Los Derechos Humanos en Qatar son vistos con ojos líquidos. Parece conveniente adaptarse, mostrar flexibilidad. Sin embargo, debe ser de otra forma.

Una foto que se toma en miles de partidos de fútbol en el mundo y que es ya casi un ritual mecánico: la formación de los equipos antes de iniciar el respectivo partido. Sólo que esta vez los protagonistas no hacen algo rutinario.

Por el contrario, el equipo alemán, al inicio de la primera fecha del Grupo E del Mundial de Qatar, se enfrenta a una evidente censura de la FIFA, que prohíbe a los capitanes de los equipos el uso de la cinta “One Love” con los colores del arcoíris, en saludo a las demandas de los derechos de la diversidad y el mundo LGBTQ.

La aparentemente inocente cinta fue una verdadera bomba para el régimen anfitrión, que castiga fuertemente la diversidad sexual. Y la FIFA apoyó con fuerza la moción, anunciando tarjetas amarillas de entrada y multas económicas a todo capitán de una selección que se pusiera el citado símbolo en su brazo.

Frente a esta prohibición, el equipo alemán posó para la foto inicial de su primer partido tapándose la boca, en señal de la obvia censura que implicó la medida. El hecho resume de manera simple la compleja relación del fútbol con los Derechos Humanos. Especialmente en este Mundial de Qatar.

Historias de abusos

El tema surge y resurge con especial fuerza en la fiesta del fútbol, porque el país anfitrión no se relaciona bien con el tema. Más aún, esta cita global del balompié reúne variadas situaciones morales que ponen el deporte y los derechos fundamentales frente a frente.

Qatar no sólo pagó a la FIFA el “aporte” más grande de un país en la historia para organizar un mundial de fútbol. Todo el proceso de construcción de los impresionantes estadios en que se disputan los partidos, por ejemplo, incluye historias de abusos de los derechos humanos, especialmente en trabajadores y trabajadoras migrantes, muertes repentinas e inesperadas sin investigar, ausencia de derechos sindicales, violación a las libertades de expresión y de reunión, y la discriminación de los derechos de las mujeres y disidencias sexuales.

Según Amnistía Internacional, los migrantes procedentes de Bangladesh, India y Nepal que trabajaron en la reforma del emblemático Estadio Jalifa y el ajardinado de las instalaciones deportivas y zonas verdes circundantes –denominada “Aspire Zone”– han sido brutalmente explotados. Algunos son objeto de trabajo forzado, no pudiendo cambiar de jornadas, ni salir del país, y además con demoras en sus salarios.

Imperativo categórico

El sociólogo polaco–británico Zygmunt Bauman calificó los tiempos contemporáneos como “líquidos”, haciendo una caracterización simple, pero profunda. Vivimos horas veloces, las cosas no duran mucho, surgen constantemente nuevas oportunidades que devalúan las anteriores, se destaca la flexibilidad, la falta de compromisos permanentes, nada es para siempre, todo lo cual crea una situación –precisamente– líquida.

Los Derechos Humanos en Qatar son vistos con los ojos de “lo líquido”, en que conviene “adaptarse”, mostrar “flexibilidad”. Nada de aferrarse a compromisos categóricos. Pero el propio Bauman planteaba que las cosas no tenían por qué continuar así. “Si no tuviera esperanza en eso, probablemente no escribiría libros ni daría conferencias”, dijo alguna vez.

La conmemoración del Día Internacional de los Derechos Humanos el 10 de diciembre surge como una oportunidad para no dejar de reflexionar sobre estos temas. La defensa de los derechos fundamentales está inspirada en “un ideal común para todos los pueblos y naciones”, como dice la Declaración Universal promulgada por las Naciones Unidas en 1948. En esa oportunidad, luego del terror y del holocausto perpetrados por el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial, se quiso dar un mensaje que ninguna fiesta global puede ni debe opacar o “flexibilizar”.

El Artículo Primero señala: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Se trata de un imperativo universal, transversal a la totalidad de las dimensiones de la sociedad y, por tanto, a todos los ámbitos del conocimiento y aquellos en los que se produce la vida en sociedad. Desde entonces, los Derechos Humanos deben ser aprehendidos, siempre, en todo lugar y circunstancia, como principios universales e intransables.

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