Fue en 2016 cuando oficiales chinos confirmaron lo que a esas alturas ya era un secreto a voces: habían perdido el control de su estación espacial Tiangong-1.

Lanzada al espacio en septiembre de 2011, el objetivo de la nave de 8,5 toneladas era el de llevar a cabo investigaciones en el espacio.

La idea del país asiático era la de recuperar tecnológicamente el tiempo perdido experimentando por sí misma las andanzas de los estadounidenses y los rusos en los años 1960.

Sin embargo, cinco años después de su lanzamiento, los técnicos perdieron todo rastro del módulo. Luego de presentar fallas en su funcionamiento, los encargados concluyeron que Tiangong-1 había iniciado su descenso hacia la Tierra.

Y aunque el impacto está previsto para los próximos meses, no se sabe con certeza en qué parte hará contacto con nuestro planeta.

Según indicó Jonathan McDowell, astrofísico de la Universidad de Harvard, la estación se encuentra a una altura de 300 km, y aclaró que se desintegrará al hacer contacto con la atmósfera terrestre, probablemente antes de 2018.

“Predecir dónde va a bajar sería imposible incluso en los días previos a su aterrizaje”, comentó el especialista al periódico británico The Guardian.

No obstante, sostiene que existe la posibilidad de que algunos fragmentos de unos 100 kilos caigan en la superficie. Por un tema de estadística, lo más probable es que impacten en los océanos, aunque de igual forma China informó a la ONU en mayo pasado que supervisarían la caída.

En ese sentido, McDoell precisó que la probabilidad de que alguien resulte herido por uno de estos fragmentos es sumamente baja.