¿Cómo es posible que una senadora (ex precandidata presidencial de un partido que lleva la palabra Democracia en su nombre) puede comparar la Constitución hecha por un pequeño grupo designado a dedo por el general Pinochet (en medio de una feroz dictadura cívico-militar), con el actual proceso que lleva a cabo hoy una Convención de 155 miembros, elegida democráticamente por la ciudadanía y que debe acordar todas sus definiciones por 2/3 de los votos de sus integrantes?

¿Cómo es posible que esto ocurra y no se caiga el Senado a pedazos (de pena, de horror, de vergüenza)?

Al mismo tiempo, ¿cómo es posible que los grandes medios de comunicación den tanta y permanente tribuna al colectivo autodenominado Amarillos, para que informen al país el “estado” político emocional en que se encuentran?

Bueno, parece ser que los cambios democráticos y sociales profundos, que millones de chilenos impulsaron con fuerza inusitada desde el estallido social, son pues verdaderamente cambios profundos en curso. Por ello las élites se arinconan y se ponen de diversos colores al ver que sí, que Chile va a cambiar, se ampliarán los derechos sociales, habrá más democracia, tendrán mismos derechos a existir quienes han estado por años invisibilizados (¡incluida la Naturaleza!). Las y los privilegiados que porfían el cambio verdadero, crujen y buscan manera de impedir un proceso democrático sustantivo que camina con complejidades, pero camina con fuerza.

Es muy interesante por ejemplo ver que las últimas declaraciones de Amarillos, las más “fuertes” o “radicales”, producen más bien cierta vergüenza ajena política. Porque cuando Amarillos se declara “en Alerta Máxima” a raíz de los avances de la Convención Constitucional, es inevitable preguntarse ¿qué significa e importa que un grupo de ciudadanos, civiles, de cercanos o conocidos, nos comuniquen ese rictus grupal? ¿Qué viene después de la Alerta Máxima si el país no hace lo que Amarillos quiere? ¿Se cambiarán de nombre? ¿”Amarillo Limón” (una etapa más ácida de sus reclamos)? ¿Saldrán a la calle a comunicar su “estado máximo”? (…) Esta última opción callejera sería valiosa, es decir, que Amarillos -como miles de chilenos lo hicieron- bajen a las calles con sus pancartas e ideas de manera participativa y democrática. ¿O avanzarían en acciones de otro tipo, menos democráticas?

La vergüenza ajena surge al ver un grupo de personas hablando como si fuesen algo que no son, que tuviesen la importancia o peso que no tienen, y por tanto, ver que la grandilocuencia de sus declaraciones quedan en el espacio casi de lo humorístico. Interpretan una comedia o una farsa, pero creen ser parte del elenco de una obra seria, de sofisticado nivel dramatúrgico.

Años atrás tuve el privilegio de trabajar de manera relativamente cercana con Cristián Warnken y apreciar su cultura, su erudición e inspiración creativa. Pude también valorar sus columnas de opinión, en donde nos invitaba -con real fuerza poética- a lanzar lejos las tarjetas de crédito, para abrazar entonces un mundo distinto, un jardín de lo bello y colectivo (…) Hoy escucho otra voz al encabezar Amarillos. Una de otro color (claro), legítimo por cierto, pero donde también vibran timbres de muchos años de amistad mercurial, de poesía preciosa pero amparada por la gran industria.

Es que Chile está cambiando de verdad aunque algunas se arrinconen y otros cambien de color. Es natural, es visible, es comprensible. Pero confío será sin duda un país nuevo, mejor, para todas y todos.

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