Durante los 30 y 40 años pueden aflorar nuestros traumas relacionales de la infancia, al mismo tiempo que nos vemos enfrentados a más exigencias en los ámbitos laborales y socioafectivos.

Algunos expertos y estudios plantean que las personas suelen percibir la vida como “más difícil” cuando tienen entre 30 y 40 años.

“La mayoría de las personas experimentan la vida como más presionada y desafiante entre los 30 y los 40 años”, afirmó la psicoterapeuta especialista en trauma, Annie Wright, quien indicó en una columna en el portal especializado Psychology Today que su experiencia la ha llevado a entender por qué tantas personas lo sienten así.

“Primero, quiero dejar constancia diciendo que creo que la vida es dura, punto final. Estar vivo, amar a otras personas, mientras nos abrimos camino en un mundo que requiere dinero para pagar las facturas, etc., no es realmente fácil para la mayoría”, comenzó diciendo.

“Pero sí quiero sugerir que la vida podría ser aún más difícil entre los 30 y los 40 años para un segmento particular de la población: aquellos de nosotros que venimos de antecedentes de trauma relacional”, explicó.

¿Por qué la vida puede ser más difícil entre los 30 y 40 años?

La especialista señala que si imaginamos la vida como una casa construida sobre una base quienes sufrieron traumas relacionales suelen tener “grietas” en sus cimientos, “que otros que provienen de antecedentes no traumáticos no tienen en absoluto (o en formas muy reducidas)”.

Y esas grietas pueden hacer que la casa sea “menos sólida, menos estable y más difícil para vivir”.

Pero, ¿qué es trauma relacional? Wright explicó que “es un trauma que resulta con el transcurso del tiempo en el contexto de una relación disfuncional y desequilibrada de poder, generalmente entre un niño y su cuidador (padres)”.

Esto último resulta en una serie de impactos biopsicosociales complejos y persistentes para la persona que sufrió el trauma.

Impactos del trauma relacional

Los impactos biopsicosociales derivados de antecedentes traumáticos pueden incluir:

  • Creencias desadaptativas sobre uno mismo, los demás y el mundo que le rodea. Por ejemplo: “Estoy demasiado roto para ser amado, nadie me amará jamás”. O, “No se puede confiar en nadie; todo el mundo siempre me deja”, Y “El mundo me persigue. Tengo que estar atento”.
  • Comportamientos desadaptativos para hacer frente a sentimientos intolerables (sentimientos de vulnerabilidad, soledad, miedo, etc.). Por ejemplo: desarrollar un trastorno alimentario, participar en conductas sexuales de riesgo, volverse obsesivo con el trabajo o usar sustancias para adormecerse.
  • Desafíos con la regulación emocional y habilidades apropiadas de expresión emocional. Por ejemplo: sentirse fácilmente alterado a menudo, experimentar una ira explosiva, sentir una falta total de sentimientos y no poder o no querer compartir tus emociones con los demás.
  • Heridas de apego. Por ejemplo: desarrollar un estilo de apego evitativo, ansioso o desorganizado (en oposición al seguro) en respuesta a las experiencias relacionales no seguras soportadas.
  • “Estos impactos biopsicosociales derivados de un trasfondo de trauma relacional son las grietas en la base psicológica que, idealmente, en un entorno no traumático, sería sólida y estable”, explicó Wright.

    ¿Cómo sería una base psicológica sólida y estable?

    Wright explica que en una infancia saludable y no traumática, un niño pequeño crecería con creencias en gran medida funcionales sobre sí mismo, los demás y el mundo.

    “Alcanzarían los hitos del desarrollo y lidiarían con los factores estresantes (en su mayoría) de manera funcional y apropiada”, indicó.

    En este sentido, la persona puede acceder a una amplia gama emocional, aprendería habilidades de expresión emocional apropiadas para el desarrollo y un apego seguro, forjando relaciones saludables.

    Asimismo, se sigue construyendo sobre una base sólida.

    Nos damos cuenta de cuán defectuosa es nuestra base una vez que llegamos a los 30 y 40 años.

    Si bien podemos seguir construyendo la casa de la vida sobre una base poco sólida, el impacto de nuestros traumas sale a relucir con los desafíos del camino.

    “La base defectuosa a menudo es lo suficientemente buena durante algún tiempo a medida que crecemos. La mayoría de nosotros nos damos cuenta de cuán defectuosa es nuestra base una vez que llegamos a los 30 o 40 años”, indicó.

    ¿Por qué pasa esto? Porque cuando somos jóvenes y estamos creciendo, como adolescentes y adultos jóvenes, “nuestra casa de la vida suele ser una casa de un solo piso, no una casa de varios niveles, y, por lo tanto, no sientes tanto las grietas en los cimientos”, dice la profesional.

    “Durante las primeras etapas de la vida, la mayoría de nosotros todavía contamos con el apoyo financiero y logístico de los cuidadores (aunque puedan ser disfuncionales) y/o instituciones diseñadas para proteger y nutrir a los jóvenes y vulnerables”, añade.

    Además en edades más tempranas hay una relativa falta de responsabilidades significativas, no así cuando eres más adulto y llega el trabajo, los hijos, etc.

    Más exigencia en relaciones a los 30 y 40

    En esta misma línea, durante las primeras décadas de la vida mantenemos relaciones menos exigentes (con familiares, amigos, compañeros de curso).

    “Por ejemplo, la tensión de ser el mejor amigo de alguien en octavo básico es mucho menor que la tensión de ser padre de un bebé y un niño pequeño décadas después”, expone.

    “En estas primeras décadas, todavía hay permiso para ser jóvenes desde el punto de vista del desarrollo”, es decir, se nos aguantan más cosas.

    La solución para superar los traumas relacionales es ir a terapia con un especialista en salud mental.

    Los 40, la edad en que somos más infelices, según un estudio

    Este tema fue ahondado en un estudio realizado en 134 países por el economista David Blanchflower, profesor de la Universidad Dartmouth College y exmiembro del Comité de Política Monetaria del Banco de Inglaterra, consignó BBC.

    La investigación mostró que existe una “curva de la felicidad”, presente en la mayoría de los habitantes de los países.

    El patrón muestra que experimentamos más bienestar en la adolescencia, luego nos volvemos más infelices alrededor de los 40 años y finalmente volvemos a sentirnos mejor en la vejez.

    Así, el sondeo determinó que la edad en que nos sentimos más infelices es a los 47 años en los países desarrollados y 48 en los que están en vías de desarrollo.

    “Es algo que los humanos tenemos profundamente arraigado en los genes. A los 47 la gente se vuelve más realista, ya se dieron cuenta de que no van a ser el presidente del país”, dijo Blanchflower.

    En cambio, a los 50 “te vuelves más agradecido con lo que tienes” y mientras más envejeces ese sentimiento crece.

    “Hay personas que a los 70 están sanas y felices de tener trabajo, mientras que en la mitad de la vida es cuando tienes más responsabilidades”, agregó.