Octubre estaba por despedirse y el periódico estadounidense The New York Times, revelaba a sus lectores una serie de fotografías de las víctimas del conflicto que sacude a Yemen y a sus habitantes, con los constantes bombardeos saudíes de una guerra financiada por Gran Bretaña y Estados Unidos.

En un recorrido periodístico por un hospital, al norte yemení, encontraron a una niña de 7 años junto a su madre en una de las camas de este centro de salud, donde la guerra ha dejado sus peores escenas. Yamal Hussain llamó la atención y se convirtió rápidamente en un símbolo de la crueldad que los conflictos dejan en cualquier parte del mundo. Junto a las otras víctimas, fue retratada y su historia recibida con conmoción por parte de los lectores.

otra

Muchos de ellos escribieron al periódico sobre la forma de hacer llegar la ayuda a Mariam Ali, la madre de Amal. Una semana después, el mismo medio de comunicación informaba de la muerte de la pequeña, debido a su fragilidad, producto de su severa desnutrición.

“Mi corazón está roto”, declaraba la devastada madre vía telefónica a The New York Times. “Amal siempre estaba sonriendo. Ahora estoy preocupada por mis otros hijos “.

The New York Times
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Hacía unos cuantos días atrás era alimentada cada dos horas con leche, pero su estómago ya no toleraba nada. Vomitaba lo recibido, acortando los minutos de vida. Los médicos a su cargo lo decían entre líneas a los reporteros

La Doctora de Amal, Mekkia Mahdi, acarició el cabello de la niña y a la vez, en una muestra de su complicado estado, tiró de la flaccida piel de sus brazos. “Mira, sin carne. Sólo huesos”.

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Los otros millones de Amal

Naciones Unidas está llevando a cabo el preocupante conteo que la guerra ha dejado en cuanto a hambruna y efectos directos de esta en la población infantil. 1.8 millones de niños están gravemente desnutridos.

8 millones de personas en total, están dependiendo de raciones de alimentos de emergencia en la atribulada Yemen. La ONU ya advirtió que en los próximos meses la situación puede aumentar a niveles catastróficos, es decir, de 8 a 14 millones de personas esperando por una ración de comida que corre riesgo de no llegar a sus bocas, producto de la cruel guerra.

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Amal, por ejemplo, provenía de la frontera con Arabia Saudita. Huyó con su mamá y hermanos, hace 3 años porque en ese lugar, desde que inició el conflicto, se contabilizan 18.000 bombardeos.

Estados Unidos, el proveedor de armas a la parte saudí, llamó recientemente a un cese al fuego, pero este ha sido ignorado desde la estrategia armada, siguiendo su rumbo destructivo y devastador.

“Tenemos que avanzar hacia un esfuerzo de paz aquí, y no podemos decir que lo haremos en el futuro”, declaró el pasado martes el Secretario de Defensa Jim Mattis. En la diplomacia que cabe dentro del poderío militar estadounidense, hay una esperanza de que atiendan el llamado.

Esperanza. Ese es precisamente lo que significa Amal en español. Para ella ya no existe, pero su nombre quedó danzando en la conciencia mundial, sobre todo de aquellos lectores que se preocuparon por enviar ayuda a su madre desde el mismo país que financia la guerra en Yemen.

Aún, esa intención de aporte es necesaria para Mariam Ali y sus otros hijos, quienes no están en una situación muy distinta a la de su fallecida y tristemente célebre hermana.

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