entre nobles y criados adquiere tonos reveladores y proféticos. Todo aderezado con una de las partituras más brillantes y maravillosas de Mozart, tan bien entrelazada con el texto de Da Ponte, quien acá adapta la obra homónima del dramaturgo francés Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais, que funciona como continuación de los personajes y hechos de otra pieza suya también convertida en ópera, “El barbero de Sevilla”.

Para esta ocasión se contó con el director teatral Pierre Constant, quien adaptó para el Municipal su producción originalmente realizada en el Atelier Lyrique de Tourcoing, que conserva la ambientación en la Sevilla de fines del siglo XVIII.

Aunque en un inicio los movimientos de los cantantes parecieron algo rígidos y esquemáticos, a medida que fue avanzando la función el montaje fue afianzándose en lo teatral, y Constant consiguió reflejar con fluidez la vertiginosa sucesión de confusiones y enredos que caracterizan esta “loca jornada”, alcanzando estupendos momentos cómicos en escenas de conjunto como el dinámico y genial final del primer acto, el divertido sexteto de reconocimiento en el tercero y el final de ese mismo acto.

Pero la manera en que terminó la obra, con los patrones amenazados por los criados en evidente referencia a los cambios sociales que estaban a la vuelta de la esquina en esa época, fue demasiado obvia y brusca y no muy adecuada a lo que la partitura expresa en esos momentos. Al margen de esos detalles, en general fue un montaje efectivo y que consiguió transmitir la esencia de la obra, si bien es necesario decir que con piezas como estas, independientemente del concepto que se vea en escena, los espectadores igual siempre se reirán con la comicidad de las situaciones o al leer en los sobretítulos lo que se dice en el hilarante argumento desarrollado por Da Ponte.

En cuanto a la ambientación propiamente tal, habiendo visto en el pasado dos de las tres producciones que se han ofrecido previamente en el Municipal en las últimas tres décadas -las de 1998 y 2008-, puedo afirmar sin dudarlo que esta nueva ha sido la más decepcionante y menos atractiva. En ocasiones la austeridad funciona muy bien en determinados montajes, pero en este caso nada parece justificar que la escenografía de Roberto Platé, por muy funcional que fuera, tuviera tan poco vuelo, escasez de mobiliario y casi nula elegancia, considerando el ambiente de nobleza que debe reflejar. A esto hay que agregar que el marco escénico, salvo algunos detalles, se mantiene casi inalterable durante los cuatro actos en que transcurre la obra, y en ese marco, tampoco ayudó demasiado la plana iluminación a cargo de Christophe Naillet, según el diseño original de Jacques Rouveyrollis. Al menos mucho más adecuados fueron el bonito vestuario de Jacques Schmidt y Emmanuel Peduzzi y los movimientos coreográficos de Béatrice Massin -en particular en el baile de los criados en el acto tercero-, lo que acentuó aún más la modestia escenográfica.

Las bodas de Fígaro, foto de Patricio Melo, TMS (c)

En el aspecto musical, las cosas funcionaron mucho mejor, en especial en lo que se refiere al desempeño de los cantantes. El director italiano Attilio Cremonesi, quien ya causó una excelente impresión en abril pasado en un concierto en el Municipal donde entre las obras figuraba precisamente un clásico de Mozart -el Concierto para piano y orquesta número 23-, demuestra una excelente conexión con la Filarmónica de Santiago, como quedó claro con la energía y alegre entusiasmo que demostró desde la mercurial obertura. También hay que reconocer que logró un buen balance entre el foso y el escenario, lo que ayudó al despliegue teatral; sin embargo, aunque fue muy aplaudido al término de la función, no me convenció por completo su decisión de dirigir mucho más rápido de lo habitual algunos de los momentos más bellos y célebres de la partitura, como el aria de la Condesa “Dove sono i bei momenti”, y en especial el dúo entre ésta y Susanna, “Canzonetta sull’aria”.

En el amplio elenco, partiendo por los protagonistas, quienes más destacaron fueron las voces femeninas. La soprano estadounidense Angela Vallone fue una Susanna tan encantadora, vivaz y simpática como exige el rol, y lució una hermosa voz al servicio de un canto lírico y expresivo. Y en una nueva actuación en el Municipal luego del buen recuerdo que nos dejara con sus anteriores incursiones en títulos como “El barbero de Sevilla” en 2008, “Alcina” en 2010 y “Carmen” en 2012, la mezzosoprano española Maite Beaumont fue un carismático y divertido Cherubino, muy bien actuado y cantado, como pudo demostrar en sus dos arias. Por su parte, la soprano bielorrusa Nadine Koutcher confirmó una vez más entre nosotros su talento y calidad vocal, que ya desplegó en ese escenario en 2014 con “Los puritanos” y el año pasado por partida doble con “Tancredi” y “La traviata”; no deja de ser digno de elogio cómo ha conseguido brillar tanto en Bellini y Rossini como en Verdi y ahora Mozart, sacando el mejor partido a su atractivo timbre y línea de canto. Quizás como le ocurrió el año pasado al protagonizar “Traviata”, al abordar ahora a la Condesa aún debe profundizar el rol en lo escénico, pero de todos modos fue muy convincente, y en lo vocal aunque también debe ahondar y trabajar más las sutilezas del estilo mozartiano (como en sus dos arias), volvió a encantar a la audiencia.

El juvenil Figaro del barítono ucraniano Igor Onishchenko, quien debutaba en Chile, fue tan jovial y dinámico en escena como uno espera del personaje -lo que incluso le jugó malas pasadas, que lo hicieron caer al suelo en dos momentos distintos-, aunque en lo vocal se mostró insuficiente: tiene una bonita voz y un canto seguro, pero su poco volumen hizo que en momentos importantes no se lo escuchara bien, y las notas graves deben ser aún más trabajadas, sobre todo considerando que este rol suele funcionar mejor cuando es cantado por bajo-barítonos o incluso bajos. El también barítono ZhengZhong Zhou regresó al Municipal tras “Los puritanos” en 2014 y “El turco en Italia” en 2015, y ahora interpretando al Conde, en lo vocal y escénico ofreció la mejor de las tres presentaciones que ha ofrecido ahí, incluyendo una buena versión de su exigente aria “Vedrò mentr’io sospiro”.

Los diversos roles secundarios fueron muy bien interpretados por un afiatado reparto de cantantes chilenos. En los últimos años el barítono Sergio Gallardo se ha ido especializando en los personajes cómicos, cantando en óperas de Rossini en importantes escenarios europeos, y ahora incursionando en Mozart fue un simpático Don Bartolo, bien cantado y actuado, conformando una sólida dupla cómica con la soprano Paola Rodríguez, como una muy divertida Marcellina. Y el tenor Gonzalo Araya, quien en 2008 fue un excelente Don Basilio, volvió a encarnar muy eficazmente al intrigante personaje. También destacaron el bajo Jaime Mondaca como el jardinero Antonio, el tenor Víctor Escudero como Don Curzio y la soprano Regina Sandoval como Barbarina, y aunque el programa de sala no las mencionara, también estuvieron bien en su fugaz intervención como dos jóvenes en en el acto tercero las sopranos Madelene Vásquez y Jennifer Ramírez, ambas miembros del Coro del Municipal que dirige Jorge Klastornik, agrupación que se mostró tan eficaz como es habitual en las breves apariciones que les permite esta obra.

Las bodas de Fígaro, foto de Patricio Melo, TMS (c)

Las próximas funciones del elenco internacional serán este viernes 16, el lunes 19 y el miércoles 21, mientras que el elenco estelar debutará el sábado 17, y volverá a presentarse el martes 20 y jueves 22.
Las bodas de Fígaro, foto de Patricio Melo, TMS (c)