Es parte de los aprendizajes de la vida entender que muchas cosas no son totalmente buenas o malas y que, entre el blanco y el negro, hay una serie de tonos grises que generan un matiz, donde depende de nosotros ver si transformará en algo beneficioso o perjudicial.
Cuando dejamos atrás el clásico juego de la víbora o las pequeñas almejas con ringtones polifónicos nunca entendimos que estábamos dando paso no sólo a equipos con mayor tecnología que nos permitían desde navegar por internet, sino que también a una dependencia que, con el paso de los años, sería realmente enfermante. Sí, porque por más beneficios que ha entregado a la vida moderna y permitirnos estar cerca de nuestros seres queridos más allá de cualquier tipo de distancia, los smartphone están provocando un impacto negativo relevante a nuestra salud mental.
Imposibilidad de señalar que no se ha visto un correo electrónico cuando éste está disponible 24/7 en el celular, capacidad de estar conectado por la línea telefónica y a través de las distintas app de mensajería- las mismas que han desdibujado los horarios para comunicarse- y la posibilidad de acceder fácilmente a cuentas donde otros nos pueden mostrar sus vidas – o lo que quieren que veamos de ella- está generando y aumentando distintos cuadros asociados a patologías como depresión, ansiedad, dismorfia, entre otros.
Mientras algunas de las nuevas funciones han aumentado la cultura de la comparación o el jugar con filtros ha provocado trastornos en la autopercepción, hay otras personas que la hiperconectividad no les permite descansar y desconectarse lo suficiente, intensificando la errónea idea de que “algo puede estar ocurriendo” y con ello, generando síntomas ansiosos.
¿Son los smartphone nuestras nuevas cadenas y grilletes? Parece ilógico castigar a un equipo, que por más inteligente que se presente, sólo está hecho para facilitar la serie de actividades que realizamos a diario. Lo cierto es que somos cada uno de nosotros que debemos concientizar su uso, entendiendo que no debemos convertirnos en sus esclavos, que debemos limitar las horas en que los usamos para la vida personal y, por sobre todo, para el trabajo. Entender que todos somos y tenemos vidas distintas, ninguna mejor que otra y, por tanto, no podemos compararnos y que nada pasa si nos desconectamos unas horas al día.
Hoy debemos ser más inteligentes y no permitir que sea un aparato el que nos tenga en sus manos, sino nosotros hacer de esta inteligencia artificial algo beneficioso y no el verdugo de nuestra salud mental.