Estos dramáticos hechos nos hablan e interpelan. Sería penoso acostumbrarnos a contemplar pacientemente los crímenes que vemos cada día por la televisión.
El terrorismo es propio de los cobardes. Sus métodos de acción son criminales, abyectos, inhumanos. El terrorista está en guerra permanente y persigue mucho más que la muerte de sus enemigos, ya que busca infundir terror en toda la población. Su primer objetivo es provocar el pánico colectivo, para luego terminar paralizando una sociedad de la que podrá apoderarse, para subyugarla. El yihadismo sunita o chiita presente en Oriente Medio es una representación sanguinaria de ese terrorismo. Hamás y Hezbolá —los principales grupos que combaten contra Israel y actúan por cuenta de Irán— son sus fieles y máximos representantes en el actual conflicto.
El terrorismo islámico
Analizar la globalidad de la situación israelopalestina es una materia extremadamente compleja. Cada una de sus múltiples aristas remonta a una historia milenaria cuyo relato es sujeto de debate y a veces contradictorio. Los países del Medio Oriente viven también sus propios conflictos, en los que se mezclan los intereses geopolíticos y económicos de las grandes potencias y de otras emergentes, junto a las contradicciones entre las diferentes variantes de una religión islámica dominante que poco distingue entre los asuntos terrenales y celestiales.
Nuestra atención se concentra entonces únicamente en el actual genocidio que el gobierno israelí está llevando a cabo en la franja de Gaza estos dos últimos años y ante el cual la humanidad no tiene otra opción que rebelarse.
Bajo esta consideración previa, digamos que la acción terrorista perpetrada por los combatientes de Hamás el 7 de octubre de 2023 marcó a sangre y fuego al pueblo judío. 1.195 personas masacradas —adolescentes y jóvenes en su mayoría— durante una madrugada de concierto, o simplemente familias que dormían en sus casas. Más de 250 rehenes, entre ellos, niños y ancianos. La ignominia misma y en su estado máximo. Una puñalada por la espalda al alma judía. Ese fue el inicio de este último conflicto.
Los responsables de Hamás sabían perfectamente que habría una respuesta contundente y represalias masivas, y ahí reside su principal responsabilidad, ante la que deberán algún día responder frente a su propio pueblo. Escudarse con civiles inocentes, corrobora la cobardía del terrorista, y hacerlo además con su propia gente la redobla. Cavar túneles en hospitales y sedes de organizaciones humanitarias para esconderse, se aparenta a un crimen de lesa humanidad.
Israel contrataca
La lógica y la experiencia histórica hicieron que Israel respondiera con saña, incluso con una dosis de euforia y de locura, sobrepasando los preceptos bíblicos del Pentateuco del “ojo por ojo, diente por diente”. La Torá, milenaria base de sustento identitario del pueblo hebreo, fue así pisoteada por los ortodoxos y el Gobierno.
Imposible encontrar argumentos jurídicos o morales que justifiquen una respuesta de esta naturaleza. La legítima defensa invocada por las autoridades es pretexto y es falacia. Simplemente, no se cumple ninguna de las reglas establecidas en la Carta de la ONU para que esta opere.
Israel ha dado ya suficientes pruebas de que, cuando cuenta con el apoyo de potencias militares, un Estado puede pasar décadas sin acatar las normas establecidas por el derecho internacional. Puede subsistir sin preocuparse de las reiteradas condenas expresadas en resoluciones sin efecto jurídico práctico, mofándose a su antojo del derecho internacional y sus instituciones. Inútil recurrir al Consejo de Seguridad o a la Corte Internacional de Justicia, o interpelar a otros organismos representativos de un multilateralismo ya fracasado por obsolescencia.
Cruenta e inhumana, la venganza israelí ha durado ya dos años. Es una guerra nunca vista en estos tiempos: más de 66 mil palestinos muertos a la fecha, sin contar aquellos niños y ancianos víctimas del hambre u otras enfermedades ligadas a la falta de agua, medicamentos y alimentos.
Lo peor es que esto pareciera no detenerse, sino incrementarse. Un verdadero genocidio con todas sus letras, el que nos recuerda Armenia, Camboya, Ruanda, la ex Yugoslavia, Darfur… cuando no el mismo Holocausto judío. Este oprobio es el resultado de una determinación ignominiosa del actual gobierno de Netanyahu que, en la espiral ascendiente de una guerra contra Irán y sus emisarios (Hamás en Gaza y Hezbolá en el Líbano), provoca la muerte de decenas de miles de gazatíes. Y lo hace a la vista y paciencia de todos nosotros, de la humanidad entera.
Para eso Donald Trump lo apoya sin reservas y hasta propone descabellados negocios para hacer de Gaza un paraíso cubierto de palmeras, una vez concluya la tarea de “limpiar” completamente la franja de Gaza.
El eminente filósofo judío Michael Balzer —un sionista liberal, según sus propios dichos— afirmaba la semana pasada en un periódico francés: “El ataque (de Hamás) del 7 de octubre exigía una respuesta rápida, pero está claro que hoy en día la justicia exige el fin de la guerra. Mantenerla es una falta moral. La ruptura del acuerdo de alto al fuego y la prohibición del aprovisionamiento han cambiado la naturaleza del conflicto. Hoy es una guerra criminal, conducida por un gobierno criminal”.
Muchos israelíes piensan lo mismo, manifestando regularmente su descontento en las calles. Preocupados por recuperar a los rehenes, los opositores rechazan la forma en que Netanyahu y sus aliados extremistas han manejado el conflicto. Piden negociaciones y paz, pero se sienten huérfanos de la solidaridad que esperaban recibir.
Este lunes, varios países se aprestan a reconocer formalmente al Estado palestino. Con nuestra razonable reserva acerca de la eficacia de esos actos jurídicos, puede que sea un paso formal por el que haya de transitar, pero no constituye un freno al genocidio del gobierno de Israel. Las negociaciones de un alto al fuego han perdido las expectativas de resultado después del reciente bombardeo israelí a los dirigentes islámicos que estaban liderando las conversaciones en Qatar.
Con excepción de Donald Trump —quien suele expresarse para su ignorante galería o delirar para sí mismo—, y de un puñado de incondicionales, hay autoridades políticas y religiosas del mundo entero que hacen llamados —desesperados algunos— al cese inmediato de la agresión.
Estos dramáticos hechos nos hablan e interpelan. Sería penoso acostumbrarnos a contemplar pacientemente los crímenes que vemos cada día por la televisión. La muerte masiva de civiles inocentes, el pavor reflejado en los rostros de las víctimas, las manos que mendigan comida, los niños de costillas marcadas y legañas en los ojos, los esqueletos ambulantes que se desplazan de un lado a otro para mantenerse en vida, los cadáveres putrefactos que, amontonados entre escombros, esperan sepultura, no nos perdonarán la indiferencia.
Probablemente, también nosotros —tal vez un día cercano— debamos rendir cuentas por este silencio que oprime, avergüenza y se hace cómplice.
Enviando corrección, espere un momento...
