Por lo que se ha podido leer, se suma una nueva bibliografía al análisis de los acontecimientos sociales que vienen ocurriendo en Chile desde el año 2019. Esta vez, los editores Carlos Peña y Patricio Silva publicarán “The Boric Government in Chile. Between Refoundation and Reform”.

Sobre la base de un amplio análisis de documentos bibliográficos, seminarios de trabajo, cursos, datos de encuestas, o índices de diversas agencias nacionales e internacionales, nuevamente se pone en juego la tesis principal de estos autores respecto a los avatares del proceso de modernización en Chile iniciado desde mediados el siglo XX.

El caso Boric

El análisis del “caso Boric”, esta vez, con todo lo que implica el proceso democrático de acceso a la presidencia y la ilusión del momento constituyente, se transforma en un objeto de estudio denso en controversias teóricas y políticas. Sin ir tan lejos, la disputa por el significado de los acontecimientos de octubre 2019, coloca a los intelectuales en posiciones más o menos críticas con la modernización de la sociedad chilena, y con sus consecuencias; sobre todo con ellas.

De acuerdo con esto, es también un posicionamiento reflexivo y programático con los resultados de la fuerte desigualdad económica y cultural que se expresa en un malestar o movimiento social en nuestro país contra el claro-oscuro de la instalación neoliberal. El “caso Boric” no es solo una excusa teórica, es antes que todo, una resolución epistemológica por la búsqueda de rutas prácticas de construcción racional desde el horizonte de lo posible en política; en consecuencia, no es tanto por el caso en cuestión, como por las posibilidades prácticas que el proceso de modernización necesita hoy en cuanto reformas económicas, sociales y culturales por las que se trabaja en esta nueva publicación, que insistimos, todavía deja ver muy poco. Su posición de análisis crítico es claramente, una de tercera vía “revisitada”.

Anthony Giddens afirmaba que la tercera vía no es una posición “ingenuamente pro-globalización” pues reconoce las inseguridades, tensiones y conflictos que ella provoca; pero entiende que la globalización bien conducida puede lograr una mejor democracia con ciudadanos más activos en su ejercicio ciudadano de control sobre los mercados. El ejercicio reflexivo y crítico contra el neoliberalismo, argumentaba Giddens, necesita siempre nuevos conceptos, nuevas políticas públicas, es decir, requiere de un “neo-progresismo” en acción (Giddens 2003, Neoprogressivism. A New Agenda for Social Democracy).

En este sentido, se puede ser crítico del “caso Boric” sin ser por ello un neoliberal, es decir, con la posibilidad de estar en una posición de izquierda política. No es buen caso para la derecha política, pero tampoco para su contrario. Ser crítico del “caso Boric” no implica asumir una perspectiva de libre-mercado fundamentalista. La izquierda y el centro político deben construir, antes que todo, soluciones “persuasivas”.

Creo que no es el caso cuando se argumenta más desde una “psicología de las generaciones” o una “psicología de las identidades”. La lucha por el reconocimiento implica un movimiento social que hizo suyo la conceptualización teórica de la dignidad, pero sobre todo, la práctica concreta de su presencia o de su intolerable ausencia.

Abogar por la dignidad no es un asunto que sólo interpele a las nuevas generaciones políticas, es más bien, ante las consecuencias del neoliberalismo, un “reclamo” transversal de la sociedad chilena, que excede las esferas del poder político formal e institucional. Una expresión electoral de esto es el propio acceso al poder de esta nueva generación, pero lo es también, la expresión electoral que rechazó el extremismo constitucional. Son dos cuestiones que hay que tener presentes, pero que al contrastarse la una sobre la otra, puede producir una distorsión en las reflexiones que se quieren acercar a interpretar los acontecimientos de octubre 2019.

Lo contrario a una verdad, decía Pascal, es otra verdad. No se entiende muy bien cuando al argumentar o felicitarse por las tres décadas de reformas sociales orientadas por el mercado en un contexto de crecimiento económico, no se acepta que la sociedad -sobre todo en términos educativos y culturales- deja de apostar por la pasividad y comienza a exigir sus derechos básicos porque percibe un atropello a su dignidad. No es sólo integración de las lógicas neoliberales en la toma decisiones o en los criterios racionales de acción individual, es también la integración “genética” de intolerancia a la desmesurada estratificación económica expresada en todas las dimensiones sociales.

No es sólo el reclamo por las prestaciones sociales del Estado, por la calidad y efectividad de ellas; es también, por lo mismo, la exigencia de un Estado más comprometido en la protección social y en la provisión de iguales oportunidades. No es un asunto “personal”; es la exigencia de un compromiso más de orden moral que se les reclama a los actores institucionales políticos, a las agencias y empresas privadas, al Estado y al Mercado.

En lo poco que se deja leer este nuevo ensayo de interpretación coordinado por los intelectuales Carlos Peña y Patricio Silva, es posible apreciar el exceso retórico en polarizar el “caso Boric” y su reverso, el “caso Piñera”. En esa dinámica, más por los errores que por los aciertos, se deja ver una cierta complacencia con el movimiento social que se inauguró en octubre 2019.

Es verdad que el gobierno de la coalición de centro derecha cometió faltas tácticas y comunicacionales, pero no por causa de ello la “gente”, el “pueblo”, la sociedad civil, se movilizó solamente. Tampoco por el consumo de un conjunto de expresiones comunicacionales en los medios tradicionales o en las redes sociales.

No es pura “imaginación” lo que movió a la gente, hay un sustrato de consecuencias sociales concretas que son posibles de percibir por un arco bien transversal de la sociedad y no sólo por las clases medias educadas. Con esto no se dice que hubo “voluntad” de los gobiernos de centro izquierda en la creación de un escenario así, con esos niveles de malestar y de exigencia por reconocimiento y dignidad. Pueden ser los efectos colaterales de un conjunto de políticas sociales que en su diseño y ejecución escuchó más y mejor las demandas del mercado y sus agentes privados, que las demandas de la sociedad civil.

Fue gracioso el momento en el que, en plena construcción de las autopistas de circundan la capital del país, un señor descamisado le vociferaba un reclamo al presidente de la república en ese momento. No es sólo una anécdota, fue la expresión de un sustrato de realidad que no se quiso interpretar correctamente. Esa misma autopista, no el barrio popular del señor descamisado, sino en el barrio más urbano de clase media alta, no se construyó rompiendo el hábitat natural de los vecinos, se hizo bajo tierra, en señal de escucha y de respeto.

Esto es perceptible, la desigualdad del trato del Estado, que a unos despropia y a otros no. Habrá que esperar a que este libro sea más liberado para su lectura crítica, tal vez encontremos datos más cualitativos y directos que perfilen mejor lo que hasta el momento parece ser un buen ensayo de análisis documental bibliográfico del estado de la modernidad en el Chile actual post-Octubre.