A días de un nuevo plebiscito constitucional, se augura una nueva contienda entre proyectos políticos y culturales irreconciliables. Si confiáramos en el sentido común, más que en las encuestas de opinión sirvieran como pronóstico, la conclusión sería que nuevamente celebraríamos un rechazo.

En especial, porque nadie quiere un legajo que consagre el derecho de unos sobre otros. Cualquiera de las opciones debería llenarnos de vergüenza, dado que esto haría evidente nuestra inmadurez emocional. Y esto, porque decir incapacidad política, es demasiado serio para describir el trabajo constituyente. Raya para la suma y volvemos al punto de partida: Chile necesita una nueva constitución.

La respuesta a esta súplica es simple. La antigua constitución de Chile está obsoleta. No coincide, con la nueva geografía del tablado social de los actores que la pueblan, seres cuya malograda y penosa existencia no necesita aprobación o rechazo, sino un trato jurídicamente correcto. Simple. La idea de que Chile estaba habitado por ricos y pobres, y todo el resto se acomodaba a estos, no funciona más. Un hecho social total, que afecta también a la derecha y la izquierda, pues hoy son etiquetas de frascos con extraños ingredientes de difícil nomenclatura social. Pensar lo contrario, da por resultado una sociedad deplorable, intolerante a la diversidad.

En el escenario de la vida ordinaria, que opera con adscripciones obsoletas y sin base social, quien no se acomoda, incomoda. Molesta. Fastidia. Enfada. De ellos trata, el baile de los que sobran del 2023.

¿Pero quiénes son estos? Las mujeres, los hombres, los niños, los jóvenes, los tercera edad, los LGTB, los rebeldes sin causa, los narcos, los mapurbanos (mapurbes, aniñir), los rapa nui, los kawéskar, el colombiano, el venezolano, el haitiano, los emprendedores, los guías turísticos, los defensores del patrimonio, los algueros, el gerente, el analista, los corruptos, los delincuentes, lo estudiantes, los ecologistas, los ciclistas, el grafitero, el científico, el yupi, los millennials, los centennials, el hipi chic, el jipi pop, el anarquista, los poetas, el surfista, los jeeperos, el jubilado, el huaso, los deportistas, el soldado, el médico, el paciente, los animalistas, los animales domésticos, los ambientalistas, los animales silvestres, las ballenas, el agua, el aire, los minerales, los bosques, los humedales, el océano pacifico, los glaciares… y así, de seguro unos cuantos más.

Pero por más que incomoden, molesten o fastidien, ellos no desaparecerán. Por esto es necesaria una Constitución, principios y reglas que pongan a cada uno en su lugar.

La ausencia de normas constitucionales, adecuadas al mundo contemporáneo en Chile, abre un agujero negro o vacío legal que admite miedo, pánico, terror, desconfianza, histeria, delirio, angustia y desesperación. Y entonces, la ausencia de normas constitucionales, adecuadas al mundo social contemporáneo en Chile, da pie a un país convertido en un monumental jardín de niños maleducados. Hirientes, soberbios, mentirosos, insolentes, recalcitrantes, maliciosos, intolerantes, despreciativos, insensibles, impulsivos: impetuosos, vehementes, exaltados, peligrosos, egoístas, narcisistas, avaros, ruines, mezquinos, calculadores, codiciosos, ingratos, indiferentes, displicentes, burlones, humillantes, ofensivos, arrogantes, irreflexivos, violentos. En pocas palabras, actos inaceptables como signos prácticos de chilenidad.

Las diferencias sociales y culturales son tantas, que requerimos de una legalidad flexible y resistente que las aguante. Principalmente, porque no todos los que viven en Chile son iguales.

Es probable sigamos a tropezones con esto. Al menos, mientras no reconozcamos que detrás del decorado lo que hay es multiculturalidad. Diversidad de opciones de existencia social y cultural, que reclama interculturalidad. Normas sencillas de contribuyan a lo elemental. El derecho a la convivencia entre humanos y, entre estos el entorno que nos rodea. Un principio de inclusión jurídica, que permita el resguardo de quienes enarbolan las banderas del viejo y venerable respeto mutuo. Necesitamos una nueva constitución por sobrevivencia, sencillamente porque primero que todo es la convivencia.